Tu trato con los animales hablará de ti mejor que tus palabras -R.M.J.

martes, 20 de diciembre de 2011

Truhán, un perrito hecho regalo.

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OTRO CUENTO DE NAVIDAD


Autor: Ricardo Muñoz José



La mano humana surgió ante la perra, y ella armó con el gruñido el escudo protector de sus crías. Cuando el cachorrito se elevó llevado por la mano, dibujó una dentellada de feroz decisión.


La voz del perro-padre frenó el impulso del instinto.
-Déjalo. No le hará nada. El hombre es el mejor amigo del perro.
El perrito escuchó la frase paterna y la guardó en la memoria.


La perra lanzó un gemido, y levantando una pata a modo de ruego, esgrimió una muda mueca implorando que le devolviera a su hijo. Los ojos se le vidriaron, y de su boca abierta cayó la lengua vencida.
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Acurrucado entre las altas paredes de una caja de zapatos, el perrito pasó de las manos del hombre a las manos de otro hombre, a cambio de dinero.
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El coche, al alejarse, apagó con distancia los lastimeros aullidos de la perra, que ahogada en impotencia tragó la amargura de la certeza: sabía que nunca más volvería a ver al hijo de sus entrañas.
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Una calle marcó el punto de destino. El hombre descendió del vehículo caja en ristre; tal un pirata cargando el cofre del tesoro. Tras un corto viaje en ascensor, un desolado pasillo los depositó ante una puerta. El hombre la abrió y dijo a viva voz:
-¡Niños! ¡Éste es el regalo de Navidad!


La alegría iluminó todos los rostros. Cual un muñeco de peluche el perrito pasó de brazo en brazo, coronado de miradas tiernas y aturdido de caricias. En el ánimo del animalito aterrizó la felicidad al saberse amado. A modo de obsequio de bienvenida pronto recibió un nombre: lo llamaron Truhán. Y para Truhán, el rudo frío de diciembre desaparecía en el calor humano que lo rodeaba.
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Las jornadas pasaron y los gemelos, Marisa y Jorgito, hacían del descanso de Truhán un postergado deseo, ya que, entre juegos y mimos, lo agotaban. Y los paréntesis de respiro eran aprovechados por la abuela Paca, que lo ponía en el regazo a colmarlo de cariño. Además, tres veces al día lo llevaban al parque, donde corría a gusto, y con otros perros del vecindario enredabánse en continuos juegos. Tanto amor y atención le recordaban la frase de su lejano padre: "El hombre es el mejor amigo del perro".
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Mamá Clara y papá Joaquín, sonreían complacidos; sin asomo de dudas, el perrito completaba el cuadro familiar.
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En tanto, el tiempo fue haciendo de Truhán un animal ágil e inquieto, y, sobre todo, un ser amoroso en compañía de la gente. -Es encantador -decían los vecinos.
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Truhán acompañó la angustia familiar por la enfermedad de la abuela Paca, presenció las disputas de Clara y Joaquín, y compartió las risas y las lágrimas de los gemelos.
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Llegaron los calores fuertes.


Una mañana bien temprano, como acostumbraba a hacerlo, papá Joaquín lo instó a subir al coche. Truhán, de un salto se instaló en el asiento de al lado del conductor. Anduvieron mucho rato. El hombre conducía intercambiando cariñosas miradas con el perrito.


Mucho tiempo después de abandonar la ciudad, Joaquín detuvo el automóvil. Se bajó, abrió la puerta, y sonriente lo invitó:
-Vamos, Truhán. Baja a correr un poco.
Él saltó a tierra, y gorgoteando entusiasmo salió disparado a retozar por el campo. Brincó entre piedras y matorrales, le ladró a las aves que levantaban vuelo nada más verlo, y consumo la divirsión poniendo en fuga a una lagartija. Mas, al volver la cabeza buscando la sonrisa aprobatoria de Joaquín, éste ya no estaba.
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Con la mueca desencajada y el hocico levantado, vio al coche empequeñecerse en la medida que se alejaba. De pronto, el zarpazo de una curva lo borró de su vista. Una espuma blanquecina le brotó de la boca, y sintió el cuerpo sacudido por el latigazo de la sorpresa. Al instante la tristeza lo atravesó, y el ánimo cayó postrado a los pies de la soledad. Entonces Truhán, eludiendo aceptar lo evidente, optó por echarse en el arcén, preso al silencio, y anegado de esperanza decidió aguardar el regreso de Joaquín.
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En los brazos de la abuela, Marisa y Jorgito, lloraban.
-No teníamos con quien dejarlo -les repetía la madre, a fin de mitigar la pena de los niños, que en los dedos aún sostenían la pelota y los muñecos de Truhán, pues en aquellos juguetes palpitaba la alegría del amado perrito .
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Llegó el padre.
-¡Solucionado! Mañana nos vamos de vacaciones. Después les compraré otro.
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Las horas transcurrieron lentamente, la luz dio lugar a la sombra, y de la sombra brotó el nuevo día. Los rayos del sol cayeron en vertical, encendiendo las gotas de rocío posadas en las hojas. Y Truhán, allí; único habitante en el inerte paisaje del abatimiento. Tenía sed, tenía hambre, pero seguía sin apartar los ojos de la carretera. En su interior, el abandono ya entonaba una afilada canción. Con la mirada sin brillo y un dolor sin llanto, el pobre gemía sin ruido. Lo azotaban los ecos del ayer; la casa, los niños, el amor que le brindaron. Todo lo había perdido sin saber porqué. Y en la cabeza las palabras del padre: "El hombre es el mejor amigo del perro".
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-Apareció de golpe. ¡No me dio tiempo a frenar!
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Las manchas de sangre que pintaban el asfalto eran el último vestigio de su paso por la vida. En el cielo, las nubes corrían cual olas cabalgadas por el viento.
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Ricardo Muñoz José


Por si lo deseas, AQUÍ puedes dejar tu comentario.

martes, 13 de diciembre de 2011

Afganistán nos unió

HISTORIA INCLUIDA EN EL LIBRO "POR LOS ANIMALES" RECIENTEMENTE PUBLICADO
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Soy un soldado emplazado en Afganistán.
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Un día patrullábamos por las orillas del río Kabal, que atraviesa Kabul, y cuando, al pasar por un basural, vi un perro de tamaño mediano, color indefinido por la suciedad, flaco, encorvado, escarbando la basura, seguramente buscando comida. Me arrimé. Por las tetas largas, flácidas, colgando, vi que era una perra. Su color iba más para el blanco, por los manchones que quedaban libres. Estaba esquelética, y debía ser muy mayor porque tenía la barriga negra (según me han dicho queda en ese color al llegar a la vejez). La miré. Ella me miró. La llamé y vino hacia mí.
Francisco, mi compañero, me gritó:
-¡No la toques, puede estar enferma!
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El aviso llegó cuando mi mano ya acariciaba la cabeza de la perra.
La estudié. Sus ojos eran tristes y su mirada amigable. Algo había en aquel animal que inspiraba ternura. Como un gato se fregó en mis piernas. Le acaricié el lomo. Me lamió la mano. Había nacido la amistad.
-Te dije que no la tocaras. ¿Eres tonto o qué? ¡Te puede transmitir una enfermedad! –reclamó Francisco.
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La llevé conmigo. Al fin habría alguien junto a mí. En recuerdo a una perrita que tuve de niño, le puse su nombre:
-Te llamarás, Tula.
El nombre le gustó. Cada vez que lo decía, movía la cola y venía a pedir mimos. Ella estaba tan necesitada de amor, como yo de compañía.
La bañé, la sequé con una toalla, y le hice una cama con un montón de trapos. Tula se echó sin titubear. No deja ba de mirarme.
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Al otro día la llevé al veterinario.
-La perra, aparte de desnutrida, tiene disfunción de los órganos más importantes y un claro proceso degenerativo. Le queda poca vida.
El estremecedor diagnóstico del veterinario no me asustó. La vida que le restara a Tula, la viviría con un amigo a su lado.
Después que la desparasitó y la vacunó, salimos. La perra caminaba contenta.
Esa tarde llamé a Santander. Le conté a mi familia, y tam bién a mi novia, que Tula había llegado a mi vida, que ya no me sentiría tan solo.
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Los compañeros se reían.
-Vaya perra vieja que te has buscado.
-A esa perra flaca y tetona la van a comer las pulgas.
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Yo me hacía el desentendido. Me constaba que muchos soldados habían adoptado mascotas. Las mascotas no enjuiciaban, daban amor incondicional, y se convertían en las mayores depositarias de los sentimientos más íntimos. En un trabajo de constante tensión, algunos necesitábamos una ayuda psicológica. Nos entrenaban para ser duros. Pero cuando veía mos el sufrimiento de la gente de aquel país, las familias des hechas y los huérfanos mendigando, tal dureza desaparecía.
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La muerte de Tula me preocupaba. Algo sin sentido en el lugar que estábamos. Teóricamente en zona de paz, pero en la práctica la guerra continuaba. El enemigo nunca estaba a la vista, pero estaba cerca. No tenía cara pero podía sor prendernos donde menos se sospechaba. Aunque no llevábamos una vida solitaria, por estar en un grupo tan grande, notábamos que vivíamos rodeados de la muerte, y en el punto de mira del odio. Por lo tanto, en cualquier momento una
emboscada o un atentado…
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No quería morir antes que Tula, porque sabía que ella volvería al basural.
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El trabajo me impedía compartir muchos momentos con ella, aunque sí repartíamos la emoción de estar juntos. Yo no podía llorar delante de mis compañeros, pero sí podía llorar abrazado a mi perra. De ahí mi suerte por tenerla.
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Poco a poco iba recuperándose. Comía bien, el pelo empezó a tener brillo, la tristeza se le fue de los ojos, y jugaba conmigo.
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Pasamos ocho meses de felicidad. Ocho meses convertidos en inolvidables.
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Pero, al pisar el noveno, el diagnóstico del veterinario comenzó a hacerse realidad. Tula se iba encorvando, respiraba mal, las patitas traseras no le respondían, y se negaba a comer. Cuando la acariciaba me lamía las manos y me atravesaba con la mirada…
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El 2 de julio de 2008 fui hasta su cama. Estaba hecha un ovillo y soltaba unos sonidos roncos. No abría los ojos. Pensé que si la hacía caminar le vendría bien. La alcé en brazos y la llevé a un campo cercano. La puse en el suelo. Tula no mejoraba. Al contrario, comprimía el cuerpo y aumentaban los quejidos. Sufría. El dolor la dominaba. La acaricié para transmitirle alivio. Nada. El dolor podía con ella. ¿Qué hacer? Le mojé la cabeza con agua, le hice masajes en las patas, intenté levantarla. Nada. Me dolía verla así, verla sufrir tanto. La pena se apoderó de mí. Tula temblaba, lloraba, gemía, me pedía ayuda…
Cogí el arma, cerré los ojos, apreté el gatillo…
Ya sólo vivía en mi corazón.
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Ese mismo día hubo un sangriento atentado. Dos víctimas españolas.
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Yo estaba muy triste, caído. Francisco me gritó:
-¡Eres un hijo de p…! ¡Acaban de matar a dos compañeros y tú llorando a tu perra!
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Esa noche no pude dormir. Me sentía horrible. La cabe za se me llenaba de voces. Unas voces que escuchaba nitidamente:
-¡Tú la mataste y eso te matará!
-Hiciste lo que debías. Tula sufría mucho y en ese caso lo mejor era…
-Tal vez si la dejabas podía vivir un poco más.
-Ya estaba muy mayor y sufriendo. Seguro que se marchó feliz por los días de felicidad que le has dado.
-Si no se levantaba del suelo ya no podía vivir.
-Salvaste un alma y la enviaste a un lugar mejor.
-Fue la decisión justa. Si ella hubiese podido hablar seguro que te lo habría pedido.
-Tula te estará agradeciendo por impedir que siguiera sufriendo.
-Recuerda lo bonita que te hizo la vida. Recuerda los momentos alegres, y da gracias que fuiste tú el que la apartó de una larga agonía.
-Estás en un proceso normal de duelo. Tranquilízate y descansa.
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Cuando vuelva a Santander, voy a sacar a Tula de Afganistán. Ella se irá adentro de mi memoria.
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Pablo Pineda PérezAfganistán
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PUBLICADO POR RICARDO MUÑOZ JOSÉ
http://linde5-otroenfoque.blogspot.com/

martes, 22 de noviembre de 2011

"POR LOS ANIMALES"

¡APARECIÓ!
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“POR LOS ANIMALES”

Un viaje a la ternura
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EL LIBRO ESCRITO POR LOS ANIMALISTAS

YA ESPERA LECTORES
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Edición en tapas duras click AQUÍ
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La participación tuvo eco internacional. Además de textos españoles, la mayoría, figuran otros venidos de Inglaterra, Francia, Holanda, Italia, Australia, Afganistán, Guinea Ecuatorial, Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Uruguay, Paraguay, Panamá, México y Estados Unidos.
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Edición en tapas blandas click AQUÍ
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Tal vez sea la primera vez que un libro dedicado a los animales se ha escrito directamente por sus protagonistas. Al menos en inglés y francés no he encontrado un caso similar.
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DESCARGAR GRATIS
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“POR LOS ANIMALES” no es un libro donde la gente ha enviado las historias, y un escritor las redactó y utilizó a su modo.
Aquí los textos están narrados por los mismos participantes. Algo altamente halagador ya que muchas personas lo guardarán toda su vida.
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IMPORTANTE: Si tienes dificultades para entrar, también puedes hacerlo desde mis blogs:
http://linde5-otroenfoque.blogspot.com/

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Seguimos en la barricada.
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Un abrazo animalista,
Ricardo Muñoz José

sábado, 5 de noviembre de 2011

Can, un perro más.

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HISTORIA VERÍDICA INCLUIDA EN EL LIBRO (DE PRÓXIMA APARICIÓN) ESCRITO POR LOS ANIMALISTAS



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CAN, UN PERRO MÁS.
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Nilsa y Nelson, un matrimonio maduro, estaba en la playa de Botafogo. El día era soleado, caluroso, algo normal en Río de Janeiro, ya que allí tanto el sol como el calor son dos habitantes más. Desde la arena vieron un perrito marrón, paseándose por la acera de la avenida, sin inmutarse por el ruido de los vehículos al pasar.
-Parece de chocolate –comentó Nelson.
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Al atardecer, volvían a paso tranquilo, y decidieron entrar al bar a beber un guaraná. Ocuparon una mesa cercana a la puerta.
En el mostrador, varias personas bebían café, ya que es una costumbre muy carioca combatir el calor con algo caliente.
De pronto, una figura canina se acercó cómo expresando una sonrisa. Miraron en todas las direcciones buscando al dueño.
-Es el mismo que vimos desde la playa –dijo Nilsa.
-Es obvio que no ha salido a pasear con el dueño.
-Está muy limpio para ser un perro "vira-latas".
Nilsa dejó la silla y fue hasta él. El animal no intentó huir. Ella le acarició la cabeza.
-No parece muy ansioso por volver a su casa –observó la mujer-. Más bien parece que quiere ir a la nuestra.
-Arreglado está. No soporto los perros.
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Después de dejar el bar y entraron en el edificio de al lado. Tomaron el ascensor y luego entraron al apartamento.
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Al otro día, Nilsa escuchó un ruido nada habitual. Entornó la puerta y espió el pasillo. ¿Y qué vio? El perro color chocolate estaba acurrucado en el felpudo.
-¡Nelson! –gritó- El perro "vira-latas" está durmiendo en nuestra puerta.
-¡Será posible! Nos está esperando.
El matrimonio se puso intransigente. No iban a permitir que un perro los adoptase. Y menos un perro callejero. Lo sacaron del edificio antes que el síndico reclamara.
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Al mediodía, Nilsa volvió a espiar el pasillo… Sorpresa; ¡el perro estaba acostado en la alfombrilla! Nelson, malhumorado, lo sacó a la calle y lo dejó en la acera de enfrente.
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Esa noche, el perrillo otra vez estaba en el felpudo. Pensaron que si no lo alimentaban ni le permitían entrar al apartamento, se iría a su casa, o al lugar de donde vino.
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Llegó la mañana y el perrito continuaba ahí. Incluso, al verlos, se mostró feliz.
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Nilsa, conmovida, cariñosamente le pasó la mano por el lomo.
-Nelson, si este perro insiste tanto es por algo. Seguro que nos lo manda Dios.
-No mujer. Dios no se mete en estas cosas.
Nilsa cedió a la ternura. Nelson miró los ojos del can y sólo vio amor. El perrillo entró a la casa.
No podemos quedarnos con él. Puede que se haya perdido y el dueño lo anda buscando.
-Si, a lo mejor hay niños que lloran por el perro.
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Nelson agarró el teléfono móvil y le sacó una foto. Y foto en mano entró en la comisaría.
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-Alguien habrá perdido su amada mascota –comentó el policía.
-Debe ser un perro carioca.
-Por qué, ¿ha hablado con él?
-No, pero no entra a la playa. Parece que sabe que está prohibida para los animales.
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Nelson dejó su dirección y el número telefónico.
-En unos días ya pasarán a buscarlo.
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Los “unos días” se convirtieron en casi un mes y nadie había "reclamado" su pequeño perro.
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En ese tiempo, el animalito se dejaba querer, y de huésped transitorio pasó a hijo predilecto.
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-¿Cómo se llama? –preguntaron los amigos.
-Can.
-Sí, ya sé que es un can. Pero, ¿Cuál es su nombre?
-Can.
Los niños lo llamaban por Can y el perrillo acudía moviendo la cola.
-Es muy dulce –dijo una vecina.
-Nilsa, un perro es una compañía. Nunca te vas a arrepentir de habértelo quedado –comentó otra.
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Can, pronto evidenció la voluntad de no apartarse de Nilsa. Estaba con ella en el salón, en la cocina, e incluso la acompañaba hasta la puerta del baño. Adonde fuera iba a su lado.
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A Can le encantaban dos juguetes; la pelota y los muñecos. En la plaza se enloquecía cuando le tiraban la pelota, y en casa le encantaba morder y sacudir los muñecos, además de arrancarles los ojos. Nilsa y Nelson se reían. El perrito era feliz con ellos. Prácticamente le traían un regalo diario.
Nelson le enseñó a no dejarlos tirados por el suelo, y le mostró una caja de madera ubicada en el balcón.
-Aquí debes poner tus juguetes.
Can, obedecía. Tras los juegos, la pelota y los muñecos iban al cajón. Ese era su tesoro. Pronto al cajón se le sumó otro y después otro.
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El médico fue contundente:
-Sí, señora. Usted tiene cáncer.
Se programó una mastectomía doble.
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A Nilsa algo le decía que iba a morir de esa enfermedad, qué el cáncer la llevaría. El temor le navegaba en la sangre y el peso de la preocupación lo sentía en los hombros.


La noche antes de ir al hospital, se durmió abrazada a Can. Un pensamiento la atravesó. ¿Qué pasaría con él si ella moría? Porque, de ocurrir, atrás de ella se iría Nelson, de eso estaba segura. ¿El perrito volvería a la calle? De los hijos nada podía esperar; vivían en apartamentos pequeños y cargados de hijos. La idea le entristeció el pensamiento. Tenía más miedo de la suerte del perrito que de su muerte.
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La mastectomía doble era tarea difícil. Nilsa fue hospitalizada durante dos semanas.
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Nelson, al volver a casa, sin atreverse a encender la luz, lloraba en la oscuridad abrazado a Can. El pequeño perro gemía junto a él, compartiendo el trance emocional del hombre.


Los días pasaron. Nelson vivía más en el hospital que en el apartamento. Un velo de tristeza le cubría el rostro.
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Can se fue apagando, la ausencia de Nilsa lo hundía. No comía ni bebía, los muñecos esperaban, las pelotas se aburrían. La vivienda desprendía un tono gris, y él era un fantasma de cuatro patas caminando en aquella soledad.
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Pero, como todo llega, también llegó el día. Nilsa dejó el hospital.
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Al entrar en casa la recibió un aire de sosiego; desde las luces, hasta el perro, permanecieron calmos, nada quería molestarla. La mujer estaba tan agotada que ni siquiera podía ir al dormitorio. Nelson acomodó la esposa en el sofá y la dejó descansar.
Can se quedó mirándola. El placer de tenerla respetó el momento. Pronto el sueño se apoderó de Nilsa.
La pesadumbre dominaba el ambiente.
Nelson salió del apartamento, a fin de no quebrantar el reposo de la esposa con algún ruido involuntario.


Un par de horas después, Nilsa, al despertar, no enten dió qué pasaba. Algo no funcionaba. No podía mover la cabeza y al cuerpo lo sentía pesado y caliente.
No obstante, poco tardó en pasar del pánico a la risa. ¡Estaba totalmente cubierta con todos los tesoros de Can!
Mientras ella dormía, el perro había ido cien veces a las cajas del balcón, y viaje tras viaje fue trayendo los muñecos y las pelotas, colocándolos encima y alrededor del cuerpo de la amada amiga.
-Me trajo los juguetes para que juegue y me divierta.
Exactamente, Can había comprendido que se recuperaría más pronto con la alegría que con la tristeza.
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Nilsa se olvidó de morir. Al contrario, comenzó a vivir con más intensidad. Con el perro hacía largos paseos, y fue conociendo gente que también paseaba a sus animales. La vida volvió a sonreír para ella, depositando la tranquilidad en Nelson y júbilo en Can.
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Han pasado ocho años y Nilsa sigue libre del cáncer. A su existencia la alumbran los ojos del perro, y se deja guiar por el movimiento de la cola del animal expresándole cariño.
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Para Can, los juguetes siguen siendo motivos de diversión, pero ya no son su mayor tesoro, ahora su verdadero tesoro es Nilsa. Para él, nada existe en el mundo que supere la suavidad de la mano de ella dedicándole una caricia.
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A Nilsa y Nelson (el matrimonio que no quería perros), Can les entregó una revelación: la validez de las personas no está en obtener destaque social, ni en poseer cosas, ni en tener dinero en el banco. Las personas que verdaderamente valen son las que recogen animales de las calles, los adoptan, les regalan juguetes y reciben sonrisas.


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Autor: Paulo VieiraRío de Janeiro, Brasil.
Traducción: Mirna Valenti
www.sosvidaanimal.org.br

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PUBLICADO POR RICARDO MUÑOZ JOSÉ

viernes, 28 de octubre de 2011

Para el libro de los animalistas

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TEXTO INCLUIDO EN EL LIBRO (EN FASE DE CONCLUSIÓN) QUE APARECERÁ EN DICIEMBRE DE ESTE AÑO
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AHORA QUE ESTOY…
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El camino sin retorno me espera, y antes de irme quiero que todos sepan el modo que mi voluntad se enfrenta al momento. Los años ya han pasado a través de mi cuerpo, estoy muy viejo y sé que el que ha vivido debe morir… Pero, morir solo, adentro de este estrecho espacio, es triste… Y sé que el que ha vivido ¡debe morir!
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He sufrido el tormento de vivir prisionero, de ver la libertad a la distancia. Nunca he conocido las costumbres de mi especie. Nunca he tenido una familia de mi especie. Nunca he tenido hijos ni el amor de una pareja. Nunca he sido tratado con amabilidad. Soy posesión de una familia humana. Una familia que veo de lejos. Una familia de la que siento próxima sólo cuando me traen la comida. Mi tiempo es mucho, el de ellos siempre es poco, por eso me miran sin arrimarse, y no me ven. No me conocen ni intentan conocerme. Pero igual los amo.
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De mi corazón se desborda el amor para dar y ahora que estoy cerca del final… Ellos nunca sabrán cuánto los amaba. Los perdono por la forma en que me trataron, por haberme encerrado de por vida… Mis ojos están cargados de tristeza… De la misma tristeza de todas las aves que viven en cautividad y mueren solas cerca de los humanos.
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Amanda Ondó – Malabo, Guinea Ecuatorial, África Occidental.
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PUBLICADO POR RICARDO MUÑOZ JOSÉ
http://linde5-otroenfoque.blogspot.com/2011/10/para-el-libro-de-los-animalistas.html
Aquí puedes dejar tu comentario. La autora lo agradecerá. No olvides que el estímulo siempre conduce a nuevas obras.

viernes, 14 de octubre de 2011

La lección

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TEXTO INCLUIDO EN EL LIBRO (EN FORMACIÓN) ESCRITO POR EL AMOR HACIA LOS ANIMALES


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- Papá, ¿en qué árbol crecen las balas? -preguntó el hijo a su padre, un perro labrador experto en detección de explosivos del ejército inglés en Afganistán.
- No hijo, quién te metió esas ideas, las balas no crecen en los árboles -le explicaba el padre.
- Pero entonces como es que crecen, como se vuelven tan venenosas ? -vuelve a preguntar el perrito, de solo 10 meses de edad.
- ¿Venenosas ? No, las balas no son venenosas -le intenta explicar, tratando de disimular la gracia que le provocaban esas preguntas.


El padre, un perro ya adulto y con mas de 5 años de experiencia en el ejército intuía hacia donde quería llegar su hijo.
Hacía una semana el perro líder del escuadrón antibomba había muerto al ser alcanzado por una bala durante un fuego cruzado con supuestos terroristas. La muerte del líder del escuadrón había hecho ascender al padre del pequeño hasta el puesto de nuevo líder, algo que había esperado desde que entró a la fuerza, pero al parecer esto preocupaba a su pequeño hijo.
- Pero las balas matan papá, deben ser venenosas, además yo vi una el otro día, y parecen bellotas, deben ser de algún árbol -continuaba explicando su razonamiento el pequeño.
El padre decide explicar con mayor detenimiento y así terminar la conversación que ya se le estaba haciendo algo incomoda.
- Las balas no crecen en los árboles hijo mío, las balas las hace el hombre, él las fabrica con materiales que solo él sabe manejar, y tampoco son venenosas, las balas matan porque provocan mucho daño al entrar en el cuerpo.
El hijo miraba con ojos grandes, asombrado de su nuevo descubrimiento, pero era demasiado curioso como para detenerse en ese momento.
- Y para que usan las balas los hombres ? -volvió a preguntar el perrito.
- Para combatir a sus enemigos -replicó el padre-, por ejemplo en una guerra -agregó después.
- ¿Guerra? ¿Qué es la guerra ? -seguía preguntando el perrito.


El padre intentaba explicarle lo complicado que es la guerra, dándole una explicación lo suficientemente confusa como para que su hijo abriera los ojos tan grandes como podía y ya perdiera el control de su lengua que le colgaba de la boca abierta al máximo de sus posibilidades. .
Luego de un rato de quedar así, el perrito comienza de nuevo.
- ¿Y por qué los hombres hacen guerras papá ?
- Hay muchas razones, pero sobre todo se inician cuando un grupo de hombres quieren algo que otros tienen -le responde ya cansado el padre.
- ¿Y por qué no lo piden prestado ? -pregunta inocentemente.
- Porque lo quieren sólo para ellos, no lo quieren devolver -responde rápidamente el padre.
- Pero eso esta mal papá, y además, ¿por qué lastiman a los que sí lo tienen?
- Porque los que lo tienen no siempre quieren entregarlo, puesto que saben que no lo van a ver más -responde el padre que cada vez se sentía mas raro al responder estas preguntas.


Y al fin el hijo hizo la pregunta que el padre esperaba:
-¿Y por que mataron al perro jefe de la brigada, si él no tenía nada?
- No lo querían matar a él, eso fue sin querer, él estaba con los amos, cuidándolos.
- Pe-pe-pero... ¿cómo qué sin querer? Si la guerra es con los amos, ¿por que le dispararon? - preguntaba con un nudo en la garganta el pequeño, los ojos comenzaban a achicarse y a empañarse por el llanto que aparecía.
- Es que los hombres cuando van a la guerra no piensan bien, y lo que comienza como avaricia pasa a ser odio, y luego no ven a donde disparan, sólo les importa disparar y hacer daño -el padre no podía creer lo que acababa de decir, cosas que siempre vio pero nunca las pensó de esa forma, su cabeza estaba más confusa que la de su hijo.
-¿Y a ti también te van a matar papá? -preguntó el pequeño perrito, ya sentado en sus patas traseras y con un par de lágrimas corriéndole en el hocico.
El padre tembló al escuchar esa pregunta de la boca de su hijo.
- No, por supuesto que no -respondió el padre para que su hijo se tranquilizara, pero por dentro el miedo lo recorría.
- Dejemos de hablar de eso -dijo por fin el padre intentando acomodarse, y llevó a su hijo a buscar algo de agua para lavarse la cara y luego ponerse a jugar, intentando olvidar la conversación.


Ese día ambos padre e hijo aprendieron algo, el hijo aprendió que las balas no crecen en los árboles ni son venenosas, y el padre aprendió que las balas crecen en los árboles de la avaricia que el hombre cultiva, y que el veneno del odio con el que las riega todos los días las hace tan mortales.
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WILSON CRUZ - Montevideo, Uruguay.
http://pensadonia.blogspot.com/


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PUBLICADO POR RICARDO MUÑOZ JOSÉ


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viernes, 7 de octubre de 2011

El dolor que divierte

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TEXTO QUE FORMA PARTE DEL LIBRO EN PREPARACIÓN

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EL LIBRO ESCRITO POR LOS ANIMALISTAS
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Él no sabía que cada año mueren becerritos en miserables pueblos, donde practican aberrantes y primitivas celebraciones.
Estaba cansado, dolorido. Tenía sed. Pero lo único que se deslizaba por su garganta era un áspero líquido que le provocaba arcadas.
-Mamá –pensó.
De su garganta salió un sonido sordo, espero, apenas audible.
-Mmmmmm…
Ya no podía aguantar más. Sus rodillas se doblaban. En las delgadas piernas de becerrito de pocos meses, un inesperado temblor. Cayó de rodillas, consciente que iba a besar el suelo. Un poderoso alarido que provenía de todas partes, lo envolvió. El sonido partió el día con el tajo de la impaciencia. Tenía miedo, mucho miedo. Hacía una eternidad que unos brazos humanos, enmarcados en muecas de severidad, lo habían forzado a entrar… ¿Qué lugar sería ese? Un fuerte olor a muerte le atravesó el presentimiento, haciéndolo retroceder. Pero lo humanos le propinaron golpes con unos palos que picaban, y el dolor lo recorrió entero, quedándose alojado en el cuerpo. Tuvo que avanzar hacia el centro del inmundo sitio. Un sitio que lo aterrorizaba. Apenas podía distinguir qué pasaba. Sólo veía pequeños humanos a su alrededor, envueltos en una incomprensible algarabía, y cada vez que bajaban los brazos, el dolor aumentaba. ¿Qué tenían en las manos? ¿Por qué su sufrimiento les daba alegría? No captaba que hallábase en un trance conducente al martirio, alejado de cualquier suerte de felicidad; en manos de la crueldad.
-Mmmmmm…


Cerró los ojos en un intento de fuga. Volvió a ver a la madre, su dulce mirada rebosante de amor, las tiernas caricias cubriéndole el cuerpecito para emparejarlo a la dicha, y las rebosantes ubres de rica leche que le inyectaban vida.
Mmmmmm…
Un nuevo golpe lo devolvió a la realidad. Miró hacia el lado que le dolía y… otra vez ese líquido espeso… Ese dolor… ¡Tanto dolor! ¿Cuándo acabaría esto?
-Mmmmmm…

Allá, en la hacienda donde había nacido, los árboles daban abrigo, el sol brillaba regalando calor, y la mirada no conocía límites.
Añoraba los amigos, los primos y las primas, todos igual que él.
Recordaba los juegos, las carreras, la hierba tierna, el agua fresca, la libertad…

Una mañana lo vio. Torneado, musculoso, imponiendo respeto.
-Es tu padre –le dijo su madre.
Estaba allá, a lo lejos. Era un impresionante toro negro, fuerte, alto, poderoso. Lo miró con orgullo y pensó:
-Yo también llegaré a ser así.
Su madre, como adivinándole el pensamiento, lo miró con tristeza.
-¿Qué será de ti, mi tierno pequeñin? He visto irse a tantos hijos míos y nunca regresaron.

Volvió a abrir los ojos; la oscuridad en pleno día era cada vez mayor. En todo el entorno seguían esos cachorros humanos, gritando cual posesos, con las miradas duras cabalgando en las bocas infectadas de palabrotas. Ladeó la cabeza con dejo vencido; la música ahora parecía más lejana y la oscuridad más densa. No había luna en este horrible espacio de sufrimiento y de muerte. El frío, íbase tornando más intenso, no le dejaba sentir las piernas. La oscuridad era un vuelo de mariposas negras. Bajó los párpados. No ver lo distanciaba de ese espantoso lugar. En los tímpanos resonaban berridos ausentes, igual a sonidos huecos. ¿Sería la voz de los muertos?
-Mmmmmm…
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¿Por qué un cachorro como él estaba ahí? ¿Por qué la luz cuajó en sombras? ¿Por qué los murmullos se apagaban?
Permaneció así un tiempo; tiritando en garras del instante. Ante él se fue dibujando un camino largo, gélido, opaco… Le dolía todo; no había paréntesis ni desahogo; sólo martirio encumbrando el apogeo del terror. Iba hacia una eternidad que duraba la escenificación de ese suplicio.
De repente, un inaguantable y agudo dolor le aterrizó detrás de la cabeza. Pidió ayuda:
-Mmmmmm…
Pero sólo acertó a abrir la boca, nada se oyó. La quietud callada aparcó en su soledad. La oscuridad se tornó completa, el silencio atacaba y la temperatura bajó a punzar sin límite. El miedo le retorció las entrañas. El final, ese final que transportaba la alegría de aquellos humanos, le aplastó el corazón. En la otra punta del túnel la muerte lo abrazó. Descansa en Paz, pequeño.


Aterra saber que las becerradas son un entretenimiento pensado para solaz de los niños. ¿Se habrán concebido con el fin de anular la sensibilidad infantil, y fomentar en la niñez la costumbre de matar seres vivos como diversión?
-Mmmmmm…
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Elisa Serra Blasco
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PUBLICADO POR RICARDO MUÑOZ JOSÉ
http://linde5-otroenfoque.blogspot.com/2011/10/el-dolor-que-divierte.html


Aquí puedes dejar tu comentario. La autora lo agradecerá. No olvides que el estímulo encamina a nuevas obras.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Micaela, tan sólo una perra pitbull.

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Esta es la historia de Micaela, hembra raza Pitbull adulta, supongo que tiene más de 7 años. Dado que ella fue abandonada, es muy difícil calcular la edad (los perros que han pasado mucho tiempo sobreviviendo en la calle, adquieren ese tinte opaco que les deja la tristeza).
. Micaela, llegó a mi vida el sábado 20 de Diciembre 2008. Ese día, con mi amiga Luz, terminábamos nuestro recorrido semanal por el sector Bajos de Mena, cuando en la gasolinera ubicada enfrente al cementerio, algo llamó nuestra atención. Nos acercamos a mirar y lo que vimos nos dejó espantadas: una perrita piel y huesos, llena de sarna, garrapatas, úlceras en los ojos, además de una patente infección. No podíamos creer cómo esta pobre criatura había resistido hasta ese momento. Más allá de la raza flotaba una realidad conmovedora.
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Los empleados de la Estación de Servicio nos informaron que llevaba días vagando por los alrededores y que no comía, pues rechazaba el alimento que ellos le ofrecían.
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De inmediato nos pusimos mano a la obra. La llevamos al veterinario para que empezara a tratarle sus múltiples dolencias gestadas en el sufrimiento más atroz. Lo más grave fueron las úlceras corneales, ya que perdió la visión de uno de sus ojitos.
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Jornada tras jornada adquiría mejor aspecto. Micaela subió de peso. Fue esterilizada. Empezamos a buscar un hogar adoptivo. Tenía que ser una familia muy especial; que conocieran perros de su raza y supieran manejarlos; con suficiente espacio y ser perro único en la casa. Algunas personas nos contactaron pero nadie apropiado, no me importaba, eso me permitía gozar más tiempo de su compañía.
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Es una perra magnífica, se desenvuelve muy bien a pesar de no tener la visión al 100%. Eso demuestra la entereza de su raza (que llaman peligrosa). Es obediente, leal, cariñosa, estupenda compañera; de esas que dan la vida por su dueño.
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Más de una vez me pidieron que la dejara en la gasolinera, ya que su presencia impone respeto, y además, forma un buen equipo con los otros dos perros que acompañan al guardia nocturno.
Pasaron las semanas, los meses, y ese hogar que Micaela esperaba nunca llegó. Finalmente nos resignamos a que su casa fuera la Estación de Servicio.
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-Después de todo no es tan malo -nos decíamos Luz y yo.
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Pasó el verano, llegó mayo y el otoño con sus mañanas frías y sus árboles sin hojas. Mis visitas a la gasolinera ya son cosa de rutina, pero algo me alarmó; Micaela empezó a cojear. Pensé en un golpe. Se lo pregunté a los empleados del surtidor, y nadie sabía nada. La cojera continuó por días, hasta que finalmente la evaluó un especialista y el diagnostico fue lapidario: Discoespondilosis Deformate, enfermedad degenerativa a los huesos, no tiene remedio. Micaela gradualmente irá perdiendo la movilidad en sus extremidades, hasta que finalmente quedará impedida y postrada. Y todo eso acompañado de intensos dolores.
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No consigo imaginar peor destino para un animal como un pitbull (ningún animal lo merece). Micaela, a pesar de no ser joven era toda energía, llena de vida, fuerte. Salía a recibirme cuando llegaba, corría a mi encuentro junto a los otros perros. Ahora camina con dificultad, le cuesta acostarse y mucho más ponerse de pie. Aún sale a recorrer ”su territorio”, pero ya sin la vivacidad de antes. Me duele verla así, aunque me conforma el hecho de que estando a mi lado tendrá alguien que la ayude a sobrellevar su enfermedad hasta sus últimos minutos. Todos los días le doy sus medicinas. Toma Condrovet y Pinalox. La abrazo y la acaricio más que de costumbre. Hago lo posible para que se sienta querida y amparada.
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No conozco la enfermedad que padece. El médico que la atiende dice que no tiene cura, y lo único que se puede hacer es tratar de frenar en algo el avance a fin de que no sea tan rápido, pero que no sabe cuanto tardará en quedar totalmente postrada.
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Mientras estoy con ella la observo. Ambas nos miramos a los ojos. Y cuando eso sucede puedo sentirla, captar su desconcierto al ignorar porqué ya no corre ni camina rápido como lo hacía antes. Con una lágrima tiritando entre las manos, trato de explicarle que está enferma, y las medicinas que le estoy dando tal vez la puedan ayudar… Pero me quedo sin palabras… Se me anuda el corazón… Entonces me abrazo a ella y paso mucho rato a su lado. No quiero que se sienta sola. Ella merece conocer el otro lado de la moneda; si una vez fue maltratada y abandonada, eso ya pasó. Ahora es tiempo de disfrutar, de sentirse querida, aceptada, y sobre todo, protegida.
. Le he acondicionado un pequeño espacio para que duerma, dentro de las instalaciones de la gasolinera. Puse varias mantas sobre un cartón buscando aislarla del frío cemento del piso. Los inviernos son duros aquí en Puente Alto (RM, Chile). Estamos muy cerca de la pre-cordillera de los Andes y las temperaturas usualmente bajan de 0 grados en las mañanas. Este fin de semana iré a verla, y le pondré más cartón entre sus mantas y el suelo. También le agregaré otra manta para hacer más blanda su camita.
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Un amigo, Raúl Antonio, me escribía a propósito de Micaela: “Ella ya encontró hogar. Un hogar es dónde existe el amor entre los seres y Micaela lo halló en ti, en tu corazón. Ahí vivirá por siempre. Micaela ya no busca hogar. Ya lo encontró”.


En lo referente a su enfermedad, recibí esta información: “Gabriela, te cuento que existe una posibilidad de mejora para Micaela, por lo menos de mayor alivio. Es un tratamiento de acupuntura. He visto el resultado en un gatito con la columna dañada, que ni siquiera tenía sensibilidad en sus patitas. Mejoró mucho. No camina aún pero al menos recuperó la sensibilidad. En perros con problemas de discos, o en los huesos, también funciona muy bien”.


El intento no cristalizó en felicidad.
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Micaela murió el 22 de octubre de 2009. Pocas personas lo saben. Ambas estábamos muy solas al final y su último mes de vida fue traumático para las dos. Después del desenlace nunca más volví al lugar donde ella vivía.
Tampoco quise escribir su final en mi blog, ya que hasta el día de hoy siento que le fallé. Qué no hice todo lo necesario para poder salvarla. Sus cenizas están en mi casa, ¡ese es su hogar! Pero ella vive en mí. Siempre ocupará un lugar especial en mi vida y en mi corazón".
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Gabriela MejíasSantiago, Chile.
http://gabrielamejias.wordpress.com/


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PUBLICADO POR RICARDO MUÑOZ JOSÉ


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viernes, 16 de septiembre de 2011

El viaje de Harry

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HISTORIA QUE APARECERÁ EN EL LIBRO (EN PREPARACIÓN) ESCRITO POR LOS DEFENSORES DE LOS ANIMALES
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Cuando nací, mi dueño no sabía qué nombre ponerme. Mi madre se llama Canija y mi padre Bandido, aunque no tiene nada de malhechor. Son los nombres típicos que nos suelen poner, a los galgos. Cuando a nuestros dueños se les acaban las ideas, nos ponen nombres de otros animales, o de cosas como Gusano, Lagartija, Culebra, Cartucho, Veneno, Zurrón… En fin, como no somos gran cosa, ya se sabe...
. Nací junto a mis ocho hermanos, un frío día de Diciembre, cerca de Toledo. La mano, dura y áspera del galguero enseguida nos alzó para examinarnos de cerca. Esto es para detectar a los que valemos para cazar, para criar, o para nada. Yo no supe que no valía para nada hasta que tuve seis meses de vida, para entonces ya tenía el cuerpo cubierto de cicatrices y de golpes. Mi dueño me apartó del costado de mi madre en cuanto pude comenzar a corretear. Mama, la pobre, me observaba con mucha tristeza desde su jaula, donde la mantenían apartada.
A nosotros nos tenían en el patio, donde hacía mucho frío porque en Toledo el invierno es una cruda realidad, sobre todo para nuestra raza, ya que tenemos poquito pelo. Pero a nuestro dueño eso parecía no importarle, total, él siempre iba bien tapadito. Nos estuvieron observando varios días, dicen que nos ponían a prueba. Como yo no sabía qué tenía que hacer, me quedaba quieto sin moverme, creo que por eso decretaron que no sirvo para nada. Poco a poco fui notando que me echaban menos comida, mis hermanos comían antes y más cantidad que yo.
Un día me arrojaron a la parte trasera del todoterreno de mi dueño, y nos fuimos de viaje. Junto a él iba otro señor, y discutían. Yo tenía mucho miedo. Uno hablaba de cuerdas, sogas y decía que había que colgar algo de un árbol, y el otro le mencionaba no sé qué de un reglamento y que era mejor “dejarlo en el campo o atado a la puerta de una protectora”. Ignoraba que se referían a mí. No sabía que el cariño de mi dueño era tan poco, hasta el punto de considerar que no valgo ni el cartucho para matarme. Desconocía que podía acabar colgado de un árbol….Finalmente me dejaron atado a la puerta de un refugio. Cuando vi alejarse el todoterreno, traté de seguirles, pero enseguida noté el tirón de la cuerda en mi cuello.
Tras el muro de aquél refugio, podía escuchar un concierto de ladridos, todos furibundos, porque mis semejantes me habían olido, y olían mi miedo. Me tumbé en el suelo. Lloré, y lloré, hasta que se hizo de noche. Cayó el frío de nuevo. Quería ver a mi mama.
. Una caricia me despertó. Una voz muy suave me estaba hablando. Noté cómo colocaba algo caliente sobre mi cuerpo y me levantaban en brazos. Unas voces amigas me decían cosas bonitas mientras me subían a una mesa de metal y un señor con bata verde me examinaba de arriba abajo. Olía raro en aquella estancia, y yo por si acaso, me hice un pequeño pipi para que supieran que mi olor era importante también.
. Tras curarme las heridas de la última paliza, mirarme los dientes, y ponerme un collar que olía fatal, me pincharon un líquido y me dieron unas "chuches" diciéndome lo bueno y guapo que era. Los miré con mucha humildad porque nunca me habían dicho nada así. Luego vino una señora que me hizo muchas fotos, y me dijo no sé qué de Internet y de adopciones en el extranjero. No entendí nada, porque mi atención estaba puesta en tratar de conseguir las "chuches" que habían sobrado, y que estaban en el bolsillo del señor de la bata verde.
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A los pocos meses vino una de las voces amigas, y me dijo:
-Harry, hoy te toca a ti.
No comprendí qué era lo que me tocaba, pero debía ser algo bueno, porque todos parecían muy felices.
Me pusieron un abriguito negro de lana, me dieron un beso en la frente, y me metieron en una jaula. Escuché sus voces diciéndome:
-Sé feliz Harry, ya se acabó lo malo.
No entendí que lo malo había terminado, porque aquello fue espantoso, estuve 24 horas en una jaula viajando, sin comer, sin saber adonde iba, en la oscuridad, y pasé mucho miedo.
Al reencontrarme otra vez con la luz del día, lo primero que vi fueron unos brazos extendidos, y enseguida me dieron muchos besos. Era una señora y un niño que no paraban de sonreír. Fui llevaron a una casa, y allí me enseñaron un cesto enorme, con unos cojines hermosos y mullidos, repitiéndome que aquella era mi casa, mi cama, mi familia, mi nueva vida, y ellos no pretendían ser mis dueños, sólo mis amigos.
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Tardé poco en entender que había sido “adoptado” y que sirvo para algo, como dice mi flamante mami, sirvo para dar amor, cariño y ternura. Sirvo para dar ejemplo, y enseñar que se debe respetar a los animales, nunca pegarles, maltratarlos ni abandonarlos. Soy un ejemplo de lo que mi anterior “amo” y sus semejantes son capaces de hacer, pero también soy el testimonio de la lucha que llevan a cabo muchas personas anónimas en la protección animal.
Soy Harry, soy un galgo, soy un animal de compañía.
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Texto de: Fabienne Tremblé

PUBLICADO POR RICARDO MUÑOZ JOSÉ
http://linde5-otroenfoque.blogspot.com/2011/09/el-viaje-de-harry.html (Aquí puedes dejar tu comentario. La autora lo agradecerá).


ATENCIÓN: Las fotos no pertenecen a Harry.


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sábado, 10 de septiembre de 2011

¿Lo harías por los animales?

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¿AMAS A LOS ANIMALES?

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¿TE GUSTA ESCRIBIR?

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¿HAS PENSADO EN PARTICIPAR EN UN LIBRO COLECTIVO?
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Compañera y compañero animalista, si tu voluntad lo quiere, este proyecto saldrá adelante.

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Envíame una historia (verídica, cuento, poesía o ensayo), a ser posible que no exceda de dos páginas, y, desde las letras, estarás contribuyendo a defender y enseñar a amar a los animales.

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La intención es publicar un libro, aunque, tu trabajo también lo publicarán los blogs amigos, y, por supuesto, el mío. Además de la difusión a través de los contactos que todos tenemos.
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Anímate. Si me llega la cantidad suficiente el libro aparecerá antes de fin de año.
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Un saludo y seguimos en la barricada.
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Ricardo Muñoz José
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ricardo39ricardo@gmail.com
ricardomunozjose@gmail.com
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http://linde5-otroenfoque.blogspot.com/
http://linde5-otroenfoquenoticias.blogspot.com/
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jueves, 14 de julio de 2011

Pequeña parábola de “Chindo” perro de ciego

Chindo” es un perrillo de sangre ruin y de nobles sentimientos. Es rabón y tiene la piel sin lustre, corta la alzada, flácidas las orejas. “Chindo” es un perro hospiciano y sentimental, arbitrario y cariñoso, pícaro a la fuerza, errabundo y amable, como los grises gorriones de la ciudad. “Chindo” tiene el aire, entre alegre e inconsciente, de los niños pobres, de los niños que vagan sin rumbo fijo, mirando para el suelo en busca de la peseta que alguien, seguramente, habrá perdido ya.
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“Chindo”, como todas las criaturas del Señor, vive de lo que cae del cielo, que a veces es un mendrugo de pan, en ocasiones una piltrafa de carne, de cuando en cuando un olvidado resto de salchichón, y siempre, gracias a Dios, una sonrisa que sólo “Chindo” ve.
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“Chindo”, con la conciencia tranquila y el mirar adolescente, es perro entendido en hombres ciegos, sabio en las artes difíciles del lazarillo, compañero leal en la desgracia y en la obscuridad, en las tinieblas y en el andar sin fin, sin objeto y con resignación.
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El primer amo de “Chindo”, siendo “Chindo” un cachorro, fue un coplero barbudo y sin ojos, andariego y decidor, que se llamaba Josep, y era, según decía, del caserío de Soley Avall, en San Juan de las Abadesas y a orillas de un río Ter niño todavía.
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Josep, con su porte de capitán en desgracia, se pasó la vida cantando por el Ampurdán y la Cerdaña, con su voz de barítono montaraz, un romance andarín que empezaba diciendo:
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Si t´agrada córrer mon,
algun dia, sense pressa,
emprèn la llarga travessa
de Ribes a Camprodon,
passant per Caralps i Núria,
per Nou Creus, per Ull de Ter
i Setcases, el primer
llogaret de la planúria.
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“Chindo”, al lado de Josep, conoció el mundo de las montañas y del agua que cae rodando por las peñas abajo, rugidora como el diablo preso de las zarzas y fría como la mano de las vírgenes muertas. “Chindo”, sin apartarse de su amo mendigo y trotamundos, supo del sol y de la lluvia, aprendió el canto de las alondras y del minúsculo aguzanieves, se instruyó en las artes del verso y de la orientación, y vivió feliz durante toda su juventud.
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Pero un día… Como en fábulas desgraciadas, un día Josep, que era ya muy viejo, se quedó dormido y ya no se despertó más. Fue en la Font de Sant Gil, la que está sota un capelló gentil.
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“Chindo” aulló con el dolor de los perros sin amo ciego a quien guardar, y los montes le devolvieron su frío y desconsolado aullido. A la mañana siguiente, unos hombres se llevaron el cadáver de Josep encima de un burro manso y de color ceniza, y “Chindo”, a quien nadie miró, lloró su soledad en medio del campo, la historia -la eterna historia de los dos amigos Josep y “Chindo”- a sus espaldas y por delante, como en la mar abierta, un camino ancho y misterioso.
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¿Cuánto tiempo vagó “Chindo”, el perro solitario, desde la Seo a Figueras, sin amo a quien servir, ni amigo a quien escuchar, ni ciego a quien pasar los puentes como un ángel? “Chindo”contaba el tránsito de las estaciones en el reloj de los árboles y se veía envejecer -¡once años ya!- sin que Dios le diese la compañía que buscaba.


Probó a vivir entre los hombres con ojos en la cara, pero pronto adivinó que los hombres con ojos en la cara miraban de través, siniestramente, y no tenían sosiego en le mirar del alma. Probó a deambular, como un perro atorrante y sin principios, por las plazuelas y por las callejas de los pueblos grandes -de los pueblos con un registrador, dos boticarios y siete carnicerías- y al paso vio que, en los pueblos grandes, cien perros se disputaban a dentelladas el desmedrado hueso de la caridad. Probó a echarse al monte, como un bandolero de los tiempos antiguos, como un José María el Tempranillo, a pie y en forma de perro, pero el monte le acuñó en su miedo, la primera noche, y lo devolvió al caserío con los sustos pegados al espinazo, como caricias que no se olvidan.
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“Chindo”, con gazuza y sin consuelo, se sentó al borde del camino a esperar que la marcha del mundo lo empujase adonde quisiera, y, como estaba cansado, se quedó dormido al pie de un majuelo lleno de bolitas rojas y brillantes como si fueran de cristal.


Por un sendero pintado de color azul bajaban tres niñas ciegas con la cabeza adornada con la pálida flor del peral. Una niña se llamaba María, la otra Nuria y la otra Montserrat. Como era el verano y el sol templaba el aire de respirar, las niñas ciegas vestían trajes de seda, muy endomingados, y cantaban canciones con una vocecilla amable y de cascabel.
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“Chindo”, en cuanto las vio venir, quiso despertarse, para decirles:
-Gentiles señoritas, ¿quieren que vaya con ustedes para enseñarles dónde hay un escalón, o dónde empieza el río, o dónde está la flor que adornará sus cabezas? Me llamo “Chindo”, estoy sin trabajo y, a cambio de mis artes, no pido más que un poco de conversación.
“Chindo” hubiera hablado como un poeta de la Edad Media. Pero “Chindo” sintió un frío repentino. Las tres niñas ciegas que bajaban por un sendero pintado de azul se fueron borrando tras una nube que cubría toda la tierra.
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“Chindo” ya no sintió frío. Creyó volar, como un leve vilano, y oyó una voz amiga que cantaba:
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Si t´agrada córrer mon,
algun dia, sense pressa…

“Chindo”, el perrillo de sangre ruin y de nobles sentimientos, estaba muerto al pie del majuelo de rojas y brillantes bolitas que parecían de cristal.
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Alguien oyó sonar por el cielo las ingenuas trompetas de los ángeles más jóvenes.
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Autor: Camilo José Cela - Premio Nobel de Literatura 1989
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PUBLICADO POR RICARDO MUÑOZ JOSÉ
http://linde5-otroenfoque.blogspot.com/2011/07/pequena-parabola-de-chindo-perro-de.html