Tu trato con los animales hablará de ti mejor que tus palabras -R.M.J.

jueves, 16 de junio de 2011

El mono científico, una historia inmortal.

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¿EL RAZONAMIENTO ESTÁ CON EL HOMBRE O ESTÁ CON LOS ANIMALES?

En cierta isla de las Antillas, había una vez una casa y junto a ella, un bosquecillo. En la casa moraba un viviseccionista, y en los árboles una tribu de monos antropoides. Vino a suceder que uno de éstos fue capturado por el viviseccionista, que lo tuvo un tiempo metido en una jaula en su laboratorio. Allí, el mono tuvo ocasión de espantarse mucho de lo que vio, pero también de interesarse profundamente por todo lo que oyó. Como tuvo la fortuna de escaparse en una fase temprana del experimento (que tenía el número 701), y de volver con los suyos con apenas una ligera herida en una pata, en conjunto pensaba que había salido ganando.
. Nada más volver, dio en llamarse a sí mismo doctor y empezó a importunar a sus vecinos con una pregunta: "¿Por qué no son progresistas los monos?".
-No sé qué significa progresista -dijo uno, y le arrojó un coco a su abuela.
-Ni lo sé, ni me importa -dijo otro, columpiándose de una rama próxima.
-¡Oh, calla ya! -gritó un tercero.
-¡A paseo con el progreso! -dijo el jefe, un viejo conservador partidario de la fuerza física-. Intentad portaros mejor siendo como sois.
. Pero cuando el mono científico consiguió estar a solas con los machos más jóvenes, le escucharon con más atención.
-El hombre no es más que un mono que ha medrado -explicó, colgando de la cola de una rama alta-. Al no disponer de un registro geológico completo, resulta imposible decir cuánto le tomó ascender, y cuánto nos tomaría a nosotros seguir sus pasos. Ahora bien, acometiendo enérgicamente en medias res un sistema mío propio, creo que conseguiremos asombrar al mundo. El hombre ha perdido siglos con la religión, la moral, la poesía y otras zarandajas; tuvieron que pasar más siglos hasta que llegó a la ciencia como es debido, y sólo se ha iniciado en la vivisección anteayer. Nosotros haremos al revés, y empezaremos por la vivisección.
-¿Y qué es eso de la vivisección, por todos los cocos?
. El doctor explicó en detalle lo que había presenciado en el laboratorio, y algunos de sus oyentes se mostraron encantados, pero no todos.
-¡Nunca había oído nada tan bestial! -exclamó un mono que había perdido una oreja en una riña con una tía suya.
-¿Y para qué sirve? -preguntó otro.
-¿Es que no lo veis? -dijo el doctor-. Viviseccionando a los hombres, descubriremos cómo estamos hechos los monos, y así progresaremos.
-¿Y por qué no viviseccionarnos unos a otros? -preguntó uno de los discípulos, de ánimo disputador.
-¡Qué vergüenza! -exclamó el doctor-. No pienso quedarme sentado escuchando estas cosas; por lo menos, no en público.
-¿Pero y si se trata de criminales? -preguntó el disputador.


-Resulta sumamente dudoso que exista algo como el bien o el mal: así pues, ¿de dónde sacaríamos a tus criminales? -repuso el doctor-. Además, el público no lo permitiría. Y los hombres sirven exactamente lo mismo: es el mismo género.
-Parece cruel para los hombres -dijo el simio con una sola oreja.
-Para empezar -dijo el doctor-, ellos dicen que nosotros no sufrimos y que somos lo que llaman autómatas; así que yo tengo perfecto derecho a decir lo mismo de ellos.
-Eso son tonterías -intervino el mono disputador-, y además, resulta autodestructivo. Si no son más que autómatas, nada pueden enseñarnos de nosotros mismos; y si nos pueden enseñar algo acerca de nosotros, ¡por todos los cocos!, entonces tienen que sufrir.
-Soy de tu opinión en buena medida -dijo el doctor-, y de hecho ese razonamiento es bueno sólo para las revistas mensuales. Admitamos que sufren. Bueno, pues lo hacen en el interés de una raza inferior necesitada de ayuda: nada puede haber más justo. Y además, sin duda haremos descubrimientos que les resultarán útiles a ellos mismos.
-¿Pero cómo vamos a descubrir nada -inquirió el disputador-, cuando ni siquiera sabemos qué tenemos que buscar?
-¡Que me corten la cola -gritó el doctor, irritado hasta perder la compostura-, si no eres el mono de mente menos científica de todas las Islas de Barlovento! ¡Saber qué buscar, estaría bueno! La verdadera ciencia no tiene nada que ver con eso. Se va viviseccionando, por si acaso; y si se descubre algo, ¿no es uno mismo el primer sorprendido?
-Tengo un último reparo -dijo el disputador-, y mira que no es que no piense que podría resultar bien divertido, pero los hombres son fuertes, y además tienen esas armas suyas.
-Por consiguiente, cogeremos bebés -concluyó el doctor.


Esa misma tarde, el doctor volvió al jardín del viviseccionista, sustrajo una de sus navajas por la ventana del tocador y después, en una segunda expedición, se llevó a su bebé del moisés de la habitación de los niños.
Se armó un buen jaleo en las cimas de los árboles. El mono de una sola oreja, que era un tipo bondadoso, acunó al bebé en sus brazos; otro le llenó la boca de nueces, y se dolió al ver que no se las comía.
-No tiene sentido común -dijo.
-Ojalá no llorara -dijo el mono de una sola oreja-, ¡se parece muchísimo a un mono!
-Basta de niñerías -dijo el doctor-, dadme la navaja.
Pero al oír esto, el mono de una sola oreja perdió el ánimo, le escupió al doctor, y huyó con el bebé a la copa del árbol de al lado.
-¡Anda y viviseccionate a ti mismo! -gritó el mono de una sola oreja.
Toda la tribu empezó a perseguirlo, chillando; el jaleo atrajo al jefe, que andaba por el vecindario, espulgándose.
-¿Qué está pasando? -gritó el jefe.
. Y cuando se lo hubieron contado, se pasó la pata por la frente, y empezó a dar voces:
-¡Por todos los cocos! ¿Qué pesadilla es ésta? ¿Cómo pueden unos simios rebajarse a tamaña barbaridad? ¡Devolved ese bebé a su sitio!
-No tienes una mente científica -le dijo el doctor.
-No sé si tengo una mente científica o no -replicó el jefe-, pero sí tengo un palo bien gordo y como le pongas una zarpa encima a ese bebé, te romperé la cabeza con él.
. Así que llevaron al bebé al jardín ante la casa. El viviseccionista (que era un estimable hombre de familia) se llenó de contento, y fue tal su alivio, que emprendió tres nuevos experimentos en su laboratorio antes de que hubiera acabado el día.
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Autor: Robert Louis Stevenson (1850-1894)
.R. L. Stevenson, autor de "La isla del tesoro", "El extraño caso del dr. Jekyll y Mr. Hyde", "Cuentos de los mares del sur", y otras novelas, dejó este relato traspapelado y permaneció inédito más de un siglo. Fue encontrado en una biblioteca y lo publicaron The Times Literary Supplement, y la revista "English Literature in Transition".
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PUBLICADO POR RICARDO MUÑOZ JOSÉ


http://linde5-otroenfoque.blogspot.com/2011/06/el-mono-cientifico-una-historia.html

domingo, 5 de junio de 2011

El pájaro campana; ave que levanta pasiones.

EL PÁJARO CAMPANA

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Cuando los árboles se miraban en las aguas del río y el sol ofrecía vida con su luz dorada, nació un pichón de bellísimo plumaje.
Los animales del bosque, al oír la melodía de sus trinos, le pusieron el nombre de Pájaro Campana.
Una mañana, que tenía en sí algo de divino, el pájaro de plumaje rojo y piquito negro salió de su nido, desplegó sus alas al viento y voló como una chispa alegre más allá de las nubes nacaradas.
Las ramas eran mecidas por el viento y los animales arrullados por los trinos del pájaro cantor, que volaba haciendo círculos en el espacio donde las nubes fueron barridas por el sol.
La noche tendió su manto sobre el bosque y el Pájaro Campana volvió a su nido bajo un cielo salpicado de estrellas.


A fines de la más límpida estación del año, cuando el bosque estaba como botánico en plenitud, llegó un gorila feroz desde el otro lado del río.
Aunque el Pájaro Campana no advirtió la llegada del cazador, los animales, escondidos tras las piedras y los troncos, atisbaban al gorila que ingresaba al bosque a paso marcial.
El vértigo de los días tristes aún no se presentó, por eso el sol resplandecía alegre, esperando que el Pájaro Campana volara por encima de los árboles, desgranando sus canciones cual racimos de flores.
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Esa misma mañana, el pájaro de plumaje rojo y piquito negro voló como un cometa de papel. Su corazón galopaba como un corcel y su sangre corría por sus arterias como un ganado de vacas en tropel. Sus ojos, que eran la luz de su conciencia, veían alejarse la vida y acercarse la muerte, mientras su canto hacía surcos en el aire.
El gorila, tendido sobre el follaje, escuchó el canto del Pájaro Campana. Alistó su fusil y, tras apuntar contra la llamita de fuego, presionó el gatillo y la bala desapareció en la carne vida del pajarito. Pero él, que tenía los huesos tenaces y los músculos fornidos, sólo aterrizó agónico sobre el césped, con una herida abierta en su a la izquierda, de donde le fluía la sangre a borbotones. Parecía una estrella diminuta apagándose en el bosque. La sangre se le confundía con el color de su plumaje y los latidos del corazón con los redobles del tambor.


El sol radiante, testigo del acto fúnebre, proyectó el espectro enorme e impresionante del gorila. La sombra cayó allí donde el pájaro se retorcía en suplicios de dolor.
-¡Muere ya! -gritó el gorila, con un bramido descomunal.
-No muero -replicó el pajarito-, porque hoy mismo nacen millares de pichones que tienen el color de mi plumaje...


El trágico espectáculo hizo que el sol se escondiera detrás de las nubes y las flores se marchitaran una a una.
Al precipitarse la noche, el gorila de corazón más duro que la roca y más frío que la muerte retornó a su guarida. La luna se descompuso en aspas fosforescentes y los animales decidieron vengar la muerte del Pájaro Campana.
Cuando la última estrella se apagó en el cielo, el gorila salió de su guarida, el fusil terciado a la espalda y las botas destalonadas. Sintió retorcijones en su panza y se echó a correr bosque adentro, articulando palabras que rebotaban en el silencio. Cortó la respiración en su punto más alto, aspiró hasta inflarse como un sapo y aligeró sus pasos para internarse cuanto antes en el bosque. Al cabo de un tiempo, se detuvo y miró en derredor; no se veía a nadie ni se oía un murmullo.
-Todo ha quedado sin vida -dijo, contemplando sus botas destalonadas.
Y en medio de un silencio insondable, los animales emprendieron su plan de imponer justicia en el bosque. Lo primero era cercar al gorila y después hacer..., hacer lo que vendría.
-¿Dónde están mis presas que no las veo? -dijo el gorila, con un tono de queja en su voz.
Las lágrimas ahogaron su mirada y el aliento se le hizo un nudo en la garganta. No sabía qué hacer, si quedarse o volver. Estaba cabizbajo y perniabierto, y su corazón, más grande que el puño de una mano, parecía estallar contra los huesos de su pecho.


Los animales avanzaron hacia donde estaba el gorila, la boca espumante y los ojos anegados. Había llegado el instante de la asonada final. El conejo lanzó un vibrante grito de ataque y los demás se lanzaron a la carga.
El gorila, a pesar de estar armado, no pudo retener al torrente de animales que se le abalanzaron con el ímpetu de una ola, pero así aprendió que el bosque no existen seres más poderosos que la inmensa mayoría.


Pasado el incidente, aquel lugar volvió a ser como antes: el jardín florido de la tierra, y el Pájaro Campana, que renació trinando versos de justicia, voló como una bandera victoriosa anunciando la libertad.
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Autor del texto: Víctor Montoya
Escritor boliviano


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Para escuchar la tradicional polca “Pájaro Campana”:
http://www.youtube.com/watch?v=8URX8PjWft8
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Fuente:
http://www.leemeuncuento.com.ar/montoya.html
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PUBLICADO POR RICARDO MUÑOZ JOSÉ
http://linde5-otroenfoque.blogspot.com/2011/06/el-pajaro-campana-ave-que-levanta.html