Tu trato con los animales hablará de ti mejor que tus palabras -R.M.J.

domingo, 20 de diciembre de 2015

Un cuento de Navidad que la Navidad no nos cuenta

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NERA, UN AMOR CON CUATRO PATAS

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OTRO CUENTO DE NAVIDAD..

Román, un señor mayor, vivía solo en un pequeño pueblo. Su mujer flotaba en el distante ayer desde que abandonó la vida, y Marga, la única descendiente, luego de casarse estableció residencia en una población cercana.

Dos años atrás, Marga le regaló al padre una perrita (que fuera abandonada y ella recogió en un camino), a fin de que lo acompañara en su soledad. Por el color del pelo Román la llamó Nera (negra, en italiano).
Román y Nera se tornaron inseparables. El vecindario poco tardó en habituarse a verlos pasar, enredados en largos paseos, y trocando miradas repletas de mensajes que sólo ellos entendían. La perra lo besaba en la cara y él le decía:
-¡Nunca te dejaré!
Román era feliz, Nera era feliz.
 

Sin embargo, la quebrantada salud del hombre le daba sustos cada vez más frecuentes; preludiando el desembarco de la parca presta a bajarle el telón de la existencia. Y cuando eso ocurriera, ¿qué iba a pasar con su perrita?

Un amanecer el pecho le jadeaba y el cuerpo no respondía. Una imprevista debilidad asociada a mareos conducente a las ansias de vómito, lo llenaban de un malestar general. Unos vecinos lo trasladaron al hospital más cercano. Fue ingresado de urgencia. Al mediodía Marga acudió a verlo. Su padre hallábase muy mal.
-Hija, llévate a Nera. No quiero que se quede sola.
-Pero papá, no va a pasar nada. Te curarás y todo seguirá igual.
Marga accedió al pedido paterno. La llevó con ella, y la dejó al cuidado de un pariente del esposo.

Nera se sintió sola. ¿Quién era aquella gente? ¿Por qué la habían traído a este sitio desconocido? ¿Dónde estaba Román?
 

Un lánguido atardecer Román cayó vencido. Como un pétalo desmayado murió en la cama del hospital. Sus días se apagaron de repente, esquivando el feo trago del sufrimiento. Se marchó sin que el dolor físico le alterara la calma.

Nera ignoraba que el amigo habíase ido de este mundo.

Debajo de un añoso árbol enterraron a Román. En el cementerio del pueblo se quedó para siempre. Una tumba de aspecto humilde, fijó el punto en el que la tierra guardaba su adiós. El otoño ya le cedía el turno al invierno.

Al despuntar el alba, Nera emprendió la huida. En silente retirada atravesó varias calles y tomó la carretera. Anduvo sin pausa bajo el tibio sol matinal. El cuerpo le vibraba con las ráfagas de viento producidas por el paso de los vehículos.
Enhebrando claridades y sombras, soledad y mutismo, recorrió unos cuarenta kilómetros sin otra meta que el deseo de llegar. Román la esperaba. Derribando distancia de ríspido asfalto consumió el trayecto.
Al entrar en la población que tan bien conocía, la noche desplegaba las negras cortinas del paréntesis nocturnal. Nera se dirigió a la casa.
 

Puertas y ventanas lucían cerradas. Ninguna luz, ningún rumor. La vivienda respiraba en manos de la mudez, parada en un bostezo de acongojado reposo. Un enigmático halo la cubría con una pegajosa sensación de desierto. La solitud ganaba terreno, e íbase apropiando de los espacios ya rendidos. ¿Román dormía o salió a dar un paseo? Nera decidió echarse en la puerta. Pronto el cansancio llamó al sueño, y el sueño cristalizó en descanso.
La entrante mañana llegó envuelta en un sol macilento, desganado, como si el planeta parpadeara vencido. ¿Román no regresó?

La perra rumbeó al parque que ambos solían ir, y donde el amigo la soltaba y ella corría dichosa. Román se reía. Ella, entre carreras y revolcones, enlazaba su alegría a la satisfacción de él.
Erró por el parque entero y nada; a Román no se lo veía. Otros perros, compañeros de juegos en días más felices, vinieron a su encuentro. Las personas conocidas, al acariciarla, la regaban con miradas de tristeza. Nera no entendía el matiz ni el motivo.
Deambuló todo el día por el pueblo buscando al amigo del alma.

La tarde ya se sacudía la luz en vuelo de despedida, y el crepúsculo que manejaba el pincel del instante, iba pintando el firmamento con un velo escarlata. El rúbeo resplandor de incendio agotado, se desplegaba en la amplia superficie. A Nera el aterrizaje de las tinieblas no la espantaron. Tenía hambre, tenía sed. ¿Dónde estará Román?
La casa continuaba igual a un cofre sellado. Sólo el vacío se movía. La vida desapareció por la brumosa abertura del pasado. El amor que allí tarareó mil latidos, era el marco de la desolación.
Se durmió debajo de un coche.

-Las jornadas pasaron acarreando otras jornadas, y ella en el estéril rastreo, sin ceder al desánimo que arreciaba desde el confín de la tentación. Solamente la nada respondía a su desvaído mirar.
-La pobre comía lo que encontraba y bebía en un charco.
 

Aparecieron flamantes días con idéntico resultado; ausencia. La figura de Nera perdió elegancia, los huesos le dibujaron la estructura, y su caminar era un encaje de movimientos enrevesados. Las personas captaban el drama y se entristecían al verla cruzar. Unos intentaron ganarse su confianza, otros quisieron recogerla a fin de darle un nuevo hogar. Pero ella no transigía. Meneando la cola cual bandera de agradecimiento, se marchaba en aras de la callada búsqueda. Entretanto, el debilitamiento íbale minando las fuerzas, y el temblor de sus ojos transmitía gritos de angustia.

Otros perros la atacaban y Nera no se defendía. ¿Cómo hacerlo cuando en ella sólo anidaba el amor? Los niños la perseguían tirándole piedras, y uno le pegó una patada que la perrita respondió con gemidos de dolor.

Arribó el invierno, y con el invierno la Navidad asomó el rostro. La gente diseñaba la noche más familiar del año. Todo desprendía colores, y los cantos navideños brotaban por doquier.
-¿Qué será la Navidad? -preguntábase Nera- Veo niños con otros perritos en los brazos, y juegan con ellos como si fueran juguetes nuevos. ¿Serán los regalos de Navidad?

Atrapada en el tejido de la memoria, sumida en la niebla de la descolorida realidad, Nera insistía en inmolarse en el ayer perdido. El sol se alternaba con la luna, y la perra sola, con el afán plantado adelante y el miedo empujando de atrás. Román vivía en la hondura de su mente, y una promesa con dulces palabras le resonaba sin sonido:
-¡Nunca te dejaré!
La inquietante soledad, el temor persistente, y los ruidos asustadores, la escoltaban en la inquebrantable marcha. ¿Por qué Román no volvía?

La nochebuena recaló trayendo estridencias. Las familias consumieron copiosas cenas, y entre largos brindis intercambiaron deseos de felicidad.

En el cielo fulgían las chispas sempiternas, a ras del suelo el frío azotaba sin prudencia ni proporción.
¿Y este olor? ¡Es el olor de Román! -repetía Nera al tiempo que afinaba el olfato.

Vino la hora de las despedidas, y la invitación a retornar cada cual a su casa, hacía sentir la llamada.

-¡Sí, huele a Román!
En la quieta opacidad avanzó guiada por el empellón olfativo.
 

El alcohol se alzaba como el dueño del momento, y las risas estremecían el nocturno sosiego. La gente desmarcábase de las reuniones, y emprendían el regreso a la tibieza hogareña.

-¿Y esas luces? ¿Por qué esas luces vienen hacia mí?
Las luces iban agrandando el tamaño en la medida que se aproximaban. De súbito enmudecieron las voces. Parecía que la vida habíase detenido. Nera procuró escapar a los faros precursores del vehículo, pero la rapidez motorizada… ¡Sintió un duro golpe! Su doloroso aullido, le puso música a la fuga del coche conducido por el exceso de alcohol.
La perrita quedó pataleando en el empedrado. Encogiendo y estirando al cuerpo en un intenso tiritar. Un amago de muerte la estremecía. El dilatado amplexo de la oscuridad la bañó con una marejada de silencio. Desde el techo de la noche las estrellas miraban compungidas.
El sufrimiento era atroz, hallábase presa de la desesperación. Mas, ¡debía seguir! El olor que alumbraba una dirección mantenía la espera. Se incorporó como pudo. La endeblez la atenazaba y las patas traseras no respondían. Un hilo de sangre le manaba de la boca. El costado le dolía por la rotura de una costilla. Empujada por el olfato, y con el espanto cavando hondo, se arrastró. Aunque se le partieran los huesos le urgía continuar. La oscuridad que revoloteaba con alas de cristal ahumado, la secundó en el martirizante esfuerzo.

A la mañana siguiente, 25 de diciembre, día de Navidad, hallaron a Nera muerta sobre la tumba de Román. El viento helado la envolvía con un cruel abrazo. Todo era paz. Román y Nera ya estaban juntos. En el hueco matinal se oía el vuelo de una frase:
-¡Nunca te dejaré!
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AUTOR, RICARDO MUÑOZ JOSÉ
http://linde5-otroenfoque.blogspot.com/2009/12/blog-post.html
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Este texto figura en el libro "Cuentos desiguales", editado por VOR Ediciones.
ISBN-13: 978-84-15598-92-3
Depósito Legal: M-21061-2013


TRADUCCIÓN AL FRANCÉS
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Nera et Román conte de Ricardo Muñoz José.

UN CONTE DE NOËL
.Román, un monsieur âgé vivait seul dans un petit village. Son épouse faisait partie du passé depuis qu’elle avait quitté ce monde et Marga, l’unique descendante, après s’être mariée, était allée vivre dans un village des alentours.

Deux ans auparavant, Marga avait fait cadeau à son père d’une petite chienne abandonnée, qu’elle avait recueillie en chemin, afin que celle-ci lui tienne compagnie dans sa solitude. Ils l’appelèrent Nera, à cause de la couleur de sa robe.

Román et Nera étaient inséparables. Le voisinage ne mit pas long à s’habituer de les voir se promener et échanger des messages qu’eux seuls comprenaient. La chienne lui faisait des bisous et Román lui répétait :
-Jamais je ne t’abandonnerai !

Román était heureux, Nera était heureuse. Pourtant, la santé capricieuse du monsieur était motif de soucis chaque fois plus fréquents. Cela présageait l’arrivée de la Grande Faucheuse, prête à baisser le rideau de l’existence. Et lorsque cela arriverait, qu’en serait-il de sa petite chienne ?

Un matin, à l’aube, Román éprouva de la difficulté à respirer et son corps ne répondait plus. Une faiblesse inopinée associée à des nausées et des vomissements lui causèrent un mal être général. Des voisins le conduisirent à l’hôpital le plus proche. Il y fut admis d’urgence. Marga vint le voir dans l’après-midi. Son père n’allait pas bien du tout.

-Ma fille, prends chez toi Nera, je ne veux pas qu’elle reste seule.
-Mais papa, tu verras, tout va s’arranger, tu guériras et tout rentrera dans l’ordre.

Marga exauça les vœux de son père. Elle prit la chienne et la laissa aux soins d’un membre de la famille de son époux.

Nera se sentit seule. Qui étaient ces gens ? Pourquoi l’avait-on amenée dans cet endroit ? Où était Román ?

Román, vaincu, finit par rendre les armes. Comme un pétale fané, il mourut sur son lit d’hôpital. Ses jours s’achevèrent d’un coup, faisant la nique à la souffrance. Il s’en alla sans que la douleur physique n’altère son calme.

Nera ne savait pas que son ami avait quitté ce monde.

Román fut enseveli sous un arbre centenaire. Le cimetière de son village serait sa demeure éternelle. Une tombe tout simple, qui pourtant gardait l’empreinte de ses adieux. L’automne était sur le point de céder sa place à l’hiver.

Au lever du jour, Nera fugua. En silence, elle s’engagea sur la route. Elle ne fit aucune pause sous le matin tiède. Son corps chancelait sous les rafales de vent produites par les voitures qui la croisaient. Elle parcourut ainsi une quarantaine de kilomètres alternant clarté et hombres, solitude et mutisme. Avec pour unique désir, celui d’atteindre son but. Román l’attendait. Le périple s’acheva à force d’asphalte ennemi.

Alors qu’elle pénétrait dans le village qu’elle connaissait si bien, la nuit déployait ses noirs rideaux tels une parenthèse nocturne. Nera prit le chemin de la maison. Les portes de même que les fenêtres semblaient fermées. Aucune lumière, aucun bruit. La maison respirait au son du silence, comme figée dans un bâillement de repos angoissant. Un halo énigmatique l’enrobait à l’effigie d’une poisseuse sensation de néant. La solitude gagnait du terrain et s’appropriait des espaces vaincus. Román dormait-il ? ou était-il en train de se promener ? Nera se coucha devant la porte. Bientôt la fatigue appela le sommeil et le sommeil se cristallisa en repos. Le lendemain matin, un soleil blafard, sans envie, fit son apparition, comme si la planète tout entière vacillait, vaincue. Román n’était pas de retour ?

La chienne se dirigea vers le parc où tous les deux avaient l’habitude de se rendre et où son ami la laissait courir en liberté, heureuse. Román riait. Elle, entre courses et cabrioles, faisait aller de pair son bonheur avec la satisfaction de Román.

Elle erra dans le parc, sans succès ; Román était invisible. D’autres chiens, compagnons de jeux d’une période plus joyeuse, vinrent à sa rencontre. Les personnes qui la connaissaient la caressaient en lui prodiguant des regards empreints de tristesse. Nera n’en comprenait pas la signification. Elle déambula toute la journée à la recherche de son ami de cœur.

L’après-midi, en guise d’au revoir, se délestait, déjà, de la lumière et le crépuscule qui tenait le pinceau du temps commença à peindre le firmament d’un voile écarlate. Le rouge éclat de cet incendie contenu se déployait alentour. Nera ne fut pas effrayée par l’arrivée des ténèbres. Elle avait faim, elle avait soif. Où donc était passé Román ?

La maison paraissait un coffre-fort scellé. Seul le vide semblait en mouvement. La vie avait disparu par la brumeuse ouverture du passé. L’amour qui avait palpité des milliers de fois n’était plus que la marque de la désolation.

Elle s’endormit sous la voiture.

Les journées s’enchaînaient et elle dans ce sillage stérile ne cédait pas au découragement qui redoublait aux frontières de la tentation. Le néant, seul, répondait à son regard vague.

La pauvre, elle se nourrissait de ce qu’elle trouvait et elle buvait l’eau des flaques. Des journées resplendissantes firent leur apparition, mais le résultat était toujours le même : l’absence. Nera perdit de son élégance, ses os commencèrent à redessiner sa silhouette et sa démarche ne fut plus qu’une succession de mouvements saccadés. Les gens percevaient son drame et s’attristaient de la voir passer. Certains essayaient de gagner sa confiance, d’autres voulurent la recueillir afin de lui offrir un nouveau foyer. Mais elle ne transigeait pas. Son fouet agité en guise de bannière reconnaissante, elle poursuivait sa quête silencieuse. Mais ses forces étaient minées par la faiblesse et le tremblement de ses yeux n’était que cris d’angoisse.

Des chiens l’attaquèrent, Nera ne se défendait pas. Comment aurait-elle pu, en elle il n’y avait qu’amour ? Les enfants la pourchassaient en la caillassant, il y en eut même un, qui lui décocha un coup de pied, auquel elle répondit par un gémissement de douleur.

L’hiver arriva et avec lui, Noël. Les gens organisaient déjà la nuit familiale par excellence. Tout n’était que couleurs et les chants de Noël résonnaient de partout.

-C’est Noël ? se demandait Nera. Je vois des enfants avec des petits chiens dans les bras et ils jouent avec eux comme s’il s’agissait de nouveaux jouets. Ce sont peut-être les cadeaux de Noël ?

Engluée dans les toiles de la mémoire, plongée dans la brume de la fade réalité, Nera continuait de se torturer dans un passé perdu. Le soleil avait fait place à la lune. La chienne était seule, le désir la poussant et la peur la retenant. Román vivait dans les tréfonds de sa mémoire et une promesse faite de douces paroles retentissait sans bruit.

-Jamais je ne t’abandonnerai !

L’inquiétante solitude, la peur persistante et les bruits effrayants l’escortaient dans sa marche inébranlable. Pourquoi Román n’était-il pas de retour ?

La nuit de Noël amena avec elle toutes les excentricités. Les familles engloutirent de copieux repas et au cours d’innombrables toasts échangèrent des vœux de bonheur. Dans le ciel jaillissaient les étincelles éternelles et au ras du sol le froid fouettait sans relâche.

Et cette odeur ? C’est l’odeur de Román ! répétait Nera en aiguisant son odorat.

Vint l’heure des adieux et la promesse de revenir l’an prochain.

-Oui, c’est l’odeur de Román !

Dans la douce opacité, elle avança, comme guidée. L’alcool avait pris possession des lieux et les rires faisaient trembler la quiétude nocturne. Les gens commençaient à rentrer dans leur foyer.

-Et ces lumières ? Pourquoi se dirigent-elles sur moi ?

Les lumières devenaient de plus en plus grandes à mesure qu’elles approchaient. Soudain, les voix se turent. On aurait dit que la vie était suspendue. Nera tenta d’échapper aux phares avant-coureurs de la voiture, mais elle allait si vite … Elle ressentit un coup violent ! Son hurlement retentit comme une musique alors que la voiture ivre prenait la fuite. La petite chienne gesticulait sur les pavés. Tantôt recroquevillé, tantôt raide son corps était saisi d’intenses convulsions. La main de la mort la saisissait. L’obscurité la baigna de sa houle silencieuse. De la voûte céleste, les étoiles regardaient, contrites.

Aux prises avec le désespoir, la souffrance était atroce. Ce n’était que le début ! Une odeur, pourtant, qui indiquait une direction disait d’attendre. Elle se redressa tant bien que mal. La faiblesse la tenaillait et ses pattes arrière ne répondaient plus. Un filet de sang perlait de sa gueule. Elle avait une côte cassée et toute cette partie était endolorie. Contrainte par son flair et l’épouvante de plus en plus présente, elle se traîna. Quitte à ce que ses os ne se rompent, elle devait continuer. L’obscurité de ses ailes de cristal noircies voltigeait tout en la soutenant dans son effort martyr.

Le lendemain matin, 25 décembre, jour de Noël, on retrouva Nera, morte, sur la tombe de Román. Un vent gelé l’embrassait de sa cruelle étreinte. Tout n’était que paix. Román et Nera étaient ensemble. Et dans le vide de ce matin-là, on pouvait entendre portées par le vent les paroles d’une phrase :

-Jamais je ne t’abandonnerai !


RICARDO MUÑOZ JOSÉ
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Traduit de l’espagnol par M.S. .© les animaux maltraités. Tous droits réservés..
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