Tu trato con los animales hablará de ti mejor que tus palabras -R.M.J.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Fernando, el perro que venció al olvido - Resistencia, Argentina

Esta historia comenzó al despuntar la década del 50, un día que el recuerdo no ha registrado. En Resistencia, capital de la provincia del Chaco, apareció un forastero con una guitarra al hombro, y un perrito blanco que no se despegaba de su lado. El hombre entró a una humilde pensión, y con voz serena preguntó si ahí se podían hospedar él y su perro. El dueño, tras mirarlo de reojo, le respondió:
-Si vos no cantás y el perro no ladra, pueden.
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Jornadas después, el artista ambulante del cansancio pasó al descanso eterno. El propietario de la pensión se quedó frío con un cadáver aún caliente. La Municipalidad dio sepultura al cantor desconocido. En tanto, el dueño y algún vecino, compasión en ristre, resolvieron quedarse con el perro. Vano intento. El perrito no se sometía a nadie y al instante tomó la ciudad como su casa.
Poco a poco aquel valiente cuzquito de espíritu callejero, se fue adueñando del cariño de la gente. Sus andanzas y alegría calaron hondo, pues entregó su amistad a los niños y su compañía a los ancianos. Pero seguía siendo libre. De todos obtenía buen trato, y respeto por la libertad que demandaba.
Mas, un aciago día, al perrito blanco lo atropelló un automóvil, y lo dejó a orillas de la muerte. Los niños quedaron estupefactos y doloridos. Ellos sabían que el perro necesitaba un doctor, y sólo conocían a Pipo Reggiardo (un médico que en la Plaza Belgrano, a veces jugaba un ratito a la pelota con ellos). Se lo llevaron. El doctor Reggiardo lo auxilió con presteza, y, al tratarse de un animal sin dueño, lo "internó" en su consultorio adentro de una caja de cartón. La entrega del médico y el preciso tratamiento, en pocos semanas consiguieron la total recuperación.
El animalito volvió a la calle enarbolando su natural propensión a la amistad.
Así, el simpático vagabundo, fue dejando tras de sí una estela de modestia, agradecimiento y saber estar.
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Sin embargo, no es posible interpretar la historia de este perrito, sin conocer a su amigo del alma: el cantante Fernando Ortiz.
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(Fragmentos de una larga entrevista concedida por el cantor unos años antes de su fallecimiento)
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-Lo conocí en el 51 en el Bar Los Bancos, junto a la plaza. Era un perrito blanco, chiquito, y
tenía más o menos un año. Cuando lo vi lo comparé con un capullo de algodón. No lo llamé, pero él vino directamente a echarse a mis pies. Los mozos me preguntaron si molestaba. Les respondí que no. Se quedó a mi lado, y cuando salí me siguió hasta el Hotel Colón, donde yo vivía. A la mañana siguiente lo encontré debajo de mi cama. Como hacía calor y no cerraba la puerta, seguramente entró mientras dormía. Entonces lo bañé, le di de comer, y comenzó la amistad.
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-En el hotel, al principio, yo disimulaba su presencia. Hasta que Coco Lucas, el dueño, lo descubrió. Coco, conmovido por mi mirada y la mirada del perrito, en vez de echarlo le hizo colocar una cucha para que pudiera descansar.
-Yo actuaba en Los Bancos con una orquesta, y cuando actuábamos, el perro se iba a echar detrás del piano. No se separaba de mí. A la salida, siempre me ladraba de manera especial. Yo sabía que era su forma de invitarme a la Plaza San Martín, donde cumplía una especie de rito: perseguir a los gatos. No los agredía. Jugaba corriéndolos.
-En una oportunidad hubo una reunión de artistas. El perro se sentó junto a mí en la punta de la mesa. Los muchachos decidieron ponerle mi nombre. Él respondió bien al nombre de Fernando y jugó con todos ellos. En la amistad era como los humanos. A mí me parecía un ser humano vestido de perro.
-A Fernando le gustaban mucho los picantes y el azúcar, y eso no podía ser bueno para un perro. Como era blanco se ensuciaba mucho, y en cualquier casa lo bañaban. Hasta tres o cuatro veces por semana. Y eso tampoco podía ser bueno para un perro.
-Una noche que hacía mucho frío se me ocurrió darle grappa con azúcar. Al principio no le gustó, pero al rato, empezó a pedir más. Cuando nos fuimos, le costó bajar de la silla, y caminaba de costado, borracho.
-De vez en cuando visitábamos a un gran amigo; el pintor René Brusseau. Fernando se hizo muy amigo de René. Otro de sus amigos fue el escultor, Víctor Marchese. Con Juan de Dios Mena, iba al Fogón de los Arrieros. En el Fogón, lo aceptaron y lo hicieron socio de la institución. Allí destacó como crítico musical. Su mayor virtud era su oído. Como nadie captaba la belleza de los sonidos.
-Para él lo fundamental era la noche. Recorría el Bar Sorocabana, el Bar Los Bancos y el Club Social. Y si oía música se acercaba. La música le encantaba. Pero si no le gustaba algún artista se iba. Y la gente lo seguía.
-No se perdía ninguna fiesta. En los conciertos se colaba y se iba a echar cerca de la orquesta, o del solista. Cuando meneaba la cola aprobaba la actuación, pero ante las pifias gruñía, y a veces aullaba. Él nunca fallaba. Y los músicos admitían haber metido la pata en el punto indicado por el perro. Era un crítico riguroso. Y ninguno se atrevía a pedir que lo pusieran de patitas en la calle, porque la gente se fiaba de su oído.
-Recuerdo que el maestro, Hermes Peresini, eximio violinista, sabía ponerlo a prueba. Tocaba un fragmento de la Czardas, de Monti, y en algún momento colocaba mal alguna nota. Fernando respondía dando un salto y se ponía a gruñir, mientras el maestro se reía. El perro tenía un oído musical muy desarrollado. Quizás esa fue la herencia que le dejó el artista que lo trajo a Resistencia.
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Como perro que era, Fernando se ceñía a su código de costumbres: pernoctaba en la recepción del Hotel Colón (en ocasiones en El Viejo Rincón), a primera hora de la mañana entraba con los empleados al Banco de la Nación, y se dirigía al despacho del gerente, donde éste le hacía servir el desayuno: café con leche y medialunas. Después iba a visitar la peluquería de al lado del Bar Japonés. A continuación, dormía un rato en el Sorocabana sin que nadie lo molestara. Almorzaba en El Madrileño (junto al Sorocabana). En casa del doctor Reggiardo hacía la siesta (un ladrido y un arañazo a la puerta era la contraseña para entrar). Y tras la siesta cruzaba a la Plaza 25 de Mayo, a divertirse hostigando a los gatos. Al atardecer corría al Bar La Estrella, a merendar lo que le daban los dueños y la clientela.
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En La Estrella, le ocurrió un desagradable episodio cierta vez que un "chistoso", pasado de vinos, le pegó una patada. A su aullido de dolor replicó, Alberto Rulli (cantor y dibujante), increpando fieramente al agresor. Y atrás de Rulli, llegó Deolindo Bittel (el que fuera dos veces gobernador de la provincia), a quien hubo que frenar para que no la emprendiera a golpes. La trifulca se saldó con la expulsión del tipejo, y con Fernando comiendo maníes bajo una mesa.
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No obstante, fue en el Bar Japonés dónde vivió su más dura experiencia. Fernando habíase enamorado de una perrita del vecindario. Un día copularon quedándose abotonados en la puerta del bar. Los presentes los espantaban, y, al no conseguir que se desengancharan, alguien les arrojó agua hirviendo, que Fernando recibió de lleno en el lomo, en tanto otro le asestó una cuchillada en un costado.
Envuelto en sangre lo transportaron al Club Social, donde el doctor Reggiardo lo atendió de urgencia. Después, fue alojado en el Club Progreso. Lo cuidaron con dedicación y ternura. Cual respuesta a la cruel agresión, el amor de la gente hacia su perrito salió a la superficie: a toda hora niños y mayores se aproximaron al club, ansiosos de conocer la evolución curativa del animal. De este modo quedó bien claro, que tenía muchos amigos pero ningún dueño.
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Fernando volvió a callejear por la ciudad. No hubo evento artístico o social que no contara con su asistencia. Todo le atraía: fiestas, tertulias, conciertos, espectáculos, bailes populares, y él, sirviéndose de su don para hacerse querer, recalaba en cualquier reunión.
Con su presencia alegró bodas y cumpleaños, y fue motivo de orgullo para aquellos que lo recibían en sus casas.
En los velorios pasaba otro tanto; si asistía era un honor, pero si no aparecía derivaba en desdoro para el fallecido y sus familiares.
En las exposiciones pictóricas, los organizadores temblaban al verlo entrar. Si Fernando recorría la sala y luego se echaba en un rincón, todos contentos. Mas, si se marchaba, el pintor ya podía descolgar sus cuadros.
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ALGUNAS DE LAS ANÉCDOTAS QUE LO LLEVARON AL BRONCE
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En 1954 (y en un momento de alarma social, pues habíanse producido muertes de niños por mordeduras de perros), la vacuna antirrábica llegó al Chaco. Se estableció la obligatoriedad de vacunar a todos los canes. En la Municipalidad se llevó a cabo el cometido, y a la Municipalidad acudió Fernando sin que nadie lo llevara. Por propia voluntad dejó que el doctor Andreu lo inmunizara. Tal actitud, impropia en un animal, obtuvo su justo premio: le concedieron la patente número uno, y lo nombraron "Primer perro civilizado de Resistencia".
Sin embargo, la patente número uno ni el título de "Perro civilizado", lo libraron de un aciago incidente. Una mañana, los hombres de la perrera lo cazaron, y medio dormido lo introdujeron en la jaula del camión. Mas, la providencial intervención de Tatalo Dominguez (campeón chaqueño y argentino de boxeo) y de Moisés Zaín (promotor de espectáculos artísticos y deportivos) trastocó las cosas, porque además de reprender a los perreros, instaron a otras personas a unirse a la protesta. Se armó un alboroto. Hasta que una mano anónima abrió la puerta de la jaula. Entre los aplausos y las risas de la gente, Fernando, como un balazo se metió en el Sorocabana seguido por el resto de perros capturados.
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En el Bar La Estrella, una noche de invierno oíase una audición de tangos, que el bullicio y la humareda no invitaban a escuchar. O al menos eso pensó uno de los dueños del bar, ya que apagó la radio. Al instante retumbaron los ladridos de Fernando. Se hizo un breve silencio. Conectaron nuevamente el receptor. El perro se calló y se tumbó junto al mostrador a deleitarse con la música.
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Una mañana muy temprano, la Plaza 25 de Mayo tembló con los ladridos de Fernando. Los taxistas que estaban en la parada acudieron a ver qué ocurría, y encontraron un señor mayor tirado en el suelo. Uno de los taxistas, hábil en primeros auxilios, le practicó ejercicios de reanimación. Luego, en uno de los taxis llevaron al anciano al Hospital Perrando. A Fernando le impidieron el paso, mas él quedó merodeando. Los taxistas regresaron contentos; el señor, que había sufrido un infarto, se salvó.
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Aún se recuerda su "colaboración" con el Coro Polifónico de Resistencia (galardonado dos veces en certámenes internacionales en Italia: Arezzo-1968, y Pescara-1974). Ocurrió en el Teatro Sep. Iba a dar comienzo la función y Fernando subió al escenario. Miró uno a uno a los cantantes, y luego de agitar la cola ante la mítica directora, Yolanda de Elizondo, fue a tenderse al lado de la candileja. La señora de Elizondo captó el mensaje de anuencia e inició la actuación.
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Durante una representación teatral, y en el momento que la protagonista era acosada por un hombre-lobo, Fernando entró en escena y lamió la cara de la actriz, Delma Ricci, tal si le dijera:
-No tengás miedo, aquí estoy.
En ese punto concluyó la obra. El perrito conoció el aplauso.
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Cuenta el periodista y escritor chaqueño, Mempo Giardinelli:
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-El 57 o el 58, visitó Resistencia un famosísimo pianista polaco apellidado, Pederewsky, y ofreció un único concierto en el Teatro Sep, y por supuesto mis padres me llevaron. La sala estaba repleta, y Fernando se acomodó bajo el piano de cola (los organizadores siempre explicaban a los músicos visitantes de la ineludible presencia del cuzquito). Y a la vista de cientos de personas, se diría que Pederewsky y Fernando comenzaron el concierto. Nunca alvidaré la impresión de aquel público, cuando en medio de una sonata de Beethoven, Fernando se puso de pie alzando las orejas y soltó un gruñido. Pareció que el mundo se detenía, pero Pederewsku, todo un profesional, siguió como si nada. Hacia el final nuevamente el perrito sacudió las orejas y miró fijo al pianista, como diciéndole:
-Oiga, la está pifiando.
Entonces, Pederewsky, con europea elegancia, detuvo las manos, miró al perrito y le dijo en duro castellano:
-Tiene razón, equivoqué dos veces.
Hizo un da capo y repitió la sonata, que le salió perfecta. El concierto acabó con una ovación, un par de bis, y el discreto mutis de Fernando.
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(A la siguiente anécdota, mucho tiempo se la consideró otra versión de la anterior. Hasta que, Miguel Devoto -un marxista que en aquellos años se atrevía a decirlo-, lo aclaró pues él fue testigo presencial)
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-Un afamado violinista europeo, en tournée por el noreste del país, se presentó en el Teatro Sep. Fernando asentó su alba figura entre la primera fila y el escenario. El concertista tocaba con dulzura, y el perro, como buen melómano, disfrutaba con la música. De pronto abrió los ojos, levantó las orejas y lanzó un aullido. El músico había errado unas notas y el animal lo percibió. El hombre, contrariado, interrumpió la actuación, abandonó el escenario, y entre bambalinas exigió la inmediata evacuación del perro. La respuesta, muy a la chaqueña, fue tajante:
-Fernando sabe lo que hace -le dijo uno de los responsables.
-Así que, tocás bien o el que se va sos vos -agregó otro.
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Agonizaba la década del 50, y a fin de inaugurar unas obras visitó Resistencia el presidente del país, general Aramburu (militar golpista). En el Club Social se organizó un acto. Comparecieron el presidente y las autoridades provinciales. Aramburu ocupó la cabecera de la mesa, y a su derecha se sentó el gobernador. De repente, sobre el alfombrado apareció Fernando. Su irrupción provocó estupor, murmullos y risas. Entonces, ante la confusa mirada de Aramburu y su séquito, el gobernador se puso de pie, y tal si presentara un embajador en el Vaticano, dijo en voz alta:
-Señor presidente, el perro Fernando.
Fernando miró a todos y se retiró. Él no comulgaba con el poder.
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René Brusseau (prestigioso artista plástico) y Fernando, establecieron una agradable relación de amistad. Muchas veces el perro le hacía compañía en su estudio mientras él pintaba. Mas, una tarde del año 1956, Fernando salió a la calle poseído de una repentina urgencia. Sus ladridos y movimientos extrañaron a la gente. Comprendiendo que algo pasaba, varias personas entraron al estudio, y encontraron tirado en el suelo el cuerpo sin vida del pintor. Su mano izquierda aún sujetaba la paleta.
Se ignora cómo, pero Fernando supo que René iba a ser velado en el Fogón de los Arrieros. Cuando el vehículo fúnebre llegó con el cuerpo, el perro estaba esperando.
Pasó la noche junto al ataúd del amigo. Al otro día acompañó el cortejo. Tras el entierro, todos abandonaron el cementerio. Pero, Fernando no; él se quedó unas horas más.
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Los perros abrazan una vida breve, y Fernando no podía escapar a ese designio. La mañana del 28 de Mayo de 1963, Chacho Escalante (taxista amigo de artistas y bohemios), el que tantas veces lo llevó a los bailes donde actuaba, Fernando Ortiz, lo halló agonizando delante del Banco Español. A las pocas horas Fernando se marchaba de la vida, dejando su ejemplo de soledad y amistad. Al conocer su muerte, Resistencia se hundió en la tristeza. El amado perrito se había ido, aflorando en los pechos la más tiernas palpitaciones.Su funeral detuvo la ciudad. El pueblo, enternecido, lloraba su pérdida. Lo sepultaron en la puerta del Fogón de los Arrieros (institución de la que era socio de honor). Fue una ceremonia solemne. Una compacta multitud cubrió la calle, para darle un sentido adiós al perrito más querido. Algunos comercios bajaron sus persianas. Las viviendas vestían crespones en sus frentes. La Banda Municipal ejecutó una marcha fúnebre. Las campanas de la Catedral tocaron a muerto. Los poetas desgranaron versos por él. Los artistas, compungidos, se encerraron en el silencio. Después, la vida continuó. Fernando ya formaba parte de la historia de Resistencia.
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En su tumba, la gente del Fogón de los Arrieros puso una escultura y una placa recordatoria con esta leyenda:
"A Fernando, un perrito blanco que errando por las calles de la ciudad despertó en infinidad de corazones un hermoso sentimiento".
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A su vez, el escultor, Víctor Marchese, lo inmortalizó en una estatua de bronce (instalada en una esquina de la Casa de Gobierno). Al acto de inauguración acudió el gobernador de la provincia.
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Transcurrido un tiempo, Víctor Marchese explicó porqué la escultura está situada de espalda a la Casa de Gobierno:
-Fernando era un libertario. Nunca se sometió a ningún poder. Por eso nadie lo vio entrar a una iglesia ni a ninguna comisaría. Estar de espalda al poder refleja su verdadero espíritu.
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Al derivar en bronce, la BBC de Londres homenajeó a Fernando, emitiendo una crónica del periodista Arturo Barea.
Se publicó un libro: "Fernando, un perro de verdad", de Hugo Ditaranto, traducido al italiano, griego y ruso.
El notable cantaautor, Alberto Cortés, en su canción Callejero, lo hizo poesía y lo hizo música:
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Era un callejero con el sol a cuestas,
fiel a su destino y a su parecer.
Sin tener horario para hacer la siesta
ni rendirle cuentas al amanecer.
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También su historia se paseó en una pieza de títeres, por salas de Resistencia y escuelas de la provincia.
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Ahora se habla de llevar su vida al cine.
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En el diario La Capital, de Rosario, Mario Candioti escribió, El perro que se convirtió en el mito de un pueblo:
"La historia de Fernando, el inolvidable perro que se transformó en personaje popular, no puede dejar de ser contada. El 28 de Mayo de 1963 dio su último salto, su último ladrido, pero la ciudad lo evoca y lo nombra, al punto de conmemorar cada aniversario de su desaparición. Y a la distancia, es inevitable el recuerdo de Fernando Ortiz":
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-Cuando murió vinieron a mi casa a avisarme. Yo no quise asistir. Era un golpe demasiado grande para mí. Lo lloré mucho. Hasta los gatos de la Plaza San Martín, que Fernando acostumbraba perseguir, ese día lloraron por él.
Esa noche, con la calle ya desierta, fui a su tumba a explicarle mi ausencia. Volví a llorar. Creo que Fernando lloró conmigo. Está enterrado frente al Fogón de los Arrieros. Pienso que él también habría escogido ese sitio para descansar.
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En Resistencia (llamada "ciudad de las esculturas", por las casi quinientas esparcidas por sus calles, avenidas, plazas y parques), el perro Fernando posee dos estatuas esculpidas con la fuerza del amor: la de su sepultura en la vereda del Fogón de los Arrieros, y la más significativa delante de la Casa de Gobierno. En las dos, cada 28 de Mayo, aparecen ofrendas florales depositadas por manos anónimas.


Hoy, al viajero que nos visita, un gran cartel en la vía de acceso lo saluda con estas palabras:Bienvenido a Resistencia, la ciudad del perro FernandoEs el reconocimiento de todo un pueblo, a aquel perrito vagabundo que vivió con nosotros en los años 50 y comienzo de los 60, y que a todos supo robarnos el corazón.
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Ricardo Muñoz José
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Las fotos que ilustran el texto fueron tomadas de:
http://www.chaco.com.ar/ y de http://travel.webshots.com/

Reminiscencia elaborada con la historia y las imágenes tomadas de Internat.

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3 comentarios:

Carlos Vásquez dijo...

Una gran bienvenida a este texto sobre el perro legendario que se quedó en el corazón de una comunidad.

Lo había leído antes, y es curioso como cada nueva lectura me trae nuevas perspectivas y definitivamente, me gusta más.

Carlos Vásquez
Periodista y escritor

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Osvaldo Quintana Vián dijo...

Un solo comentario a todo el articulo:
Alberto Cortez no se inspiró en el Perro Fernando para escribir Callejero...

La unica canción que conozco dedicada si exclusivamente a Fernando, es el que escribiera Carlos Castellani y se llama "Fernando, un perro singular"

Atentos saludos.-

PD.: pueden buscar en las redes sociales la referencia de "Fernando, un perro singular" de Charly Castellani para disfrutar del tema.