MUCHAS VECES LA FELICIDAD NAVEGA EN EL RECUERDO, PERO EL DOLOR QUE CONLLEVA DERIVA EN UN RECLAMO QUE NO LO LAVA NINGUNA LÁGRIMA
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Hola amigo:
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¿Cómo estás? Deseo de todo corazón que te encuentres bien.
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Si recibes este mensaje, espero me perdones si rompe tu paz de espíritu o si te incomodan los recuerdos que mis palabras puedan traer. Por la amistad que un día tuvimos, no podía desaprovechar la oportunidad que me han dado para poder despedirme de ti.
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Han pasado muchas lunas desde que te vi por última vez. Inclusive, han ocurrido muchas cosas. Durante todo este tiempo, he podido repasar vivencias que pasamos juntos. Aún recuerdo la primera vez que nos vimos. Tú eras un macho humano, joven, alegre, lleno de vitalidad, y yo un cachorro de unas pocas lunas. Recuerdo cómo me pusiste entre tus brazos y mientras yo te lamía la cara lleno de alegría y emoción, me acariciabas la cabeza.
Al principio me costó captar tu lenguaje y tú también tuviste problemas para comprender el mío, pero superamos el impasse y nos fuimos entendiendo. A pesar de los primeros destrozos, nunca te enfadaste y siempre me ofrecías un mimo conmovedor.
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Pacientemente aprendí a sentarme y a tumbarme cada vez que me lo pedías, o mientras esperaba en la calle si entrabas en algún sitio a buscar cosas. Corrimos muchas veces juntos por el campo. Dormía contigo y yo era el que trataba de animarte cuando estabas triste o cansado.
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Con el tiempo vinieron a casa algunas hembras de tu especie. A unas les gustaba y me sacabais de paseo. A otras no les caía tan bien y durante algunas lunas parecías olvidarte de mí. Eso no me importaba porque te veía feliz y eso me hacía feliz.
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Un día llegó una hembra que no se marchó nunca más. Yo te había confiado mi vida; todo mi futuro dependía de ti y de tu nueva compañera. A ella no le agradaban mucho los de mi especie, pero aún así intenté gustarle y obedecerle en todo momento, al igual que contigo.
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Poco a poco me fuiste apartando. Pasabas menos tiempo en casa y más en ese sitio que llamabas trabajo. Tu compañera tampoco tenía mucho tiempo para dedicarme porque siempre estaba ocupada. Tan sólo alguna salida rápida para hacer mis necesidades y una carrerita yo solo. No mostraban ganas de jugar conmigo. Así pasaron muchas salidas y puestas de sol. Cuando te veía triste ó abatido me acercaba a ti intentando consolarte, mas tú me apartabas con un pequeño empujón y me decías: “Ahora no chico. Estoy cansado”. Yo me separaba obediente y me iba a mi rincón pensando qué podía hacer para que estuvieras contento. Me dolía el alma verte tan abatido.
. Después llegó tu primer cachorro. Un nuevo miembro en la familia, al que me propuse proteger y cuidar como si fuera mi cachorro. Desde el primer día quise estar pendiente de él a fin de que no le pasara nada, pero tu compañera no veía con buenos ojos que estuviera tan cerca. Tenía miedo que le hiciera daño. Cómo se notaba que no me conocía, ni intentaba conocerme.
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Yo, que habría dado mi vida por defender la de tu pequeño cachorro, la de tu compañera, y por supuesto, la tuya, fui arrinconado en un cuarto donde pasaba la mayor parte del día, solo, sin poder disfrutar de vuestra compañía que era lo único que deseaba. Tú, que eras mi guía y mi Dios, no hacías nada para que la situación cambiara. Me ignorabas. Ya no era tu mejor amigo. Ahora parecía un estorbo para ti. Desde mi cuarto, a veces, podía oír las acaloradas discusiones con tu compañera, por mi culpa. Oía palabras que no comprendía qué significaban: “¿Hacer con él qué…? No podemos… No puedo, está conmigo desde que era pequeñito....”
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Un día, cuando el sol estaba más horas en el cielo, pusiste un montón de cosas en tu maquina de viajar, hiciste subir a tu compañera y a tu cachorro que ya sabia andar y hablar. A mí me montaste en la parte de atrás, en medio de los bártulos. Sospeché que nos íbamos de viaje. ¡Qué bien! ¡Otra vez volvíais a contar conmigo! ¡Por fin toda la familia saliendo a pasear juntos!
. Después de unas horas de viaje, paraste en un sitio para dar de beber a tu maquina de viajar. Tu compañera y el cachorro entraron en el edificio lleno de gente. Tú me abriste la puerta trasera para que pudiera salir a correr un poquito y estirar mis patas, tal cual habíamos hecho siempre que salíamos en un viaje largo. Me llevaste a la parte de atrás del edificio, cerca de un pequeño campo. Me sacaste la correa y me animaste a que echara unas carreras y hacer pis. ¡Era estupendo! ¡Volvías a preocuparte por mí!
Al rato, luego de desfogarme un poco, levanté la cabeza buscándote en el lugar donde habías quedado, pero no estabas. Salí corriendo rumbo al punto donde bebía tu maquina. Era extraño. Tú siempre me llamabas cuando querías partir y yo acudía veloz a tu llamada. Sin embargo, esta vez no me habías llamado. Seguramente porque confiabas en mí y sabías que al no verte, iría a tu encuentro.
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Corrí pensando en tu extraña actitud, y, al dar la vuelta en la esquina del edificio pude observar cómo se alejaba tu maquina de viajar. Empecé a llamarte con mis ladridos al mismo tiempo que apuraba mi carrera. “¡Eh, amigo, te olvidas de mí!”. Gritaba y gritaba mientras seguía corriendo con más fuerza. A través del cristal trasero de la maquina pude ver que tu cachorro me hacia señales con la mano, a la vez que de sus ojos salía ese líquido que llamabais lágrimas. No entendía nada. ¿Por qué estaba llorando tu cachorro? ¿Por qué te habías olvidado de llamarme? ¿Por qué? ¿Por qué?
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Continué llamándote y corriendo esperanzado en que notaras mi ausencia. A mi lado pasaban veloces muchas maquinas de viajar, y tuve miedo que me hicieran daño. Entonces pensé que lo mejor sería regresar al sitio donde habíamos parado, y esperar allí a que volvieras a recogerme. Me situé un poco apartado, debajo de un árbol para protegerme del sol. Desde allí veía perfectamente las maquinas que paraban.
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Llegó la noche y tú no aparecías. Yo estaba nervioso porque allí no conocía a nadie.
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Atrás de esa noche vinieron varios días y varias noches más. No podía explicarme tu tardanza en volver. ¿Y si no sabias regresar a buscarme por que te faltaba ese papel llamado mapa?
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En tanto, insistía en la espera. Las personas que atendían a los que allí paraban, me dieron agua y me ofrecieron comida. Yo me alejaba de ellos. Yo aguantaba el hambre, y no quería que me cogieran para apartarme de aquel lugar. ¿Y si regresabas y yo no estaba allí? ¿Qué ibas a pensar de mí?
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Debía esperar el tiempo que hiciese falta. Todas las noches a gritos le pedía al Gran Espíritu del Norte que guiara tus pasos trayéndote de regreso. Pasaron otras noches más. Y un amanecer, cuando aún estaba medio dormido, unos señores con un lazo me sorprendieron y me apresaron. Fui introducido en una maquina y llevado a un sitio desconocido. Al entrar pude ver un cartel que ponía algo así como Perrera Municipal.
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Aquel lugar estaba abarrotado de otros como yo. Me condujeron a una habitación donde esperaban un macho y una hembra de tu especie, vestidos con batas verdes. Me miraron, escucharon mi respiración y mi corazón con un aparato y también me tocaron por todas partes. “Está un poco asustado y muy flaco”, dijo la hembra. “No es de extrañar. Lleva casi dos semanas sin comer, abandonado a su suerte en la gasolinera -respondió el macho y añadió-. Parece un animal fuerte, en pocos días estará recuperado”.
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¿Abandonado? ¿Qué significaba aquella palabra? Nunca la había oído. A los pocos días, la perrita compañera de habitación, me lo explicó. A todos los que estaban allí les había pasado lo mismo. Sus amos los habían abandonado. “¿Pero eso no puede ser? -repetía yo una y otra vez-. El humano con el que vivía era mi amigo y nunca me haría eso. Es que anda un poco cansado por el trabajo y se olvidó de mí. Seguro que está tratando de encontrarme para llevarme con él” -les repetía un día tras otro, tratando de convencerme a mí mismo que esa era la verdad. No quería creer otra cosa.
. Persistía en mi afán de no comer. La pena por estar encerrado en aquel lugar extraño me hacía perder el apetito. Mis colegas de encierro decían que debía reponerme, si no comía no tendría buen aspecto y nadie querría adoptarme. “¡Es que yo no quiero que nadie me adopte. Yo tengo una familia y no quiero otra!” -les respondía.
Transcurrieron los días con sus noches. Alguna vez venía una familia y se llevaba a uno de mis compañeros. Yo seguía esperando, ilusionado en que aparecieras a buscarme.
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Un día que estábamos en el patio, se me acercó un perrazo que llevaba varias jornadas provocándome. Era un macho más joven y fuerte que yo, y le gustaba presumir de su fuerza delante de las hembras. Siempre se metía conmigo diciéndome que tú nunca vendrías, que eras igual que todos los otros humanos que habían abandonado a sus amigos porque les estorbaban. No podía consentir que aquel individuo ignorante y provocador pusiera en duda tu buen corazón. Después de un rato, en el que estuvo machacándome con su voz histérica, no pude aguantar más y me abalancé sobre él. Ciertamente no estaba en mi mejor forma física, pero quise defender tu honor con mis pobres fuerzas. Pero aquel perro joven era más fuerte y me dio una paliza. A continuación todo pasó muy deprisa.
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Salieron la pareja de humanos que nos cuidaban, y tras cogerme de una pata me tumbaron encima de la mesa de metal frió. Estaba sin fuerzas. Tenía mordiscos por todo el cuerpo y las heridas sangraban, aunque no sentía dolor. El cansancio me dominaba.
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Seguía esperándote pero mis horas se acababan.
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La pareja humana parecía nerviosa. No paraban hablar, abriendo y cerrando cajones, removiendo y agarrando todo tipo de cosas.
Se acercaron a la mesa donde me hallaba tumbado y comenzaron a limpiarme las heridas. Sus caras poseían una expresión extraña. No paraban de discutir. “No podemos hacer nada por él” -dijo el macho. “Si qué podemos, y es nuestro deber intentarlo” -respondió la hembra. “No vale la pena. No creo que pueda recuperarse de estas heridas. Y aunque lo haga, se acabará muriendo de tristeza. Desde que llegó, prácticamente no ha comido. Se pasa el día tumbado cerca de la entrada, como si estuviera esperando a alguien. Pero tú y yo sabemos que nadie vendrá por él. Estamos desbordados y no podemos atenderlo como se merece, así que no vale la pena seguir haciéndolo sufrir. Lo mejor es "dormirlo". La hembra, tras mirarme con cara de tristeza, asintió moviendo la cabeza.
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Al cabo de un momento, la mujer se acercó y empezó a hablarme con gran ternura, mientras me inyectaba un liquido frió en una de mis patas. “Tranquilo, no te dolerá” me decía en voz baja. Al poco rato empecé a sentir cómo me invadía un gran sueño. Ella permanecía a mi lado, con su cabeza pegada a la mía. “Lo siento, chico”, fue lo último que me dijo, al tiempo que unas enormes gotas de agua le salían de sus lindos ojos. “Lo siento”, había dicho. Hacia tiempo que no escuchaba aquella frase. Alguna vez, tú también la dijiste. No sé muy bien porqué me dijo eso aquella señora, pero, dado que sonaba bien, hice un esfuerzo y moví ligeramente la cola en señal de agradecimiento.
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El corazón me empezó a latir con menos fuerza, mis ojos se cerraban y la boca se secó. Sospechaba que la cara mojada de aquella mujer, que tan amablemente me trataba, era lo último que vería, así qué, con el último aliento que me restaba le pasé la lengua por el rostro tratando de secarle las lágrimas. Era mi forma de darle las gracias. Ya que no pude despedirme de ti, al menos lo haría de ella, aunque hubiera preferido que fueras tú el que me acompañara en aquel trascendental momento. Cerré los ojos y sentí que una profunda sensación de bienestar me invadía todo el cuerpo.
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Hace dos días llegué a este lugar. Ayer, el Consejo de los Espíritus de las Razas, y el Gran Espíritu del Norte, me felicitaron por haber sido un modelo para los otros miembros de mi especie. Había cumplido a la perfección durante mi vida junto a los humanos.
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Por ello, me concedieron la posibilidad de pedir un último deseo. Podía elegir casi cualquier cosa. Una compañera, la mejor de las comidas, una morada en las montañas o en la playa..... Yo les pedí que me dejaran regresar a tu lado. Me dijeron que eso ya no era posible. Entonces solicité que hicieran todo lo posible para que recibieras este mensaje. Con el quiero despedirme. Si lo recibes, espero que reflexiones sobre su contenido. Sobre el valor de la amistad, la lealtad, y el amor hacia los que dependen de ti.
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Ojalá que la luz vuelva a entrar en tu corazón, te despierte la conciencia y puedas rectificar los errores, para evitar que otros hagan lo mismo.
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Lo que hiciste conmigo no es el mejor ejemplo para educar a tu cachorro. Tal vez un día, cuando seas viejecito, también te conviertas en un estorbo, y entonces él decida dejarte abandonado en una gasolinera. Sin embargo, sabes que nosotros nunca lo haríamos.
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No obstante, quiero que sepas, que a pesar de todo no te odio. Ese sentimiento no cabe en la naturaleza de ningún perro. Creo que sólo vosotros, los humanos, pueden sentirlo.
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Te echaré mucho de menos. Anhelo que también tú te acuerdes algo de mí.
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Hasta siempre querido amigo. Te quiero. Siempre vivirás en mi corazón.
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Tu fiel y leal amigo,
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Vídeo que obtuvo el primer premio del Certamen Antiabandono:
http://www.youtube.com/watch?v=qDJ8pouRS9A
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Autor anónimo
Texto enviado por SONIA
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POR FAVOR, REENVÍA A TUS CONTACTOS. QUÉ EL MUNDO ENTERO LEA ESTA CARTA.
. LOS ANIMALES: EL SILENCIO DE LOS INOCENTES.
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PUBLICADO POR RICARDO MUÑOZ JOSÉ
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