Tu trato con los animales hablará de ti mejor que tus palabras -R.M.J.

jueves, 30 de octubre de 2008

EL PERRO DEL ADIÓS.

¿UN MONUMENTO A UN PERRO QUE INSPIRABA TEMOR?

En Andalucía, tierra en la que el trabajo amalgama sueños y la poesía desgrana metáforas, se encuentra Córdoba, con los ojos bañándose en Sierra Morena y los pies escalando el Guadalquivir. Y en el sur de Córdoba, allá donde el viento hace esquina con el olivo, y la acción del músculo convierte la aceituna en fruto humano, desde 1382 establece domicilio Fernán Núñez, un pueblo laborioso que canaliza sus esfuerzos hacia el arco iris de la esperanza.

En Fernán Núñez, y en plena década del setenta -siglo XX- arrancó esta historia. Una historia que desafió al entendimiento, al asociar el desasosiego a la extrañeza. Y no por tratarse de un hecho esporádico que se desnudó ante lo pintoresco, sino, porque este episodio desplegó su andadura a lo largo de diez años.

El protagonismo recayó en un perro que desprendía un fuerte halo de intimidación. Eso sí, no fue un can que le ladraba a las sombras ni le exhibía los colmillos al primero que pasaba. Tampoco tenía casa en la que vivir, ni cadena que le pusiera metros a su libertad.

Todo en él acuñaba lo sorprendente. Empezando por el modo de desembarcar en esta población. Había pertenecido a un mendigo que falleció a su lado. El can permaneció junto al cuerpo tal si custodiara su solitaria partida. Cuando lo hallaron, el cadáver ya estaba en extremo estado de descomposición. Al hombre lo enterraron sin otra compañía que la de su fiel perro.

Entonces, el pobre chucho, sin dioses que lo protegieran ni cariño que lo abrigara, acopló sus carencias a la calma de Fernán Núñez. Algunas personas, conmovidas por su desdicha, lo alimentaron. Alguien lo llamó Moro. Pero la relación de Moro con la mayoría de los vecinos derivó en el descontento, al engarzarse lo normal a lo inquietante. ¿Por qué? ¿Se trataba de un ser siniestro? ¿De un ser con poderes sobrenaturales? ¿Era una criatura del inframundo que regresaba de los tenebrosos abismos del misterio, a buscar víctimas que se unieran a su perenne ambular?Durante un entierro se destapó el frasco del recelo. Cierto día, en un quieto paisaje de cruces oxidadas, lápidas frías, candelabros sin brillo y flores desmayadas, allí donde la vida se pierde de vista para transformarse en tierra callada, la atención de la gente rodó hacia él; un perro grande color de las tinieblas, con un ojo negro -similar al pelaje- y el otro blanco cual señal de ausencia. Su señera figura y silente actitud, asumía el aspecto de un doliente más. La curiosidad no tardó en comprobar que en cada fallecimiento el can participaba de las exequias.

Empero, lo que realmente disparó las suspicacias, fue su rara costumbre; se aproximaba al domicilio de algún enfermo, y, con la mirada ungida en el presagio y los movimientos hundidos en la tristeza, tal si obedeciera a un enigmático mandato, se tumbaba en la puerta a esperar el cercano desenlace. Cuando el deceso deshacía la madeja del drama, y en el velatorio la parca hubo establecido su parafernalia, Moro entraba en la casa. Su manso mirar le transmitía el pésame a los deudos, y luego, con los ojos cargados de reflejos de las velas, sin molestar el reposo de las flores ni coartar el apogeo de las lágrimas, se tendía en un rincón a aguardar la hora del cortejo. Al día siguiente, desde el silencio de su naturaleza, presenciaba el estremecedor instante del sellado del ataúd. Ergo, integrado en la comitiva, y participando del espectáculo que el dolor paseaba por las calles, acudía al cementerio. Allí, en medio del pesar y las frases sin palabras cargadas de comprensión, observaba cómo los asistentes se abrazaban dándose ánimos ante el duro trance del sepultamiento, y cómo los abatía las paladas de tierra marcando un espacio para el recuerdo. Después, la nada. El difunto ya pertenecía al pasado, y los familiares se marchaban camino a la resignación.

Rápidamente la voz popular le dio curso a la sentencia; cruzarse con Moro equivalía a poner un pie en el otro barrio. Tal posibilidad alarmaba; ¡el perro era un emisario de la muerte! ¡Y dónde se detenía la guadaña cantaba su canción de invierno!
. A su paso cundía la zozobra. todos pasaban a varios metros de él, sin mirarlo y con los dedos cruzados ahuyentando el peligro. Y si el perro decidía pararse frente a una vivienda, los moradores lo espantaban golpeando cacerolas o tirándole cascotazos. A Moro semejante proceder lo hería profundamente, pues, al anularle el afán de amistad lo aislaba cada vez más
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La ojeriza encendió la mecha. Al verlo la gente salía pitando; algunos se subían a los árboles, y otros improvisaban visitas a los vecinos entrando en casas ajenas. Al avistar al perro, a los hombres se les caían los calcetines y a las mujeres las enaguas. Muchos claudicaban frente al miedo y la sugestión los hacía sentirse mal; desbordados por la angustia y con ganas de morir. Moro era más silencioso que el cáncer y más eficaz que la metralleta. De existir hoy, alguna potencia lo nombraba Ministro de Relaciones Exteriores, y lo mandaba a diezmar pueblos; especialmente a los que tienen petróleo.
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En esos idos años, en Fernán Núñez el verbo estampar no llegó a convertirse en estampida, gracias a muchas personas que veían a Moro tal cual era; un perro. Sobre todo, aquellos que lo trataban con ternura por haberlos acompañado en el doloroso trance de la pérdida de un ser querido. Esta fue la gente que cuidó de él y lo atendió en todas sus necesidades.
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El chistecillo recorrió las calles:
-Pal Moro, el Día de los Difuntos es su día de fiesta.
Y junto al chistecillo, la desconfianza le puso alas a los interrogantes:
-¿Y no será que la gente palma por haberlo visto?
-Pa mí que el Moro tiene poderes mágicos, y se los carga pa aumentar el prestigio.
De haber sido verdad esto último, las Fuerzas Armadas no se enteraron, con un perro así ¿para qué armamento?

Varios, temblando por dentro, cual una prueba de valentía insistieron en acariciarle la cabeza. Moro captaba el recelo pero se hacía el sueco, y tras mover la cola alejando los fantasmas de la repulsa, les colocaba un húmedo lengüetazo modelo trapo de la cocina.

La exageración popular le atribuyó su participación directa en unos seiscientos casos, con ritual completo; anuncio, velatorio, cortejo y enterramiento. Cifra difícil de aceptar al ser Fernán Núñez una localidad pequeña. Además, si el año se compone de cincuenta y dos semana, en diez años las cuentas cantan más de un muerto semanal (un poco más y lo acusaban de genocidio).

No obstante, la existencia de Moro también cumplió una eficiente función social; al verlo rondar daba tiempo de avisar a toda la parentela, e incluso de discutir con la funeraria el precio del servicio. Asimismo, su agorero hábito contribuyó a que muchos fallecieran sonriendo; imaginando las caras de los acreedores al enterarse que ya no le podían cobrar. Igualmente fue fuente de inspiración para otros, que hallaron en él la forma de librarse de las suegras. Otras, ansiosas por enviudar, abrazaron la idea de atarlo a la pata de la cama del marido.
No es descabellado pensar que se habrán dado escenas de este tipo.
La mujer parada en la puerta de su casa, ve venir al esposo haciendo eses.
-¿Por qué caminas tambaleándote?
-Porque el Moro me hizo mal de ojo.
-¿Y el mal de ojo tiene olor a vino?

Mas, el cúmulo de la sorpresa asumió rol de inexplicable cuando, en un alarde de anticipación, se quedaba jornadas y jornadas a las afueras del pueblo, hasta que la espera concluía con el arribo de un vehículo fúnebre, trayendo un difunto a exhumarlo en el cementerio local. Entonces Moro se incorporaba a la comitiva tal si fuera un condoliente más. Inclusive, ocurrió, que estando lejos de un hecho luctuoso, él, avisado por un sexto sentido o por el olfato, venía al encuentro del séquito y respetuosamente se sumaba al grupo, sin aquilatar la clase social ni la posición económica del finado.

Sin embargo, este ejercicio de equidad no convencía a la gente. Se sabe que algunos intentaron deshacerse de él, y al menos dos veces lo metieron clandestinamente en camiones en tránsito, a fin de que desapareciera definitivamente. Acciones estériles, ya que regresaba sin ruido, para alegría de los que sí lo amaban.

Un amanecer Moro abrió los ojos y se vio rodeado de personas jóvenes. Agachó la cabeza esperando una suave caricia, y recibió una patada en la amplitud de sus costillas. Y a la patada inicial le siguió un palo, y a continuación otro, y otro... Cada golpe era una erupción volcánica explotando en su cuerpo. Moro se encogía tratando de alejarse de los impactos. Las babas y el dolor se hermanaron en la honda zanja de la paliza. La mañana compartía espacio con los gritos, los garrotazos y las risas. Para el can todo se volvió turbio; las luces y las sombras compusieron el múltiple gris de la desesperación. Sintió que su masa corporal iba asumiendo otra configuración; desembocando en un amasijo de huesos rotos, heridas abiertas y vísceras aplastadas. El hocico perdió la forma, y un ojo, al reventar, encontró refugio debajo de una oreja; los colmillos que robustecían su defensa, le llenaron de astillas la boca, y la sangre, al desertar de sus venas, volaba sembrando manchas en el suelo. La fuga por la grieta de la salvación, ya languidecía en un horizonte de agonía. La cola que dibujaba señales de amistad en el aire, echó anclas en un mar de quietud. La muerte aceleró su final con cruda firmeza, con espantosa realidad. Lo último que escuchó fueron las secas voces apagándose en la distancia. Murió sin entender porqué. La superstición habíase cobrado una nueva víctima. Moro cerró sus días en el Parque del Llano de Las Fuentes en completa soledad, sin depositar su mirada en una mirada amiga.

Corría el año 1983. Se fue de la vida como la vivió; en silencio. Pero no se marchó por el declinio somático, que fríamente pasa su factura cual tributo existencial. A él, el adiós le sobrevino a través de esa fuerza ilusoria con la que el alcohol arma el puño de los cobardes. ¿Qué mal había hecho? Pues, nacer en un mundo de hombres.

La gente empapada de tristeza, le dio sepultura junto al paredón de las Huertas Perdidas. Al poco tiempo, la sorpresa volvió a estremecer el entendimiento: el muro se desplomó sobre la tumba, esculpiendo con escombros su definitivo panteón.

Los años pasaron, y al cumplirse la docena de su brutal asesinato, en el mismo Parque del Llano de Las Fuentes, el amor del pueblo de Fernán Núñez inauguró su monumento (obra del escultor Juan Polo).

La historia de este sorprendente animal adquirió relieve en crónicas de la prensa nacional e internacional. Hasta la televisión alemana lo homenajeó con el programa especial: "Die ungewöhnliche Geschichte von Moro, einem wahrsagenden Hund aus Spanien" (La insólita historia de Moro, un perro vaticinador de España).

Hasta hoy perduran algunas preguntas: ¿Cuándo aullaba con acento quejumbroso, predecía el deceso de alguien o sólo reclamaba compañía para su desamparo? ¿Verdaderamente podía vaticinar un óbito, o su presencia en el lugar rimaba con la casualidad? ¿Y si la intuición le hacía captar la tristeza que emana de las casas dónde hay un enfermo? ¿Y si los humanos antes de morir segregan algún olor o sustancia, y los perros lo perciben? No es desatinado considerar que, al haber permanecido mucho tiempo al lado de un cadáver en descomposición, en su olfato arraigó el olor de la muerte. Entonces, más que facultades paranormales, el comportamiento de Moro debíase a una reacción bioquímica. En el antiguo Egipto ya conocían la extraordinaria capacidad de los perros, y los aceptaban hasta el punto de adorar a Anubis, el señor de las acrópolis.
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Vista de Fernán Núñez en la actualidad.


Ricardo Muñoz José
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(Reminiscencia elaborada con la historia y las imágenes tomadas de Internet).
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Agradezco a las amigas y a los amigos de estas páginas, por la valiosa ayuda que me prestaron para sacar adelante el presente texto.
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http://www.berlin-alexanderplatz.blogspot.com/
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23 comentarios:

Unknown dijo...

¡Qué historia impresionante! Y justo en vísperas del Día de Difuntos. ¿Qué quieres decir? ¿Quén el el Dia de los Muertos nadie se va a acordar de este perro? Claro que sí. De los animales nadie se acuerda. Ellos no merecen el recuerdo de la arrogante raza humana.
Ricardo, me encantó tu poética narración (como de costumbre); rica en detalles, en imágenes, y sobre todo, con un impecable uso del idioma.
Lástima que nos quedamos sin saber qué ocurrió con los desalmados que lo asesinaron.

Ya mismo voy a comprar tu último libro. Si escribes así un post, qué no habras escrito en el libro.
Salu2

Unknown dijo...

"Moro, el perro del adiós". Va ser difícil olvidarlo.
Es increíble cómo la superstición popular hizo de él una víctima, sólo porque el perro buscaba cariño, y obedecía a su memoria olfativa.
Sin duda, tal cual lo escribes, Moro había cometido un sólo error, "nacer en un mundo de hombres".
La narración impecable, con altos niveles literarios.
Comnpraré tu libro.

Un saludo desde Andorra.
2tres4
(ya ves, sigo con el seudónimo que convierte mi individualidad en grupo de opinión)

Unknown dijo...

Una historia conmovedora. Con una narración de gran calidad, y unos toques de humor. Como siempre, todo lo que escribís es poético. Me da envidia ver cómo usás el idioma. Ojalá que un día llegués el triunfo.

Estoy de acuerdo con Álvaro (el comentario anterior), va ser difícil olvidar este perro. La descripción de su muerte me llegó al alma.

Yo tampoco tengo dudas, si Moro existiera hoy, alguna potencia (la que todos pensamos)lo nombraba Secretario de Estado y lo mandaba a liquidar pueblos.
Claro, hablamos en sentido figurado, porque Moro sólo era un perro. Ni poderes sobrenaturales ni nada; sólo un perro.

Un abrazo desde Asunción, Paraguay.

BIRA dijo...

Qué atrevida es la ignorancia y cuándo daño han hecho las supersticiones más absurdas! Pobre Moro.

Esta historia me ha recordado a una que vi una vez en televisión. En una residencia de ancianos, creo recordar en Estados Unidos, tenían un gatito y éste, de alguna forma lógica pero para lo que no encontraron explicación, acompañaba a aquellos que iban a morir. Los doctores no se explicaban cómo el minino podía saberlo, pero cuando se subía a la cama de alguno de aquellos ancianos y se quedaba allí mucho rato, era signo de que el anciano iba a fallecer en las horas siguientes. En muchos casos avisaron a la familia, cosa que si no fuese por el gato no hubiese sido posible.

He leído también que hay perros que detectan ciertos tipos de cáncer antes que las analíticas.

Si es que ya lo sabemos, los animales son más inteligentes que nosotros. Nos queda mucho que aprender.

Besos, Ricardo.

Unknown dijo...

Moro es el tipo de perro que aparece en los cuentos de miedo que nos contaban las abuelas.
Pero este, supera cualquier personaje ficticio. Pena que le tocó vivir en una sociedad y en una época ganada por la superstición.
Un animal que en realidad hacía el bien, porque acompañaba el penar de los que sufrían perdidas familiares, no merecía morir así; a los patadones y a los palos sin que nadie lo defienda.
La escultura a Moro la encuentro hermosa, aunque, no sé, desprende un aire solitario, un aire a desamparo; como si estuviera mirando desde lejos, sin atreverse a arrimarse a la gente.

Para vos, Ricardo, un 10 por la narración. Es de altísimo nivel.

Gracias por recuperar esta historia cargada de temores sin sentido.

Un abrazo guatemalteco.

Unknown dijo...

Ricardo, adivinando tu intención de publicar esta historia en una fecha tan señalada, me hace pensar igual que vos; en este día de los muertos nadie se acordará de este perro.
"El perro del adiós" (qué lindo título) no murió en la hoguera como los endemoniados de la edad media, pero murió de una terrible paliza en manos de cuatro desalmados que heredaron la mentalidad de los inquisidores de la edad media. Seguro que después de la "hazaña" fueron a la iglesia a golpearse el pecho y volvieron a sentirse puros.
No creo que esta historia desaparezca de mi memoria. Los hombres fueron tan injustos con Moro, que olvidar su historia es una agresión al perro que se solidarizaba con los que sufrían.
A mí me pasa igual que a Alejandro; la escultura desprende un aire de soledad, como si la tristeza brotara del bronce.

Ricardo, sos un escritor genial. La descripciones de Andalucía, del pueblo, y la del cementerio, es de una calidad envidiable.

Me reí mucho con eso del mal de ojo con olor a vino.

Un beso desde Mendoza, Argentina.

Unknown dijo...

Si mis amigos se sorprendieron con el perro Canelo, ¿te imaginás lo que van a decir después que lean al Moro?
Es increíble lo que los humanos pueden llegar a hacer por culpa de las supersticiones (gracias a ellas viven las religiones). Este pobre animal, que sólo cometió el error de "nacer en un mundo de hombres", tuvo una muerte tan horrible, que lastima recordarla.
"El perro del adiós" (adiós por muerte ¿no?), ya en vida estaba muerto, porque vivía condenado al rechazo y al aislamiento.
Su historia estremece, y duele.
La escultura, expresa el amor del pueblo, pero es poco, el Moro merecía el nombre de la ciudad.

Ricardo, vos sí que naciste para poeta. Con tu prosa narrativa elevás la historia del Moro a una calidad extraordinaria.

Un saludo desde Uruguay (el país que cuenta con un río de una sola orilla).

Carles Codina Calm dijo...

El peor ignorante es el que ignora que no sabe nada y cree saberlo todo.
Es indudable que los animales, los que conviven con nosotros y los que viven alejados saben muchas cosas que los seres humanos ignoramos.Esto no tendría que suponer ningún problema para nuestra convivencia.
El problema surge porque el ser humano se cree el más listo y en lugar de ver al animal como a un ser de igual a igual, lo ve y lo trata como un ser inferior. Ignorando y cerrándose a todo posible aprendizaje y conocimiento que pueda venir de esos animales, que denominamos salvajes, a los que encerramos y sacrificamos a nuestro libre albedrío. Así perpetuamos nuestra especie "in saecula saeculorum" en el pozo oscuro de la ignorancia, mientras nos convertimos en la pesadilla de muchos animales igual que el virus que asalta a veces nuestros cuerpos.
Esperemos que algún día el ser humano sea capaz de abrir sus ojos y ver un poco más que la punta de su nariz.
Gracias Ricardo por divulgar los poderes que tenía Moro y el triste final de este, fruto de nuestra supina ignorancia. Supongo que el conocer historias como esta, puede ayudarnos a salir del pozo.
He encontrado esta historia del gato Oscar" que de alguna manera complementa y amplia tu historia de Moro.
Un saludo desde Berlín

nachocarreras dijo...

Curioso animal ¿con poderes? o simplemente observador de lo evidente que el común de los mortales no vemos.
Victima de la incultura, el miedo, la superstición y otras muchas cosas.

Descanse en paz.

Saludos.

Dragon dijo...

Que final tan triste para un perro tan especial y fuera de lo común. Todo iba bien hasta que se hizo presente la ignorancia de la mano del hombre, acostumbrado a destruir lo que no entiende. Saludos desde Chile.

Unknown dijo...

A mí el perrito me encantó. Sin miedo ninguno lo hubiese adoptado.
Parece que en todas las épocas la superstición manda. Y como el supersticioso siempre es un ignorante, hace cualquier barbaridad para eliminar lo que en su ínfimo entender constituye un peligro.
El Moro era un cusquito como cualquier otro, pero captaba cosas que los humanos no captamos. Si ellos pueden oler el miedo de las personas, ¿por qué no van a poder oler la muerte de alguien?

A mí también la escultura me sugiere tristeza.

Gracias al amigo de Berlín he conocido al gato Oscar. Otro animal con historia. Carles te agradezco que hayás puesto el enlace, no tenía ni idea que existía un gatito tan especial.

Creo que entre el perro Moro y el gato Oscar, los dibujos animados se están quedando anticuados.

Ricardo, leo que te alaban mucho la forma de escribir, y yo, como te conozco, no voy a hacer lo mismo (total, ya sabés que sos bueno para la escritura), sólo te pido que sigás recuperando estas curiosas historias de animales.

Un abrazo desde Ecuador.

Fin Maltrato Animal dijo...

Ricardo, si todas las personas tuviesen una décima parte de tu sensibilidad la lucha contra el maltrato a los animales no tendría razón de ser. Lástima que algunos, a falta de capacidad para crear, empleen sus fuerzas en destruir y en el colmo de la imbecilidad, todavía se sientan orgullosos de sus actos, sin darse cuenta de que la propia miseria moral que les lleva a cometerlos es la que les impide analizar su naturaleza ruín y mezquina.

Conmovedora la historia de Moro y relatada por ti de un modo exquisito, como siempre. Es curiosa la cobardía de la condición humana. El hombre tortura y mata a seres irracionales porque se cree superior a ellos y sobre todo, porque sabe que están en una posición de indefensión que le asegura su invulnerabilidad. Sin embargo, cuando un animal, sin necesidad de utilizar la violencia, le hace sentirse inferior acaba utilizando la misma táctica miserable y cobarde: el crimen. A algunos la ignorancia les lleva a estudiar pero a otros, a romper el espejo donde ven reflejada su sórdida escasez.

Esa turba envilecida que ejecutó a Moro no se habrá podido librar de sus fantasmas porque no estaban en el interior del perro, sino en el suyo propio y lo único que han conseguido es que hoy, gracias a ti, recordemos con cariño y admiración a aquel animal infinitamente más digno que sus asesinos y para ellos, nos quede el desprecio y la repulsa.

Gracias Ricardo.

Julio Ortega Fraile

Unknown dijo...

Eres todo un poeta Ricardo, cada día escribes mejor.

No sé como lo haces pero siempre consigues enternencernos.

Es una pena que el ser humano no esté a la altura de tan nobles seres.

Un saludo y no dejes de escribir, tienes un talento innato.

Vane

Virna dijo...

Lo primero disculpa la tardanza en pasarme a leer este magnifico reportaje. Y gracias por molestarte en avisarme!

Y como me paso con el anterior, con el pobre Canelo, me vuelvo a quedar sin palabras.
Me has transportado a una España profunda, llena de supersticiones y en la que el amor hacía los animales era bastante inusual.
Pobre Moro, era un perro excepcional que nacio y vivió en una epoca que no le correspondía!

Lo mas triste es que en nuestro País no evolucionamos demasiado en temas animalistas, seguimos sin respetar el resto de especies y torturamos indescriminadamente a todo tipo de animales, ya sea por la caza, abandono, diversión, supuestas tradiciones absoletas como las corridas de toros, colgar a los pobres galgos cuando acaban la temporada de caza o dejarlos "escribiendo a maquina " como dicen ellos jactandose de su hazaña, los miserables...Todo eso ocurre ahora en pleno S.XXI, es por eso que no me sorprende el triste final del pobre Moro.
Pero me entristece, que no encontrara una palabra agradable, una caricia, un hogar donde vivir el resto de sus dias.

Un saludo y gracias por hacernos participes de estas grandes historias, tan bien narradas, es un placer!

Virginia.

Verónica dijo...

Leí " El perro del Adiós", lo imprimí y lo leí en el tren de camino al trabajo...
Tu texto nos enseña la suprema estupidez del ser humano, egocéntrico y creedor de toda la sabiduría, menospreciando a los animales, con las consecuencias que esto acarrea. Por eso "Moro" murió. Locos de ceguera por el miedo, prefirieron matarlo antes que aprender a entenderlo....Aterrador pensar que el ser humano es el animal más salvaje, y el primero que debería darnos miedo.

Unknown dijo...

Una historia poética y conmovedora. Y estremece mucho más al saber que es un hecho verídico.
Leo en los otros comentarios que a todos les impresiona el final (patético, sin duda), no obstante, quiero hacer hincapié en dos pasajes que me llegaron al alma y en las dos escenas describes el cementerio: "allí donde la vida se pierde de vista para transformarse en tierra callada", y "las paladas de tierra marcando un espacio para el recuerdo".
"El perro del adiós" nos demuestra que la crueldad y la superstición no tienen época, y los animales siempre son los que sufren y mueren, especialmente los perros.
Me gustaría que mucha gente leyera esta historia y aprenda, que por no entender algo no significa que ese algo sea maligno. Entonces estaré contenta, ya que la vida de Moro no transcurrió en vano.

(Ricardo, he leído "Las voces que vienen del mar". Un libro sobrecogedor. Si pudiera, lo imprimiría por miles para regalarlo en las calles y que la gente se entere lo que hace el fanatismo)

Un beso

Unknown dijo...

Cuando leí "Allá donde el viento hace esquina con el olivo, y la acción del músculo convierte la aceituna en fruto humano", pensé que estaba leyendo una historia diferente a la que me encontré.

Todavía estoy temblando. ¿Merecía Moro ese final? ¿Qué mal les había hecho? Siempre se destruye lo que no se entiende, y por eso lo mataron; el perro estaba por encima de esos salvajes.

El texto me encantó, pero la historia es impactante, incluso, aterradora. El hombre es malo por naturaleza.

Un abrazo.

Inés dijo...

Como dice J. Carlos en el anterior comentario, el hombre es malo por naturaleza, yo cada día estoy más convencida. Somos maniaticos y supersticiosos, lo pagamos con quien menos se lo merece. Pienso como tú, Ricardo, que al estar tanto tiempo Moro en contacto con su amo desarrollo un olfato especial y "olía" la muerte. Me ha estremecido especiamente cuando cuentas la paliza que le dan cuando le matan, me pongo en su pellejo y pienso en la cantidad de animales que sufren en sus carnes la maldad del ser humano. Me ha gustado mucho el relato, poético.

Lisdre :-) dijo...

Relamente una historia conmovedora que despierta muchos sentimientos y, una vez màs en manos del ser humano muere Moro que lo que buscaba era una caricia...
Muy bueno tu escrito eres genial, espero seguir leyendo tu hermosas lineas!!! Saludos.

Carlos Vásquez dijo...

Me gusta mucho la historia y la forma de narrarla. Creo que has encontrado una fuente literaria a través de las historias de estos canes y las verbalizas maravillosamente.

Me gusta tu manera de metaforizar y caminar por parajes de figuras literarias aún no exploradas.

Además, observo, por los comentarios de los otros blogueros que vas bien con la difusión de tu maravillosa obra, "Las voces que vienen del mar". Eso me alegra mucho.

A todos, un saludo especial.

Helena dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Helena dijo...

Ricardo, ¡qué hermosa historia!

Pobre Moro, acabar sus días de forma tan violenta... Malditos sean sus asesinos!! Y no por superstición, su misma crueldad los condena.

Este curioso perrillo andaba buscando infatigable el calor de su difunto compañero. Qué pena haberse encontrado solo en este mundo apático y miserable, donde la gente teme lo que desconoce y culpa a un inocente ser del fin de sus días, que no es otra cosa que ley de vida...

Ay, Moro, mucha gente que no te conoció en vida te ama en tu ausencia. Me incluyo entre ellos.

Gracias Ricardo!

Thiago dijo...

Si que es una curiosa e integrante historia, que tu maestria al narrarla la convierte en obra de arte. Acaso no es el Can Cerbero el guardian de los infiernos? Este Moro, desde luego debería ser el ánima de otro can condenado a vagar por el mundo de los humanos, hasta expiar alguna misteriosa culpa... Otra cosa no se explica.

Con tu tarea de reivindicar estas historias de perros singulares, vas poco a poco creando una galeria de personajes tan reales como imposibles, tan míticos como humanizados... Pobre este perro que solo encontraba compañía y amistad en los velorios.

Te imagino ahora rebuscando en la historia para añadir otra semblanza a este Panteón de Perros Ilustres que has ido forjando.

Un bezo.