RAFAEL ÁVILA BAYÓN
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EL AMIGO QUE HABITA EL RECUERDO
NOS DEJÓ ESTE ESCRITO QUE DESNUDA SU ALMA
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NO
SIN MIS AMIGOS
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Javier, con la mirada fija en el
animal que estaba curando, dijo: "es para dejarla, claro", y
volvió la cabeza vivamente cuando contesté con vehemencia y espeso
acento asturiano, "¡Si ho!" Deshidratada, desnutrida, muy débil, se
podría salvar si yo le ponía una inyección diaria. Por supuesto,
contesté. Nela se quedó conmigo y entre Javier y yo nació la amistad.
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El caso del "Roxu" (rubio en
asturiano) fue espectacular: de compras por el mercado vi un gatazo
rubio que parecía que tenía el abdomen ensangrentado; era difícil
acercarse pero al final descubrí, que efectivamente tenía una gran
herida. Había que llevarlo al veterinario; Javier se compro metió a
curarlo, ahora había que capturarlo. Siguió una semana de ir al mercado
antes de las cinco de la mañana, con la jaula trampa para cogerlo; si no le
daba alguien de comer y, claro, no entraba en la jaula. Hasta que una de mis
"cómplices" del mercado gritaba: "¡Ahora!" y el
Roxu salía corriendo. Tras una semana de espera, cayó por fin y lo llevé a la
clínica de Javier.
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Al sacarlo de la jaula, echó a correr por la pared despidiendo un hediondo chorro de diarrea que lo empapaba todo.
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Al final conseguimos cogerlo: algún
valiente le había colocado un alambre alrededor del abdomen cuando era un
cachorrín, y había apretado el alambre con unos alicates. El
alambre le
estaba literalmente partiendo por la mitad; las caderas se habían quedado estrechinas y le decíamos "tipín de torerín".
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En una larga intervención, Javier
limpió la terrible herida y cosió por dentro; a continuación, estirando
la piel, juntó los bordes y suturó por fuera.
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El Roxu pasó la convalecencia en mi casa,
subido en las cortinas...
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Por fin se lo llevé a una amiga que
vivía en La Cañada ,
cerca de Valencia. Se escapó en cuanto pudo y, cada vez que iba a La Cañada , era feliz viéndolo
con sus caderas escurridas y su felicidad recobrada.
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Fue en Navidad la primera vez que lo vi
y, tras saludar a mis amigas y cómplices del mercado, fui a la SPAP para decírselo a
Javier y a la vez felicitarlo.
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Era Navidad y el frío feroz. Javier
estaba muy serio. Le pregunté qué pasaba; me dijo que la noche anterior, la Poli cía le había
llamado para examinar a dos perrinos. La propia Policía había intentado en
Nochebuena convencer a un vagabundo, ya mayor, para que pasara la noche
en el albergue municipal. El hombre dormía en la calle con sus dos perrinos
mestizos. Al negársele la entrada a los perros, el pobre rechazó rotundamente
el alojamiento. Dijo que los perros eran su única familia, que nunca le habían
abandonado y que no iba a dejar a la intemperie a sus fieles amigos, y menos en
Nochebuena. Y desapareció con sus amigos en la oscuridad y el frío infernal
de la noche que dicen santa, en busca de un portal que le diera un
mísero abrigo.
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A la mañana siguiente, los vecinos pasaban presurosos cerca del zaguán donde había dormido la familia vagabunda, y no hacían mucho caso a los gemidos de los perros; hasta que alguien decidió acercarse y vio al anciano inmóvil. Había muerto de frío pese a los esfuerzos de sus perrinos, que aún intentaban darle calor a su cuerpo helado.
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No querían apartarse de su lado. Gemían
al dejar solo el pobre cuerpo frío, pero se dejaron llevar dócilmente a la
protectora, chuchinos humildes y mansos, con el corazón roto por la
muerte de su amigo.
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Texto de: Rafael Ávila Bayón
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Publicado por Ricardo Muñoz José
http://linde5-otroenfoque.blogspot.com/
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