UN VIEJO REFRÁN DICE: “AÑO NUEVO, VIDA
NUEVA”
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¿LOS ANIMALES PUEDEN ENSEÑARNOS CÓMO SE
LLEGA A ESA “VIDA NUEVA”?
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LOS MÚSICOS DE
BREMEN
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Relato
inspirado en el cuento infantil de los Hermanos Grimm
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Mas, la vejez, que siempre
espera en la ondulación del tiempo, poco a poco fue entrando en sus huesos, y
la silente mordida de la edad le mermó las fuerzas. La realidad pronto gritó la
sentencia; ¡ya no servía! Frase atroz que le estremeció el alma, pues le
constaba que a los inservibles la suerte nunca los protege. Y la sospecha
redobló el estremecimiento al escuchar al dueño hablándole a la esposa:
-Come y no trabaja. Tengo
que deshacerme de él pero no sé cómo. Y si no puedo venderlo, lo…El asno quedó petrificado, naufragando entre disímiles volutas de incomprensión. ¿Era esa la paga por tanto esfuerzo y tanta abnegación?
Intuyendo un sombrío destino cedió a lo inmediato, y aterrizó en la hondura del atrevimiento.
-¡Me marcharé!
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El nuevo día y la extrañeza
de los demás animales presenciaron la partida. La realidad le había roto el
empañado espejo de la senil existencia.
-Mis padres han muerto.
Murieron trabajando para los hombres. Y aquella burrita parda que pretendía mi
amor, hoy cuida de los nietos. Sólo me queda conocer la libertad..
El eterno soplo del aire
abrazó el cuerpo del equino vencido. Cual bandera de separación, una sábana
colgada en el patio flameaba silente, marcando el marchar imprescindible. Miró
atrás, la sombra gris de un pasado, que de tan nuevo aún no asumía lo lejano,
parpadeaba enternecida. Partió envuelto en un entusiasmo anubarrado,
agonizante, tambaleando en el eco del lento amanecer.
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Con un trote suave dio
inicio a la longitud del camino. Todo rezumaba luminosidad, el color enlazábase
a los sonidos y la exuberante vida le ponía cadencia a la música de natura. Las
pisadas insonoras lo fueron adentrando en el amplexo de los valles. Las
montañas observaban desde la altura de las cúspides. El diáfano cielo asentía.
Todo conformaba un panorama límpido, que él no podía ver pues el desengaño
habíale instalado una venda en los ojos. Empero, la marcha, horadando la
distancia, le indicaba la presencia de un mundo nuevo; un mundo despoblado de
intranquilidad.
.-Viviré la condena de amarte y no tenerte a mi lado. De no verte ni de lejos… Por ti hubiera dado la vida. Te amé a ti, a tu familia, y hasta fui juguete de tu hijo…
El dueño pudo ayudarlo, él era fuerte. Pero, en la cobarde intención germinó la barrera que fracturaba la relación poblada de entrega y fidelidad.
-Y aunque sé que nunca saldrás a buscarme, igual, igual te espero…
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Los pasos presurosos le pusieron
alas a la fuga. Zarpó atraído por el imán de la esperanza. Una débil esperanza
enumerando nuevos rostros, nuevos cielos. El reposo, sentado en el desván de
las hojas, aureolaba la mañana; describía la vida. Pronto la memoria devino en
pájaro cautivo aleteando en la tristeza, sollozando en el hueco del adiós,
advirtiendo fríamente que el ayer habíase convertido en sueño muerto. Mas, el
pobre can perseveraba en engañarse, en remover las imágenes del ayer, en
recrearse en la dicha perdida. Un inútil empeño de amarrar el fino hilo de la
distancia a los innumerables afluentes del cariño.
.El burro tras haber andado un kilómetro, encontró un perro de caza que iba jadeando tal si lo persiguieran.
-¿Por qué estás tan cansado?
-He huido de mi casa. Porque estoy viejo y ya no puedo cazar, mi dueño… ¡Y yo sé cómo acaban los perros de los cazadores!
-¿Cómo acaban?
-¡Colgados! ¡Pataleando en el aire y sin poder tocar el suelo!
-Eso es muy cruel.
-Así es. A los cazadores poco les importa el amor de un perro. Mientras eres útil, te mantienes, y cuando dejas de servir… Por eso he huido.
-Yo también he huido.
-¿Y tú por qué?
-Porque estoy viejo y no puedo trabajar igual que antes. Mi dueño resultó un desagradecido. Olvidó los años que trabajé para él. Incluso escuché que planeaba venderme, y de no conseguirlo, me entregaría al zoológico para que me coman los leones.
-A la ingratitud humana nada la detiene.
-Y ahora voy a Bremen. Pienso hacerme músico. Vente conmigo y hazte músico tú también. Yo puedo tocar el laúd y tú el tambor.
El perro aceptó. Para él la fortuna cambió. Había hallado un amigo y una nueva ilusión. Juntos encararon el rumbo a Bremen.
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Aunando pasos desasosegados
y atentos, cruzó por delante de una puerta entreabierta, después atravesó el
adormilado pasillo y bajó por la anciana escalera, tejiendo un enlace entre
escalón y escalón. La puerta principal de la casa no opuso resistencia.
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Los ojos de la atmósfera lo
observaron. El patio, llorando el polvillo de añosas estelas, concedió
veracidad a la silenciosa partida. Abandonó la vivienda con el estremecimiento
del famélico pordiosero frente al pan inalcanzable; como la rama seca que
renuncia al árbol que la sostiene. Atrás se quedaban diez años. Tres mil
seiscientos cincuenta días confundiendo mentiras por amor; mala intención por
dicha.
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El asno y el perro, ergo
recorrer un trecho, en un recodo del camino hallaron un gato, que detrás de la
cara enfadada escondía el tajante hachazo de una amargura.
-¿Qué tal, amigo? –lo
saludó cortésmente el burro- No pareces muy feliz.-¿Puedo estar feliz cuando por viejo me acaban de retirar el cariño?
-Cuéntanos, ¿qué te pasa? –invitó el perro.
-Pues, como estoy viejo y prefiero acurrucarme frente a la chimenea en vez de cazar ratones, mi dueña, la mujer que más amo, ha querido ahogarme en la bañera. Para librarme tuve que escapar.
El can y el jumento trocaron ojeadas sin dar señal de asombro.
-Pero ahora tengo miedo –prosiguió el gato-. No sé qué será de mí, ni adónde puedo ir.
-Ven con nosotros a Bremen. Aprenderás música y podrás ser músico igual que nosotros.
El gato, conmovido, aceptó. La ventura le sonreía. La vida suplantó la pérdida de la desleal dueña por la llegada de dos amigos.
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El torbellino de recelo ya
pronunciaba la palabra tardía; adiós. Y aunque en los ojos permanecía la
tristeza del niño paralítico viendo a los otros niños correr, lo empujaba el
velo gris de una sospecha recluida en la memoria.
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Con un leve empujón abrió
la puerta del gallinero. El lambetazo de la brisa le acarició el plumaje.
Partió.
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Los tres fugitivos,
cargando en sus adentros el intenso drama que la infidelidad humana les
endosara, aunados por la naciente amistad, miraron al horizonte; consumían
trayecto, sólo consumían trayecto. Bremen quedaba lejos; tendrían que luchar
contra la fatiga y la lejanía.
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Al pasar por frente de una
granja, vieron un gallo agitándose y cacareando a todo pulmón.
-¡Eh! Frena el quiquiriquí.
¿Quieres dejarnos sordos? –reclamó el asno.-¿Qué te ocurre? –preguntó el gato.
-Mi canto tenía que ser alegre, pero ya no puedo estar alegre.
-¿Por qué? -quiso saber el perro.
-Porque mañana es domingo y mis dueños tienen invitados. Y le han dicho a la cocinera que me mate y haga conmigo una apetitosa comida. Muy pronto olvidaron mis servicios de reproductor y anunciador del nuevo día. Por eso chillo. Para quitarme la rabia y el miedo.
-Te comprendemos. La gente es desagradecida –apostilló el perro.
-Vente con nosotros –lo convidó el asno.
-A nuestro lado estarás mejor –agregó el gato.
-Vamos a Bremen para hacernos músicos –continuó el burro- Y ya que tú tienes buena voz, contigo podremos formar un cuarteto formidable.
El gallo no pudo negarse. Atrás quedaba la muerte, adelante la vida, y junto a él, tres amigos.
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Desplegando un crepuscular
vuelo, la tarde ponía en un bostezo el escarlata que matizaba el semblante de
la tierra. Al caer el sol, un bosque les ofreció cobijo. Resolvieron hacer un
alto y pasar ahí la noche.
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El asno y el perro hallaron
acomodo a los pies de un árbol, el gato prefirió la concavidad de una gruesa
rama. El gallo, sujeto al temor que le navegaba en las entrañas, prefirió
instalarse en la copa.
.-Entonces, ¡vamos hacia ella! –propuso el burro- El bosque es hospitalario aunque la intemperie no es agradable.
-En esa casa habrá comida –murmuró el perro.
-Y también un poco de leche –agregó el gato.
-O un poco de heno –musitó el jumento.
-Yo sería feliz con que a los dueños no les gustase la carne de ave –remató el gallo.
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Guiados por la luz pusieron
proa al objetivo. En la medida que se aproximaban, ese faro afincado en la nada
se iba agrandando. Al poco rato vieron la casa a un costado del camino. Sin
embargo, la confianza dio paso al recelo, y los cuatro amigos determinaron
arrimarse centrados en el sigilo, convirtiendo la insonoridad en el motor para
las pisadas.
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La vivienda, erguida en el
regazo de la soledad, blandía una razón de ser; era la guarida de un grupo de
ladrones.
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El asno, al ser el más
alto, arrimó la testa a la ventana.
Sus ojos adquirieron
destellos de satisfacción.-¿Qué ves? –le preguntó el gallo.
-¡Lo más bellos del mundo! Veo una mesa repleta de comida y bebidas. Parece que nos está esperando.
-¿Y no hay gente? –indagó el gato.
-Eso es lo malo. También hay unos tipos de feo aspecto. Parecen facinerosos.
-Ay, cómo me gustaría estar en ese banquete –confesó el gallo.
-A mí también, pero, ¿cómo? –interrogó el burro.
Recularon en bloque prestos a elaborar un plan.
-Lo primero, debemos hacer es librarnos de los delincuentes –opinó el gato.
-Si unimos nuestras características animales, no nos será tan difícil –propuso el perro.
Velozmente compusieron la acción.
El asno puso las patas delanteras en la ventana, el perro subió al lomo del burro, el gato hizo lo mismo sobre el perro, y el gallo levantó vuelo y se posó encima del gato… Inmediatamente arrancó el concierto; un coro de cacareos, rebuznos, ladridos y maullidos atronaron la noche.
Los ladrones, desconcertados, vieron aquella mole de animales de múltiples formas, y pensando en algún monstruo sanguinario sediento de carne humana, dejaron la mesa con todos los manjares. Y a fin de evitar el mortífero ataque, huyeron atemorizados en dirección al bosque.
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Los amigos comieron hasta el hartazgo, hablaron, rieron y cantaron. Después, respondiendo al llamado del descanso, apagaron las luces, y establecieron los acomodos para dormir en sitios idóneos a cada naturaleza: el burro marchó al patio y acabó echado arriba de un montón de paja, el perro prefirió tumbarse detrás de la puerta, el gato buscó acomodo al lado del fogón de la cocina, y el gallo en una percha.
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Cuando la noche madura acaparaba el sitio, el grupo de ladrones, ya libres del susto, y espiando desde lejos, advirtieron el retorno de la calma.
-Creo que nos asustamos sin motivo –dijo el jefe, y ordenó a uno de los compinches-. Tú, vuelve a la casa y mira bien a ver si de verdad hay un monstruo.
-Yo no voy. A mí no me atrae la curiosidad.
El jefe, advirtiendo pérdida de autoridad, tomó la decisión más adecuada:
-¡Iré yo mismo!
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Las tinieblas envolvían el mutismo de la vivienda. Nada insinuaba la existencia de ser viviente alguno. El hombre resolvió entrar en la cocina a buscar una vela. Los animales despertaron y mantuviéronse quietos, en actitud callada.
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El sujeto, vio dos ojos
brillando en la oscuridad, y dedujo que algunas brasas aún seguían ardiendo.
Arrimó la vela “al fuego”. Entonces, el gato, juntando fuerza y determinación,
le saltó a la cara llenándolo de arañazos. El individuo, entre los gritos paridos
por el dolor, partió horrorizado hacia la salida, presto a convertir la fuga en
vía a la salvación. Mas, en la puerta tropezó con el perro, que en un tris le
mordió una pierna. Enloquecido salió al patio, donde el asno le atizó una
tremenda coz. El gallo, al grito de ¡quiquiriquí! levantó vuelo y le cayó en la
cabeza aplicándole una lluvia de picotazos.
.El delincuente tornó al bosque tiritando y ahogado por la extenuación. Los compañeros quisieron saber lo sucedido. Una vez que amainó el nerviosismo, el maleante, en medio de balbuceos, contó:
-En la casa hay gente extraña. Una bruja me arañó la cara, en la puerta alguien me dio una cuchillada en una pierna, en el patio un monstruo negro me atizó un mazazo, y desde el tejado me saltó algo que picoteaba y gritaba “¡No lo dejéis escapar!”. A duras penas he conseguido zafarme. ¡A esa casa no vuelvo más!
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El asno, el perro, el gato
y el gallo, se hicieron con la vivienda, y dado que había sido refugio de
ladrones, allí encontraron de todo, y adentro de ese todo, también instrumentos
musicales.
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A fuerza de reiterados
ensayos, lograron formar el ansiado cuartero.
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Cierto día, pasó por allí
un viajante de comercio, y escuchó la música que presidía el sitio. El deleite
lo atrapó y el hombre quedó prendado.
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Al tornar a Bremen contó el
maravilloso descubrimiento. La noticia corrió de boca en boca.
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El domingo siguiente, una
caravana viajó al lugar dispuesta a enternecerse con el placer de la música.
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A los cuatro amigos les
encantó el aplauso de tan rendida concurrencia. Y, debido al éxito, resolvieron
instalarse definitivamente en la morada, y así seguir ofreciendo conciertos al
aire libre.
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Y ya que nunca pudieron
llegar a Bremen, Bremen había venido hasta ellos.
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Para leer el cuento original de los Hermanos Grimm:
http://garrulussanguinarium.blogspot.com.es/2010/02/los-musicos-de-bremen-de-los-hermanos.html
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Autor
del Texto: Ricardo Muñoz José
http://linde5-otroenfoque.blogspot.com.es/2012/12/un-homenaje-los-hermanos-gremm_31.html.
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ISBN-13: 978-84-95679-78-9
ISBN-10: 84-95679-78-7
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