Tu trato con los animales hablará de ti mejor que tus palabras -R.M.J.

lunes, 31 de diciembre de 2012

Un homenaje a los Hermanos Grimm

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UN VIEJO REFRÁN DICE: “AÑO NUEVO, VIDA NUEVA”
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¿LOS ANIMALES PUEDEN ENSEÑARNOS CÓMO SE LLEGA A ESA “VIDA NUEVA”?
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LOS MÚSICOS DE BREMEN
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Relato inspirado en el cuento infantil de los Hermanos Grimm
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Muchos años lo contemplaban a través de sacos y más sacos rumbo al molino, sin evaluar en ningún momento cantidades ni pesos. Tarea que resumía el único vínculo del asno con aquella granja. Sus días representaban un interminable canje; sudor y cansancio por comida. Nunca un cariño. Nunca una frase amigable.
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Mas, la vejez, que siempre espera en la ondulación del tiempo, poco a poco fue entrando en sus huesos, y la silente mordida de la edad le mermó las fuerzas. La realidad pronto gritó la sentencia; ¡ya no servía! Frase atroz que le estremeció el alma, pues le constaba que a los inservibles la suerte nunca los protege. Y la sospecha redobló el estremecimiento al escuchar al dueño hablándole a la esposa:
-Come y no trabaja. Tengo que deshacerme de él pero no sé cómo. Y si no puedo venderlo, lo…
El asno quedó petrificado, naufragando entre disímiles volutas de incomprensión. ¿Era esa la paga por tanto esfuerzo y tanta abnegación?
Intuyendo un sombrío destino cedió a lo inmediato, y aterrizó en la hondura del atrevimiento.
-¡Me marcharé!
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El nuevo día y la extrañeza de los demás animales presenciaron la partida. La realidad le había roto el empañado espejo de la senil existencia.
-Mis padres han muerto. Murieron trabajando para los hombres. Y aquella burrita parda que pretendía mi amor, hoy cuida de los nietos. Sólo me queda conocer la libertad.
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El eterno soplo del aire abrazó el cuerpo del equino vencido. Cual bandera de separación, una sábana colgada en el patio flameaba silente, marcando el marchar imprescindible. Miró atrás, la sombra gris de un pasado, que de tan nuevo aún no asumía lo lejano, parpadeaba enternecida. Partió envuelto en un entusiasmo anubarrado, agonizante, tambaleando en el eco del lento amanecer.
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Con un trote suave dio inicio a la longitud del camino. Todo rezumaba luminosidad, el color enlazábase a los sonidos y la exuberante vida le ponía cadencia a la música de natura. Las pisadas insonoras lo fueron adentrando en el amplexo de los valles. Las montañas observaban desde la altura de las cúspides. El diáfano cielo asentía. Todo conformaba un panorama límpido, que él no podía ver pues el desengaño habíale instalado una venda en los ojos. Empero, la marcha, horadando la distancia, le indicaba la presencia de un mundo nuevo; un mundo despoblado de intranquilidad.
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La muda mirada recorrió el rostro del amo. El otro no entendía que aquella mirada encadenaba al perro a la tortura del recuerdo. No quería partir. Tal vez su dueño reconsiderara para devolverle la amistad, el amor, la confianza. Las jornadas compartidas reclamaban una vejez serena… Pensamiento inútil. Lacerante.
-Viviré la condena de amarte y no tenerte a mi lado. De no verte ni de lejos… Por ti hubiera dado la vida. Te amé a ti, a tu familia, y hasta fui juguete de tu hijo…
El dueño pudo ayudarlo, él era fuerte. Pero, en la cobarde intención germinó la barrera que fracturaba la relación poblada de entrega y fidelidad.
-Y aunque sé que nunca saldrás a buscarme, igual, igual te espero…
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Los pasos presurosos le pusieron alas a la fuga. Zarpó atraído por el imán de la esperanza. Una débil esperanza enumerando nuevos rostros, nuevos cielos. El reposo, sentado en el desván de las hojas, aureolaba la mañana; describía la vida. Pronto la memoria devino en pájaro cautivo aleteando en la tristeza, sollozando en el hueco del adiós, advirtiendo fríamente que el ayer habíase convertido en sueño muerto. Mas, el pobre can perseveraba en engañarse, en remover las imágenes del ayer, en recrearse en la dicha perdida. Un inútil empeño de amarrar el fino hilo de la distancia a los innumerables afluentes del cariño.
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El burro tras haber andado un kilómetro, encontró un perro de caza que iba jadeando tal si lo persiguieran.
-¿Por qué estás tan cansado?
-He huido de mi casa. Porque estoy viejo y ya no puedo cazar, mi dueño…  ¡Y yo sé cómo acaban los perros de los cazadores!
-¿Cómo acaban?
-¡Colgados! ¡Pataleando en el aire y sin poder tocar el suelo!
-Eso es muy cruel.
-Así es. A los cazadores poco les importa el amor de un perro. Mientras eres útil, te mantienes, y cuando dejas de servir… Por eso he huido.
-Yo también he huido.
-¿Y tú por qué?
-Porque estoy viejo y no puedo trabajar igual que antes. Mi dueño resultó un desagradecido. Olvidó los años que trabajé para él. Incluso escuché que planeaba venderme, y de no conseguirlo, me entregaría al zoológico para que me coman los leones.
-A la ingratitud humana nada la detiene.
-Y ahora voy a Bremen. Pienso hacerme músico. Vente conmigo y hazte músico tú también. Yo puedo tocar el laúd y tú el tambor.
El perro aceptó. Para él la fortuna cambió. Había hallado un amigo y una nueva ilusión. Juntos encararon el rumbo a Bremen.
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La mujer de rostro iracundo, mirada borrascosa, y palabras quebradas derramando ingratitud, agitaba un arsenal de frases vestidas de amenazas. Renunció a su gato, al tierno corazón cansado de latir por ella, haciéndole sentir con esa actitud que el animalito vivió en la mentira, flotando entre sueños falsamente edulcorados por alguna caricia. La conducta de la dueña definía sentimientos muertos que estaban vivos. El michino enjugó la decepción en las inquietantes aguas de la fe hundida en un tiempo ido. El amor, palpitando en la vejez, resumía la urgencia de una decisión; la coyuntura reclamaba un movimiento si quería salvarse.
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Aunando pasos desasosegados y atentos, cruzó por delante de una puerta entreabierta, después atravesó el adormilado pasillo y bajó por la anciana escalera, tejiendo un enlace entre escalón y escalón. La puerta principal de la casa no opuso resistencia.
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Los ojos de la atmósfera lo observaron. El patio, llorando el polvillo de añosas estelas, concedió veracidad a la silenciosa partida. Abandonó la vivienda con el estremecimiento del famélico pordiosero frente al pan inalcanzable; como la rama seca que renuncia al árbol que la sostiene. Atrás se quedaban diez años. Tres mil seiscientos cincuenta días confundiendo mentiras por amor; mala intención por dicha.
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El asno y el perro, ergo recorrer un trecho, en un recodo del camino hallaron un gato, que detrás de la cara enfadada escondía el tajante hachazo de una amargura.
-¿Qué tal, amigo? –lo saludó cortésmente el burro- No pareces muy feliz.
-¿Puedo estar feliz cuando por viejo me acaban de retirar el cariño?
-Cuéntanos, ¿qué te pasa? –invitó el perro.
-Pues, como estoy viejo y prefiero acurrucarme frente a la chimenea en vez de cazar ratones, mi dueña, la mujer que más amo, ha querido ahogarme en la bañera. Para librarme tuve que escapar.
El can y el jumento trocaron ojeadas sin dar señal de asombro.
-Pero ahora tengo miedo –prosiguió el gato-. No sé qué será de mí, ni adónde puedo ir.
-Ven con nosotros a Bremen. Aprenderás música y podrás ser músico igual que nosotros.
El gato, conmovido, aceptó. La ventura le sonreía. La vida suplantó la pérdida de la desleal dueña por la llegada de dos amigos.
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Noche adulta, redondez nocturnal, espacio retinto, estrellas inquietantes; todo el silencio ocupando el hueco de la eternidad. El gallo sentíase exhausto, pequeño, frágil, desvalido en el oscuro corral; encerrado entre las aéreas murallas de las sombras. Solfeando desasosiego, cada vez más oprimido ante la derrota, más segmentado por el miedo. Un miedo que le empañaba las plumas derrumbándole la cresta, encogiendo los espolones. La decisión le imponía arriar el amor por aquella casa, y por la gente que la habitaba. Debía partir y le costaba irse. Semejábase a la golondrina que al estar prendada del paisaje, resolvió quedarse en el sitio desafiando el gruñido del invierno, y la derribó el viento helado.
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El torbellino de recelo ya pronunciaba la palabra tardía; adiós. Y aunque en los ojos permanecía la tristeza del niño paralítico viendo a los otros niños correr, lo empujaba el velo gris de una sospecha recluida en la memoria.
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Con un leve empujón abrió la puerta del gallinero. El lambetazo de la brisa le acarició el plumaje. Partió.
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Los tres fugitivos, cargando en sus adentros el intenso drama que la infidelidad humana les endosara, aunados por la naciente amistad, miraron al horizonte; consumían trayecto, sólo consumían trayecto. Bremen quedaba lejos; tendrían que luchar contra la fatiga y la lejanía.
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Al pasar por frente de una granja, vieron un gallo agitándose y cacareando a todo pulmón.
-¡Eh! Frena el quiquiriquí. ¿Quieres dejarnos sordos? –reclamó el asno.
-¿Qué te ocurre? –preguntó el gato.
-Mi canto tenía que ser alegre, pero ya no puedo estar alegre.
-¿Por qué? -quiso saber el perro.
-Porque mañana es domingo y mis dueños tienen invitados. Y le han dicho a la cocinera que me mate y haga conmigo una apetitosa comida. Muy pronto olvidaron mis servicios de reproductor y anunciador del nuevo día. Por eso chillo. Para quitarme la rabia y el miedo.
-Te comprendemos. La gente es desagradecida –apostilló el perro.
-Vente con nosotros –lo convidó el asno.
-A nuestro lado estarás mejor –agregó el gato.
-Vamos a Bremen para hacernos músicos –continuó el burro- Y ya que tú tienes buena voz, contigo podremos formar un cuarteto formidable.
El gallo no pudo negarse. Atrás quedaba la muerte, adelante la vida, y junto a él, tres amigos.
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Los cuatro prosiguieron viaje. Los kilómetros que iban acomodándose a la espalda, contemplaron gozosos la fuga hacia la ilusión. La arboleda, puesta de pie, agitó la cabellera en señal de simpatía. Detrás del horizonte Bremen esperaba. Conocían la imposibilidad de llegar en un día. Metro a metro la piel de la superficie desfilaba bajo las patas, y el peso del cansancio alivianó la carga gracias a la animada charla entre los animales.
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Desplegando un crepuscular vuelo, la tarde ponía en un bostezo el escarlata que matizaba el semblante de la tierra. Al caer el sol, un bosque les ofreció cobijo. Resolvieron hacer un alto y pasar ahí la noche.
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El asno y el perro hallaron acomodo a los pies de un árbol, el gato prefirió la concavidad de una gruesa rama. El gallo, sujeto al temor que le navegaba en las entrañas, prefirió instalarse en la copa.
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Sin embargo, antes que el sueño lo depositara en brazos del descanso, el gallo paseó la vista por el entorno. Divisó algo. Sí, a corta distancia vio una tenue luz. En el acto llamó la atención de los otros tres, y deshojando cacareos les hizo saber que debía tratarse de una casa.
-Entonces, ¡vamos hacia ella! –propuso el burro- El bosque es hospitalario aunque la intemperie no es agradable.
-En esa casa habrá comida –murmuró el perro.
-Y también un poco de leche –agregó el gato.
-O un poco de heno –musitó el jumento.
-Yo sería feliz con que a los dueños no les gustase la carne de ave –remató el gallo.
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Guiados por la luz pusieron proa al objetivo. En la medida que se aproximaban, ese faro afincado en la nada se iba agrandando. Al poco rato vieron la casa a un costado del camino. Sin embargo, la confianza dio paso al recelo, y los cuatro amigos determinaron arrimarse centrados en el sigilo, convirtiendo la insonoridad en el motor para las pisadas.
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La vivienda, erguida en el regazo de la soledad, blandía una razón de ser; era la guarida de un grupo de ladrones.
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El asno, al ser el más alto, arrimó la testa a la ventana.
Sus ojos adquirieron destellos de satisfacción.
-¿Qué ves? –le preguntó el gallo.
-¡Lo más bellos del mundo! Veo una mesa repleta de comida y bebidas. Parece que nos está esperando.
-¿Y no hay gente? –indagó el gato.
-Eso es lo malo. También hay unos tipos de feo aspecto. Parecen facinerosos.
-Ay, cómo me gustaría estar en ese banquete –confesó el gallo.
-A mí también, pero, ¿cómo? –interrogó el burro.
Recularon en bloque prestos a elaborar un plan.
-Lo primero, debemos hacer es librarnos de los delincuentes –opinó el gato.
-Si unimos nuestras características animales, no nos será tan difícil –propuso el perro.
Velozmente compusieron la acción.
El asno puso las patas delanteras en la ventana, el perro subió al lomo del burro, el gato hizo lo mismo sobre el perro, y el gallo levantó vuelo y se posó encima del gato… Inmediatamente arrancó el concierto; un coro de cacareos, rebuznos, ladridos y maullidos atronaron la noche.
Los ladrones, desconcertados, vieron aquella mole de animales de múltiples formas, y pensando en algún monstruo sanguinario sediento de carne humana, dejaron la mesa con todos los manjares. Y a fin de evitar el mortífero ataque, huyeron atemorizados en dirección al bosque.
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Los amigos comieron hasta el hartazgo, hablaron, rieron y cantaron. Después, respondiendo al llamado del descanso, apagaron las luces, y establecieron los acomodos para dormir en sitios idóneos a cada naturaleza: el burro marchó al patio y acabó echado arriba de un montón de paja, el perro prefirió tumbarse detrás de la puerta, el gato buscó acomodo al lado del fogón de la cocina, y el gallo en una percha.
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Cuando la noche madura acaparaba el sitio, el grupo de ladrones, ya libres del susto, y espiando desde lejos, advirtieron el retorno de la calma.
-Creo que nos asustamos sin motivo –dijo el jefe, y ordenó a uno de los compinches-. Tú, vuelve a la casa y mira bien a ver si de verdad hay un monstruo.
-Yo no voy. A mí no me atrae la curiosidad.
El jefe, advirtiendo pérdida de autoridad, tomó la decisión más adecuada:
-¡Iré yo mismo!
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Las tinieblas envolvían el mutismo de la vivienda. Nada insinuaba la existencia de ser viviente alguno. El hombre resolvió entrar en la cocina a buscar una vela. Los animales despertaron y mantuviéronse quietos, en actitud callada.
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El sujeto, vio dos ojos brillando en la oscuridad, y dedujo que algunas brasas aún seguían ardiendo. Arrimó la vela “al fuego”. Entonces, el gato, juntando fuerza y determinación, le saltó a la cara llenándolo de arañazos. El individuo, entre los gritos paridos por el dolor, partió horrorizado hacia la salida, presto a convertir la fuga en vía a la salvación. Mas, en la puerta tropezó con el perro, que en un tris le mordió una pierna. Enloquecido salió al patio, donde el asno le atizó una tremenda coz. El gallo, al grito de ¡quiquiriquí! levantó vuelo y le cayó en la cabeza aplicándole una lluvia de picotazos.
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El delincuente tornó al bosque tiritando y ahogado por la extenuación. Los compañeros quisieron saber lo sucedido. Una vez que amainó el nerviosismo, el maleante, en medio de balbuceos, contó:
-En la casa hay gente extraña. Una bruja me arañó la cara, en la puerta alguien me dio una cuchillada en una pierna, en el patio un monstruo negro me atizó un mazazo, y desde el tejado me saltó algo que picoteaba y gritaba “¡No lo dejéis escapar!”. A duras penas he conseguido zafarme. ¡A esa casa no vuelvo más!
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Para regocijo de la comarca, la banda de ladrones desapareció, prefiriendo seguir desafiando al destino antes que enfrentarse a las monstruosas criaturas que los expulsaron de la cómoda guarida.
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El asno, el perro, el gato y el gallo, se hicieron con la vivienda, y dado que había sido refugio de ladrones, allí encontraron de todo, y adentro de ese todo, también instrumentos musicales.
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A fuerza de reiterados ensayos, lograron formar el ansiado cuartero.
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Cierto día, pasó por allí un viajante de comercio, y escuchó la música que presidía el sitio. El deleite lo atrapó y el hombre quedó prendado.
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Al tornar a Bremen contó el maravilloso descubrimiento. La noticia corrió de boca en boca.
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El domingo siguiente, una caravana viajó al lugar dispuesta a enternecerse con el placer de la música.
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A los cuatro amigos les encantó el aplauso de tan rendida concurrencia. Y, debido al éxito, resolvieron instalarse definitivamente en la morada, y así seguir ofreciendo conciertos al aire libre.
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Y ya que nunca pudieron llegar a Bremen, Bremen había venido hasta ellos.
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Jacob y Wilhelm, popularmente conocidos por el apelativo de los Hermanos Grimm, los llamaron LOS MÚSICOS DE BREMEN.
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Para leer el cuento original de los Hermanos Grimm:
http://garrulussanguinarium.blogspot.com.es/2010/02/los-musicos-de-bremen-de-los-hermanos.html
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Autor del Texto: Ricardo Muñoz José
http://linde5-otroenfoque.blogspot.com.es/2012/12/un-homenaje-los-hermanos-gremm_31.html
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Este cuento está incluido en el libro de Ricardo Muñoz José, “Animales que habitan en el tiempo”.
ISBN-13: 978-84-95679-78-9
ISBN-10: 84-95679-78-7

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