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OTRO CUENTO DE NAVIDAD..
NERA, UN AMOR CON CUATRO PATAS
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OTRO CUENTO DE NAVIDAD..
Román, un señor mayor, vivía solo en un pequeño pueblo. Su mujer flotaba en el distante ayer desde que abandonó la vida, y Marga, la única descendiente, luego de casarse estableció residencia en una población cercana.
Dos años atrás, Marga le regaló al padre una perrita (que fuera abandonada y ella recogió en un camino), a fin de que lo acompañara en su soledad. Por el color del pelo Román la llamó Nera (negra, en italiano).
Román y Nera se tornaron inseparables. El vecindario poco tardó en habituarse a verlos pasar, enredados en largos paseos, y trocando miradas repletas de mensajes que sólo ellos entendían. La perra lo besaba en la cara y él le decía:
-¡Nunca te dejaré!
Román era feliz, Nera era feliz.
Dos años atrás, Marga le regaló al padre una perrita (que fuera abandonada y ella recogió en un camino), a fin de que lo acompañara en su soledad. Por el color del pelo Román la llamó Nera (negra, en italiano).
Román y Nera se tornaron inseparables. El vecindario poco tardó en habituarse a verlos pasar, enredados en largos paseos, y trocando miradas repletas de mensajes que sólo ellos entendían. La perra lo besaba en la cara y él le decía:
-¡Nunca te dejaré!
Román era feliz, Nera era feliz.
Sin embargo, la quebrantada salud del hombre le daba sustos cada vez más frecuentes; preludiando el desembarco de la parca presta a bajarle el telón de la existencia. Y cuando eso ocurriera, ¿qué iba a pasar con su perrita?
Un amanecer el pecho le jadeaba y el cuerpo no respondía. Una imprevista debilidad asociada a mareos conducente a las ansias de vómito, lo llenaban de un malestar general. Unos vecinos lo trasladaron al hospital más cercano. Fue ingresado de urgencia. Al mediodía Marga acudió a verlo. Su padre hallábase muy mal.
-Hija, llévate a Nera. No quiero que se quede sola.
-Pero papá, no va a pasar nada. Te curarás y todo seguirá igual.
Marga accedió al pedido paterno. La llevó con ella, y la dejó al cuidado de un pariente del esposo.
Nera se sintió sola. ¿Quién era aquella gente? ¿Por qué la habían traído a este sitio desconocido? ¿Dónde estaba Román?
Un amanecer el pecho le jadeaba y el cuerpo no respondía. Una imprevista debilidad asociada a mareos conducente a las ansias de vómito, lo llenaban de un malestar general. Unos vecinos lo trasladaron al hospital más cercano. Fue ingresado de urgencia. Al mediodía Marga acudió a verlo. Su padre hallábase muy mal.
-Hija, llévate a Nera. No quiero que se quede sola.
-Pero papá, no va a pasar nada. Te curarás y todo seguirá igual.
Marga accedió al pedido paterno. La llevó con ella, y la dejó al cuidado de un pariente del esposo.
Nera se sintió sola. ¿Quién era aquella gente? ¿Por qué la habían traído a este sitio desconocido? ¿Dónde estaba Román?
Un lánguido atardecer Román cayó vencido. Como un pétalo desmayado murió en la cama del hospital. Sus días se apagaron de repente, esquivando el feo trago del sufrimiento. Se marchó sin que el dolor físico le alterara la calma.
Nera ignoraba que el amigo habíase ido de este mundo.
Debajo de un añoso árbol enterraron a Román. En el cementerio del pueblo se quedó para siempre. Una tumba de aspecto humilde, fijó el punto en el que la tierra guardaba su adiós. El otoño ya le cedía el turno al invierno.
Al despuntar el alba, Nera emprendió la huida. En silente retirada atravesó varias calles y tomó la carretera. Anduvo sin pausa bajo el tibio sol matinal. El cuerpo le vibraba con las ráfagas de viento producidas por el paso de los vehículos.
Enhebrando claridades y sombras, soledad y mutismo, recorrió unos cuarenta kilómetros sin otra meta que el deseo de llegar. Román la esperaba. Derribando distancia de ríspido asfalto consumió el trayecto.
Al entrar en la población que tan bien conocía, la noche desplegaba las negras cortinas del paréntesis nocturnal. Nera se dirigió a la casa.
Nera ignoraba que el amigo habíase ido de este mundo.
Debajo de un añoso árbol enterraron a Román. En el cementerio del pueblo se quedó para siempre. Una tumba de aspecto humilde, fijó el punto en el que la tierra guardaba su adiós. El otoño ya le cedía el turno al invierno.
Al despuntar el alba, Nera emprendió la huida. En silente retirada atravesó varias calles y tomó la carretera. Anduvo sin pausa bajo el tibio sol matinal. El cuerpo le vibraba con las ráfagas de viento producidas por el paso de los vehículos.
Enhebrando claridades y sombras, soledad y mutismo, recorrió unos cuarenta kilómetros sin otra meta que el deseo de llegar. Román la esperaba. Derribando distancia de ríspido asfalto consumió el trayecto.
Al entrar en la población que tan bien conocía, la noche desplegaba las negras cortinas del paréntesis nocturnal. Nera se dirigió a la casa.
Puertas y ventanas lucían cerradas. Ninguna luz, ningún rumor. La vivienda respiraba en manos de la mudez, parada en un bostezo de acongojado reposo. Un enigmático halo la cubría con una pegajosa sensación de desierto. La solitud ganaba terreno, e íbase apropiando de los espacios ya rendidos. ¿Román dormía o salió a dar un paseo? Nera decidió echarse en la puerta. Pronto el cansancio llamó al sueño, y el sueño cristalizó en descanso.
La entrante mañana llegó envuelta en un sol macilento, desganado, como si el planeta parpadeara vencido. ¿Román no regresó?
La perra rumbeó al parque que ambos solían ir, y donde el amigo la soltaba y ella corría dichosa. Román se reía. Ella, entre carreras y revolcones, enlazaba su alegría a la satisfacción de él.
Erró por el parque entero y nada; a Román no se lo veía. Otros perros, compañeros de juegos en días más felices, vinieron a su encuentro. Las personas conocidas, al acariciarla, la regaban con miradas de tristeza. Nera no entendía el matiz ni el motivo.
Deambuló todo el día por el pueblo buscando al amigo del alma.
La tarde ya se sacudía la luz en vuelo de despedida, y el crepúsculo que manejaba el pincel del instante, iba pintando el firmamento con un velo escarlata. El rúbeo resplandor de incendio agotado, se desplegaba en la amplia superficie. A Nera el aterrizaje de las tinieblas no la espantaron. Tenía hambre, tenía sed. ¿Dónde estará Román?
La casa continuaba igual a un cofre sellado. Sólo el vacío se movía. La vida desapareció por la brumosa abertura del pasado. El amor que allí tarareó mil latidos, era el marco de la desolación.
Se durmió debajo de un coche.
-Las jornadas pasaron acarreando otras jornadas, y ella en el estéril rastreo, sin ceder al desánimo que arreciaba desde el confín de la tentación. Solamente la nada respondía a su desvaído mirar.
-La pobre comía lo que encontraba y bebía en un charco.
La entrante mañana llegó envuelta en un sol macilento, desganado, como si el planeta parpadeara vencido. ¿Román no regresó?
La perra rumbeó al parque que ambos solían ir, y donde el amigo la soltaba y ella corría dichosa. Román se reía. Ella, entre carreras y revolcones, enlazaba su alegría a la satisfacción de él.
Erró por el parque entero y nada; a Román no se lo veía. Otros perros, compañeros de juegos en días más felices, vinieron a su encuentro. Las personas conocidas, al acariciarla, la regaban con miradas de tristeza. Nera no entendía el matiz ni el motivo.
Deambuló todo el día por el pueblo buscando al amigo del alma.
La tarde ya se sacudía la luz en vuelo de despedida, y el crepúsculo que manejaba el pincel del instante, iba pintando el firmamento con un velo escarlata. El rúbeo resplandor de incendio agotado, se desplegaba en la amplia superficie. A Nera el aterrizaje de las tinieblas no la espantaron. Tenía hambre, tenía sed. ¿Dónde estará Román?
La casa continuaba igual a un cofre sellado. Sólo el vacío se movía. La vida desapareció por la brumosa abertura del pasado. El amor que allí tarareó mil latidos, era el marco de la desolación.
Se durmió debajo de un coche.
-Las jornadas pasaron acarreando otras jornadas, y ella en el estéril rastreo, sin ceder al desánimo que arreciaba desde el confín de la tentación. Solamente la nada respondía a su desvaído mirar.
-La pobre comía lo que encontraba y bebía en un charco.
Aparecieron flamantes días con idéntico resultado; ausencia. La figura de Nera perdió elegancia, los huesos le dibujaron la estructura, y su caminar era un encaje de movimientos enrevesados. Las personas captaban el drama y se entristecían al verla cruzar. Unos intentaron ganarse su confianza, otros quisieron recogerla a fin de darle un nuevo hogar. Pero ella no transigía. Meneando la cola cual bandera de agradecimiento, se marchaba en aras de la callada búsqueda. Entretanto, el debilitamiento íbale minando las fuerzas, y el temblor de sus ojos transmitía gritos de angustia.
Otros perros la atacaban y Nera no se defendía. ¿Cómo hacerlo cuando en ella sólo anidaba el amor? Los niños la perseguían tirándole piedras, y uno le pegó una patada que la perrita respondió con gemidos de dolor.
Arribó el invierno, y con el invierno la Navidad asomó el rostro. La gente diseñaba la noche más familiar del año. Todo desprendía colores, y los cantos navideños brotaban por doquier.
-¿Qué será la Navidad? -preguntábase Nera- Veo niños con otros perritos en los brazos, y juegan con ellos como si fueran juguetes nuevos. ¿Serán los regalos de Navidad?
Atrapada en el tejido de la memoria, sumida en la niebla de la descolorida realidad, Nera insistía en inmolarse en el ayer perdido. El sol se alternaba con la luna, y la perra sola, con el afán plantado adelante y el miedo empujando de atrás. Román vivía en la hondura de su mente, y una promesa con dulces palabras le resonaba sin sonido:
-¡Nunca te dejaré!
La inquietante soledad, el temor persistente, y los ruidos asustadores, la escoltaban en la inquebrantable marcha. ¿Por qué Román no volvía?
La nochebuena recaló trayendo estridencias. Las familias consumieron copiosas cenas, y entre largos brindis intercambiaron deseos de felicidad.
En el cielo fulgían las chispas sempiternas, a ras del suelo el frío azotaba sin prudencia ni proporción.
¿Y este olor? ¡Es el olor de Román! -repetía Nera al tiempo que afinaba el olfato.
Vino la hora de las despedidas, y la invitación a retornar cada cual a su casa, hacía sentir la llamada.
-¡Sí, huele a Román!
En la quieta opacidad avanzó guiada por el empellón olfativo.
Otros perros la atacaban y Nera no se defendía. ¿Cómo hacerlo cuando en ella sólo anidaba el amor? Los niños la perseguían tirándole piedras, y uno le pegó una patada que la perrita respondió con gemidos de dolor.
Arribó el invierno, y con el invierno la Navidad asomó el rostro. La gente diseñaba la noche más familiar del año. Todo desprendía colores, y los cantos navideños brotaban por doquier.
-¿Qué será la Navidad? -preguntábase Nera- Veo niños con otros perritos en los brazos, y juegan con ellos como si fueran juguetes nuevos. ¿Serán los regalos de Navidad?
Atrapada en el tejido de la memoria, sumida en la niebla de la descolorida realidad, Nera insistía en inmolarse en el ayer perdido. El sol se alternaba con la luna, y la perra sola, con el afán plantado adelante y el miedo empujando de atrás. Román vivía en la hondura de su mente, y una promesa con dulces palabras le resonaba sin sonido:
-¡Nunca te dejaré!
La inquietante soledad, el temor persistente, y los ruidos asustadores, la escoltaban en la inquebrantable marcha. ¿Por qué Román no volvía?
La nochebuena recaló trayendo estridencias. Las familias consumieron copiosas cenas, y entre largos brindis intercambiaron deseos de felicidad.
En el cielo fulgían las chispas sempiternas, a ras del suelo el frío azotaba sin prudencia ni proporción.
¿Y este olor? ¡Es el olor de Román! -repetía Nera al tiempo que afinaba el olfato.
Vino la hora de las despedidas, y la invitación a retornar cada cual a su casa, hacía sentir la llamada.
-¡Sí, huele a Román!
En la quieta opacidad avanzó guiada por el empellón olfativo.
El alcohol se alzaba como el dueño del momento, y las risas estremecían el nocturno sosiego. La gente desmarcábase de las reuniones, y emprendían el regreso a la tibieza hogareña.
-¿Y esas luces? ¿Por qué esas luces vienen hacia mí?
Las luces iban agrandando el tamaño en la medida que se aproximaban. De súbito enmudecieron las voces. Parecía que la vida habíase detenido. Nera procuró escapar a los faros precursores del vehículo, pero la rapidez motorizada… ¡Sintió un duro golpe! Su doloroso aullido, le puso música a la fuga del coche conducido por el exceso de alcohol.
La perrita quedó pataleando en el empedrado. Encogiendo y estirando al cuerpo en un intenso tiritar. Un amago de muerte la estremecía. El dilatado amplexo de la oscuridad la bañó con una marejada de silencio. Desde el techo de la noche las estrellas miraban compungidas.
El sufrimiento era atroz, hallábase presa de la desesperación. Mas, ¡debía seguir! El olor que alumbraba una dirección mantenía la espera. Se incorporó como pudo. La endeblez la atenazaba y las patas traseras no respondían. Un hilo de sangre le manaba de la boca. El costado le dolía por la rotura de una costilla. Empujada por el olfato, y con el espanto cavando hondo, se arrastró. Aunque se le partieran los huesos le urgía continuar. La oscuridad que revoloteaba con alas de cristal ahumado, la secundó en el martirizante esfuerzo.
A la mañana siguiente, 25 de diciembre, día de Navidad, hallaron a Nera muerta sobre la tumba de Román. El viento helado la envolvía con un cruel abrazo. Todo era paz. Román y Nera ya estaban juntos. En el hueco matinal se oía el vuelo de una frase:
-¡Nunca te dejaré!
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AUTOR, RICARDO MUÑOZ JOSÉ -¿Y esas luces? ¿Por qué esas luces vienen hacia mí?
Las luces iban agrandando el tamaño en la medida que se aproximaban. De súbito enmudecieron las voces. Parecía que la vida habíase detenido. Nera procuró escapar a los faros precursores del vehículo, pero la rapidez motorizada… ¡Sintió un duro golpe! Su doloroso aullido, le puso música a la fuga del coche conducido por el exceso de alcohol.
La perrita quedó pataleando en el empedrado. Encogiendo y estirando al cuerpo en un intenso tiritar. Un amago de muerte la estremecía. El dilatado amplexo de la oscuridad la bañó con una marejada de silencio. Desde el techo de la noche las estrellas miraban compungidas.
El sufrimiento era atroz, hallábase presa de la desesperación. Mas, ¡debía seguir! El olor que alumbraba una dirección mantenía la espera. Se incorporó como pudo. La endeblez la atenazaba y las patas traseras no respondían. Un hilo de sangre le manaba de la boca. El costado le dolía por la rotura de una costilla. Empujada por el olfato, y con el espanto cavando hondo, se arrastró. Aunque se le partieran los huesos le urgía continuar. La oscuridad que revoloteaba con alas de cristal ahumado, la secundó en el martirizante esfuerzo.
A la mañana siguiente, 25 de diciembre, día de Navidad, hallaron a Nera muerta sobre la tumba de Román. El viento helado la envolvía con un cruel abrazo. Todo era paz. Román y Nera ya estaban juntos. En el hueco matinal se oía el vuelo de una frase:
-¡Nunca te dejaré!
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http://linde5-otroenfoque.blogspot.com/2009/12/blog-post.html
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Este texto figura en el libro "Cuentos desiguales", editado por VOR Ediciones.
ISBN-13: 978-84-15598-92-3
Depósito Legal: M-21061-2013
TRADUCCIÓN AL FRANCÉS
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Nera et Román conte de Ricardo Muñoz José.
UN CONTE DE NOËL
.Román, un monsieur âgé vivait seul dans un petit village. Son épouse faisait partie du passé depuis qu’elle avait quitté ce monde et Marga, l’unique descendante, après s’être mariée, était allée vivre dans un village des alentours.
Deux ans auparavant, Marga avait fait cadeau à son père d’une petite chienne abandonnée, qu’elle avait recueillie en chemin, afin que celle-ci lui tienne compagnie dans sa solitude. Ils l’appelèrent Nera, à cause de la couleur de sa robe.
Román et Nera étaient inséparables. Le voisinage ne mit pas long à s’habituer de les voir se promener et échanger des messages qu’eux seuls comprenaient. La chienne lui faisait des bisous et Román lui répétait :
-Jamais je ne t’abandonnerai !
Román était heureux, Nera était heureuse. Pourtant, la santé capricieuse du monsieur était motif de soucis chaque fois plus fréquents. Cela présageait l’arrivée de la Grande Faucheuse, prête à baisser le rideau de l’existence. Et lorsque cela arriverait, qu’en serait-il de sa petite chienne ?
Un matin, à l’aube, Román éprouva de la difficulté à respirer et son corps ne répondait plus. Une faiblesse inopinée associée à des nausées et des vomissements lui causèrent un mal être général. Des voisins le conduisirent à l’hôpital le plus proche. Il y fut admis d’urgence. Marga vint le voir dans l’après-midi. Son père n’allait pas bien du tout.
-Ma fille, prends chez toi Nera, je ne veux pas qu’elle reste seule.
-Mais papa, tu verras, tout va s’arranger, tu guériras et tout rentrera dans l’ordre.
Marga exauça les vœux de son père. Elle prit la chienne et la laissa aux soins d’un membre de la famille de son époux.
Nera se sentit seule. Qui étaient ces gens ? Pourquoi l’avait-on amenée dans cet endroit ? Où était Román ?
Román, vaincu, finit par rendre les armes. Comme un pétale fané, il mourut sur son lit d’hôpital. Ses jours s’achevèrent d’un coup, faisant la nique à la souffrance. Il s’en alla sans que la douleur physique n’altère son calme.
Nera ne savait pas que son ami avait quitté ce monde.
Román fut enseveli sous un arbre centenaire. Le cimetière de son village serait sa demeure éternelle. Une tombe tout simple, qui pourtant gardait l’empreinte de ses adieux. L’automne était sur le point de céder sa place à l’hiver.
Au lever du jour, Nera fugua. En silence, elle s’engagea sur la route. Elle ne fit aucune pause sous le matin tiède. Son corps chancelait sous les rafales de vent produites par les voitures qui la croisaient. Elle parcourut ainsi une quarantaine de kilomètres alternant clarté et hombres, solitude et mutisme. Avec pour unique désir, celui d’atteindre son but. Román l’attendait. Le périple s’acheva à force d’asphalte ennemi.
Alors qu’elle pénétrait dans le village qu’elle connaissait si bien, la nuit déployait ses noirs rideaux tels une parenthèse nocturne. Nera prit le chemin de la maison. Les portes de même que les fenêtres semblaient fermées. Aucune lumière, aucun bruit. La maison respirait au son du silence, comme figée dans un bâillement de repos angoissant. Un halo énigmatique l’enrobait à l’effigie d’une poisseuse sensation de néant. La solitude gagnait du terrain et s’appropriait des espaces vaincus. Román dormait-il ? ou était-il en train de se promener ? Nera se coucha devant la porte. Bientôt la fatigue appela le sommeil et le sommeil se cristallisa en repos. Le lendemain matin, un soleil blafard, sans envie, fit son apparition, comme si la planète tout entière vacillait, vaincue. Román n’était pas de retour ?
La chienne se dirigea vers le parc où tous les deux avaient l’habitude de se rendre et où son ami la laissait courir en liberté, heureuse. Román riait. Elle, entre courses et cabrioles, faisait aller de pair son bonheur avec la satisfaction de Román.
Elle erra dans le parc, sans succès ; Román était invisible. D’autres chiens, compagnons de jeux d’une période plus joyeuse, vinrent à sa rencontre. Les personnes qui la connaissaient la caressaient en lui prodiguant des regards empreints de tristesse. Nera n’en comprenait pas la signification. Elle déambula toute la journée à la recherche de son ami de cœur.
L’après-midi, en guise d’au revoir, se délestait, déjà, de la lumière et le crépuscule qui tenait le pinceau du temps commença à peindre le firmament d’un voile écarlate. Le rouge éclat de cet incendie contenu se déployait alentour. Nera ne fut pas effrayée par l’arrivée des ténèbres. Elle avait faim, elle avait soif. Où donc était passé Román ?
La maison paraissait un coffre-fort scellé. Seul le vide semblait en mouvement. La vie avait disparu par la brumeuse ouverture du passé. L’amour qui avait palpité des milliers de fois n’était plus que la marque de la désolation.
Elle s’endormit sous la voiture.
Les journées s’enchaînaient et elle dans ce sillage stérile ne cédait pas au découragement qui redoublait aux frontières de la tentation. Le néant, seul, répondait à son regard vague.
La pauvre, elle se nourrissait de ce qu’elle trouvait et elle buvait l’eau des flaques. Des journées resplendissantes firent leur apparition, mais le résultat était toujours le même : l’absence. Nera perdit de son élégance, ses os commencèrent à redessiner sa silhouette et sa démarche ne fut plus qu’une succession de mouvements saccadés. Les gens percevaient son drame et s’attristaient de la voir passer. Certains essayaient de gagner sa confiance, d’autres voulurent la recueillir afin de lui offrir un nouveau foyer. Mais elle ne transigeait pas. Son fouet agité en guise de bannière reconnaissante, elle poursuivait sa quête silencieuse. Mais ses forces étaient minées par la faiblesse et le tremblement de ses yeux n’était que cris d’angoisse.
Des chiens l’attaquèrent, Nera ne se défendait pas. Comment aurait-elle pu, en elle il n’y avait qu’amour ? Les enfants la pourchassaient en la caillassant, il y en eut même un, qui lui décocha un coup de pied, auquel elle répondit par un gémissement de douleur.
L’hiver arriva et avec lui, Noël. Les gens organisaient déjà la nuit familiale par excellence. Tout n’était que couleurs et les chants de Noël résonnaient de partout.
-C’est Noël ? se demandait Nera. Je vois des enfants avec des petits chiens dans les bras et ils jouent avec eux comme s’il s’agissait de nouveaux jouets. Ce sont peut-être les cadeaux de Noël ?
Engluée dans les toiles de la mémoire, plongée dans la brume de la fade réalité, Nera continuait de se torturer dans un passé perdu. Le soleil avait fait place à la lune. La chienne était seule, le désir la poussant et la peur la retenant. Román vivait dans les tréfonds de sa mémoire et une promesse faite de douces paroles retentissait sans bruit.
-Jamais je ne t’abandonnerai !
L’inquiétante solitude, la peur persistante et les bruits effrayants l’escortaient dans sa marche inébranlable. Pourquoi Román n’était-il pas de retour ?
La nuit de Noël amena avec elle toutes les excentricités. Les familles engloutirent de copieux repas et au cours d’innombrables toasts échangèrent des vœux de bonheur. Dans le ciel jaillissaient les étincelles éternelles et au ras du sol le froid fouettait sans relâche.
Et cette odeur ? C’est l’odeur de Román ! répétait Nera en aiguisant son odorat.
Vint l’heure des adieux et la promesse de revenir l’an prochain.
-Oui, c’est l’odeur de Román !
Dans la douce opacité, elle avança, comme guidée. L’alcool avait pris possession des lieux et les rires faisaient trembler la quiétude nocturne. Les gens commençaient à rentrer dans leur foyer.
-Et ces lumières ? Pourquoi se dirigent-elles sur moi ?
Les lumières devenaient de plus en plus grandes à mesure qu’elles approchaient. Soudain, les voix se turent. On aurait dit que la vie était suspendue. Nera tenta d’échapper aux phares avant-coureurs de la voiture, mais elle allait si vite … Elle ressentit un coup violent ! Son hurlement retentit comme une musique alors que la voiture ivre prenait la fuite. La petite chienne gesticulait sur les pavés. Tantôt recroquevillé, tantôt raide son corps était saisi d’intenses convulsions. La main de la mort la saisissait. L’obscurité la baigna de sa houle silencieuse. De la voûte céleste, les étoiles regardaient, contrites.
Aux prises avec le désespoir, la souffrance était atroce. Ce n’était que le début ! Une odeur, pourtant, qui indiquait une direction disait d’attendre. Elle se redressa tant bien que mal. La faiblesse la tenaillait et ses pattes arrière ne répondaient plus. Un filet de sang perlait de sa gueule. Elle avait une côte cassée et toute cette partie était endolorie. Contrainte par son flair et l’épouvante de plus en plus présente, elle se traîna. Quitte à ce que ses os ne se rompent, elle devait continuer. L’obscurité de ses ailes de cristal noircies voltigeait tout en la soutenant dans son effort martyr.
Le lendemain matin, 25 décembre, jour de Noël, on retrouva Nera, morte, sur la tombe de Román. Un vent gelé l’embrassait de sa cruelle étreinte. Tout n’était que paix. Román et Nera étaient ensemble. Et dans le vide de ce matin-là, on pouvait entendre portées par le vent les paroles d’une phrase :
-Jamais je ne t’abandonnerai !
RICARDO MUÑOZ JOSÉ
http://linde5-otroenfoque.blogspot.com/2009/12/blog-post.html
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Nera et Román conte de Ricardo Muñoz José.
UN CONTE DE NOËL
.Román, un monsieur âgé vivait seul dans un petit village. Son épouse faisait partie du passé depuis qu’elle avait quitté ce monde et Marga, l’unique descendante, après s’être mariée, était allée vivre dans un village des alentours.
Deux ans auparavant, Marga avait fait cadeau à son père d’une petite chienne abandonnée, qu’elle avait recueillie en chemin, afin que celle-ci lui tienne compagnie dans sa solitude. Ils l’appelèrent Nera, à cause de la couleur de sa robe.
Román et Nera étaient inséparables. Le voisinage ne mit pas long à s’habituer de les voir se promener et échanger des messages qu’eux seuls comprenaient. La chienne lui faisait des bisous et Román lui répétait :
-Jamais je ne t’abandonnerai !
Román était heureux, Nera était heureuse. Pourtant, la santé capricieuse du monsieur était motif de soucis chaque fois plus fréquents. Cela présageait l’arrivée de la Grande Faucheuse, prête à baisser le rideau de l’existence. Et lorsque cela arriverait, qu’en serait-il de sa petite chienne ?
Un matin, à l’aube, Román éprouva de la difficulté à respirer et son corps ne répondait plus. Une faiblesse inopinée associée à des nausées et des vomissements lui causèrent un mal être général. Des voisins le conduisirent à l’hôpital le plus proche. Il y fut admis d’urgence. Marga vint le voir dans l’après-midi. Son père n’allait pas bien du tout.
-Ma fille, prends chez toi Nera, je ne veux pas qu’elle reste seule.
-Mais papa, tu verras, tout va s’arranger, tu guériras et tout rentrera dans l’ordre.
Marga exauça les vœux de son père. Elle prit la chienne et la laissa aux soins d’un membre de la famille de son époux.
Nera se sentit seule. Qui étaient ces gens ? Pourquoi l’avait-on amenée dans cet endroit ? Où était Román ?
Román, vaincu, finit par rendre les armes. Comme un pétale fané, il mourut sur son lit d’hôpital. Ses jours s’achevèrent d’un coup, faisant la nique à la souffrance. Il s’en alla sans que la douleur physique n’altère son calme.
Nera ne savait pas que son ami avait quitté ce monde.
Román fut enseveli sous un arbre centenaire. Le cimetière de son village serait sa demeure éternelle. Une tombe tout simple, qui pourtant gardait l’empreinte de ses adieux. L’automne était sur le point de céder sa place à l’hiver.
Au lever du jour, Nera fugua. En silence, elle s’engagea sur la route. Elle ne fit aucune pause sous le matin tiède. Son corps chancelait sous les rafales de vent produites par les voitures qui la croisaient. Elle parcourut ainsi une quarantaine de kilomètres alternant clarté et hombres, solitude et mutisme. Avec pour unique désir, celui d’atteindre son but. Román l’attendait. Le périple s’acheva à force d’asphalte ennemi.
Alors qu’elle pénétrait dans le village qu’elle connaissait si bien, la nuit déployait ses noirs rideaux tels une parenthèse nocturne. Nera prit le chemin de la maison. Les portes de même que les fenêtres semblaient fermées. Aucune lumière, aucun bruit. La maison respirait au son du silence, comme figée dans un bâillement de repos angoissant. Un halo énigmatique l’enrobait à l’effigie d’une poisseuse sensation de néant. La solitude gagnait du terrain et s’appropriait des espaces vaincus. Román dormait-il ? ou était-il en train de se promener ? Nera se coucha devant la porte. Bientôt la fatigue appela le sommeil et le sommeil se cristallisa en repos. Le lendemain matin, un soleil blafard, sans envie, fit son apparition, comme si la planète tout entière vacillait, vaincue. Román n’était pas de retour ?
La chienne se dirigea vers le parc où tous les deux avaient l’habitude de se rendre et où son ami la laissait courir en liberté, heureuse. Román riait. Elle, entre courses et cabrioles, faisait aller de pair son bonheur avec la satisfaction de Román.
Elle erra dans le parc, sans succès ; Román était invisible. D’autres chiens, compagnons de jeux d’une période plus joyeuse, vinrent à sa rencontre. Les personnes qui la connaissaient la caressaient en lui prodiguant des regards empreints de tristesse. Nera n’en comprenait pas la signification. Elle déambula toute la journée à la recherche de son ami de cœur.
L’après-midi, en guise d’au revoir, se délestait, déjà, de la lumière et le crépuscule qui tenait le pinceau du temps commença à peindre le firmament d’un voile écarlate. Le rouge éclat de cet incendie contenu se déployait alentour. Nera ne fut pas effrayée par l’arrivée des ténèbres. Elle avait faim, elle avait soif. Où donc était passé Román ?
La maison paraissait un coffre-fort scellé. Seul le vide semblait en mouvement. La vie avait disparu par la brumeuse ouverture du passé. L’amour qui avait palpité des milliers de fois n’était plus que la marque de la désolation.
Elle s’endormit sous la voiture.
Les journées s’enchaînaient et elle dans ce sillage stérile ne cédait pas au découragement qui redoublait aux frontières de la tentation. Le néant, seul, répondait à son regard vague.
La pauvre, elle se nourrissait de ce qu’elle trouvait et elle buvait l’eau des flaques. Des journées resplendissantes firent leur apparition, mais le résultat était toujours le même : l’absence. Nera perdit de son élégance, ses os commencèrent à redessiner sa silhouette et sa démarche ne fut plus qu’une succession de mouvements saccadés. Les gens percevaient son drame et s’attristaient de la voir passer. Certains essayaient de gagner sa confiance, d’autres voulurent la recueillir afin de lui offrir un nouveau foyer. Mais elle ne transigeait pas. Son fouet agité en guise de bannière reconnaissante, elle poursuivait sa quête silencieuse. Mais ses forces étaient minées par la faiblesse et le tremblement de ses yeux n’était que cris d’angoisse.
Des chiens l’attaquèrent, Nera ne se défendait pas. Comment aurait-elle pu, en elle il n’y avait qu’amour ? Les enfants la pourchassaient en la caillassant, il y en eut même un, qui lui décocha un coup de pied, auquel elle répondit par un gémissement de douleur.
L’hiver arriva et avec lui, Noël. Les gens organisaient déjà la nuit familiale par excellence. Tout n’était que couleurs et les chants de Noël résonnaient de partout.
-C’est Noël ? se demandait Nera. Je vois des enfants avec des petits chiens dans les bras et ils jouent avec eux comme s’il s’agissait de nouveaux jouets. Ce sont peut-être les cadeaux de Noël ?
Engluée dans les toiles de la mémoire, plongée dans la brume de la fade réalité, Nera continuait de se torturer dans un passé perdu. Le soleil avait fait place à la lune. La chienne était seule, le désir la poussant et la peur la retenant. Román vivait dans les tréfonds de sa mémoire et une promesse faite de douces paroles retentissait sans bruit.
-Jamais je ne t’abandonnerai !
L’inquiétante solitude, la peur persistante et les bruits effrayants l’escortaient dans sa marche inébranlable. Pourquoi Román n’était-il pas de retour ?
La nuit de Noël amena avec elle toutes les excentricités. Les familles engloutirent de copieux repas et au cours d’innombrables toasts échangèrent des vœux de bonheur. Dans le ciel jaillissaient les étincelles éternelles et au ras du sol le froid fouettait sans relâche.
Et cette odeur ? C’est l’odeur de Román ! répétait Nera en aiguisant son odorat.
Vint l’heure des adieux et la promesse de revenir l’an prochain.
-Oui, c’est l’odeur de Román !
Dans la douce opacité, elle avança, comme guidée. L’alcool avait pris possession des lieux et les rires faisaient trembler la quiétude nocturne. Les gens commençaient à rentrer dans leur foyer.
-Et ces lumières ? Pourquoi se dirigent-elles sur moi ?
Les lumières devenaient de plus en plus grandes à mesure qu’elles approchaient. Soudain, les voix se turent. On aurait dit que la vie était suspendue. Nera tenta d’échapper aux phares avant-coureurs de la voiture, mais elle allait si vite … Elle ressentit un coup violent ! Son hurlement retentit comme une musique alors que la voiture ivre prenait la fuite. La petite chienne gesticulait sur les pavés. Tantôt recroquevillé, tantôt raide son corps était saisi d’intenses convulsions. La main de la mort la saisissait. L’obscurité la baigna de sa houle silencieuse. De la voûte céleste, les étoiles regardaient, contrites.
Aux prises avec le désespoir, la souffrance était atroce. Ce n’était que le début ! Une odeur, pourtant, qui indiquait une direction disait d’attendre. Elle se redressa tant bien que mal. La faiblesse la tenaillait et ses pattes arrière ne répondaient plus. Un filet de sang perlait de sa gueule. Elle avait une côte cassée et toute cette partie était endolorie. Contrainte par son flair et l’épouvante de plus en plus présente, elle se traîna. Quitte à ce que ses os ne se rompent, elle devait continuer. L’obscurité de ses ailes de cristal noircies voltigeait tout en la soutenant dans son effort martyr.
Le lendemain matin, 25 décembre, jour de Noël, on retrouva Nera, morte, sur la tombe de Román. Un vent gelé l’embrassait de sa cruelle étreinte. Tout n’était que paix. Román et Nera étaient ensemble. Et dans le vide de ce matin-là, on pouvait entendre portées par le vent les paroles d’une phrase :
-Jamais je ne t’abandonnerai !
RICARDO MUÑOZ JOSÉ
http://linde5-otroenfoque.blogspot.com/2009/12/blog-post.html
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Traduit de l’espagnol par M.S. .© les animaux maltraités. Tous droits réservés..
Par lesanimauxmaltraites.over-blog.com - Publié dans: Textes et contes de Ricardo Muñoz José .
Par lesanimauxmaltraites.over-blog.com - Publié dans: Textes et contes de Ricardo Muñoz José .
28 comentarios:
Conmovedor. Tierno y poético, pero conmovedor.
Existen tantos cuentos de Navidad, y todos hablan de lo mismo: la soledad, el amor perdido, la familia lejana, la enfermedad, la niñez, el silencio...
Pero sólo tú, Ricardo, nos traes este nuevo tema; la Navidad de los animales.
A mucha gente hará llorar el drama de Nera.
Gracias por escribirlo.
Un beso
Ricardo, acabo de comprobar lo mal que usamos el idioma. Estuve a punto de escribir “qué hermosa historia”, y me frené. ¿Qué puede tener de hermosa la desgracia de la pobre perrita? En realidad es una historia triste, muy triste. Ella que fue abandonada y tuvo la suerte de ser recogida de la carretera, terminó viviendo tan dramático final.
Aunque en este caso la intervención humana no determinó el malogrado fin. En todo momento, tanto Román como Marga, buscaron lo mejor para Nera. Pero, el instinto y la fidelidad del animal la condujeron a protagonizar la tremenda odisea con tan nefasta conclusión.
La actitud de Nera me captó la atención y desbordó mi estado emocional. Tu estilo narrativo, una vez más, me llegó profundamente.
Como dice Odi, eres el único que nos hace sentir la Navidad de los animales. Cuántas historias verídicas de este tipo existirán y nosotros las ignoramos. Gracias a que contamos con tu imaginación y tu pluma, para recordarnos que existen dramas provocados por la maldad del hombre, y que llevan a los animales a vivir una Navidad oculta; la Navidad del silencio y el desamparo.
Un saludo.
El nundo de los blog me atrae, justamente, por este tipo de literatura. Sensible, poética y novedosa.
La historia de la perrita Nera es conmovedora. Ella, que partiendo del abandono consiguió el amor, se ve abocada una búsqueda imposible por negarse a aceptar que lo había perdido todo, y finalmente muere de manera imprevista. Sorpresiva. Ya que no esperaba semejante conclusión.
Tu estilo narrativo, amigo Ricardo, es de altísimo nivel.
Odi tiene razón al recordarnos la temática usada en los "cuentos de navidad". Es una permanente repetición. Algunos autores con más acierto que otros, pero, es siempre lo mismo.
Felicitaciones a granel.
Un abrazo desde Montevideo, Uruguay.
Querido Ricardo, hace unos meses difundía yo la historia de un bóxer y una cocker de Córdoba cuyo dueño, drogadicto, se había suicidado por no hacer sufrir a su familia. A sus perros nunca les faltó de nada y eran su vida. Los perros están en Francia, acogidos en buenas casas y se darán en adopción juntos. Una de las frases que decía el post era: "Tienen 14 años, y quizás si su amado dueño les hubiera preguntado, hubieran elegido seguirle cuando él ha decido marcharse a descansar para siempre". Esa es la misma pregunta que tendriamos que haber hecho a Nera.
Una hermosa y triste historia. A veces también cuando perdemos a nuestros queridos compañeros tenemos un momento en el que pensamos si no nos gustaría irnos con ellos, eso pasó durante un momento por mi cabeza hace poco más de un mes cuando tuve que sacrificar a mi querida Mafalda, mi compañera de vida, "pínchame a mí también, Angel, que no me quiero quedar sin ella"
Si señor, una gran historia y una gran narración. Sorprende el desenlace. No me lo esperaba. Ahí se nota que tienes mucha práctica. Sinceramente, pensé que Nera quedaría mal herida, o que moriría en la calle.
Ahora, lo que me pregunto, ¿a nadie se le ocurrió escribir sobre la Navidad de los animales? Ricardo, es todo un hallazgo. Pena que no tengamos más Navidades durante el año para disfrutar de tus relatos.
Un besazo desde Las Palmas (G.C.)
Una gran historia de amor narrada perfectamente (como siempre) amigo Ricardo.
Felicidades por este cuento!!!
Lastima que la pobre Nera tuviera este triste final...
Gracias por tus escritos!!!
Un fuerte abrazo
Àngels
Supongo que es un cuento porque no figura la ubicacion y porque el titulo mismo lo dice:"otro cuento de navidad"
Aunque debe haber muchos casos reales parecidos que no se si habran terminado al lado de la tumba del amo pero si en un rincon muertos, mientras iban tras la busqueda de algo, sobre todo en las fiestas.
La gente deberia tener mas espiritu navideño y menos luces de colores.
Que buen mensaje para estas fiestas y para todos los dias del año para y para todos los que atropellan un animal y siguen de largo.
Cuanto mas tienen para enseñarnos los animales a nosotros!!
PD sabes que hacia media hora habia pasado a buscar algo y vi la nota y pense despues la leo tranquila.
Beso!
Una historia enternecedora. Sé que es de ficción, pero como se parece a la realidad.
Te digo esto, porque aquí en Andorra, hace unos años ocurrió algo muy parecido. Al morir su dueño, una gatita (llamada Luz)abandonó la casa y se fue a vivir en la tumba del amigo. Unos meses después,varios hijos de pu... la mataron a patadas.
Ricardo, me congratula comprobar que mantienes el estilo; excelente prosa, juego de las emociones y buen pulso narrativo. Un aplauso para ti.
Un saludo desde la nevada Andorra.
Ricardo, me tenés enganchado. Todo lo que escribís lo leo de inmediato. A este paso voy de cabeza a la "Ricardo-dependencia".
Esta vez nos traés un cuento altamente emocional. Hasta me atrevo a juzgarlo cinematográfico. Ambientado en la Navidad, que es una fecha clave, pero, realmente pasa todos los días. En cualquier lugar. Incluso en la esquina de mi casa.
Ahora, la originalidad reside en que la perrita no se dejó morir en la calle, y se arrastró hasta la tumba del amigo. Eso me encantó.
Otro detalle que impresiona es el trueque del sentido de la frase: ¡Nunca te dejaré! El que prometía no dejarla nunca era Román, pero al final quien no lo dejó a él, fue Nera.
Por lo tanto, pienso que si este relato llega al gran público ayudará a cambiar muchas mentalidades. Te felicito, amigo.
Ahora, y para completar la historia, Álvaro nos cuenta lo ocurrido con una gatita, que hizo algo parecido y terminó muerta a patadas. Una tristeza más, que nos lleva a pensar en la vida que le damos a los animales.
"Nera, un amor con cuatro patas", más que "otro cuento de Navidad", es lo mismo de todas las Navidades; alegría para muchos y dolor y muerte para los que permanecen ocultos en la soledad.
Un buen trabajo. Ricardo.
Un saludo desde Uruguay, el país con un río de una sola orilla.
Mientras escribo esto no puedo evitar llorar, demasiado triste, pero real, así terminan muchos animales cuando sus amos mueren.
Solo el amor puede cambiar el destino de tantos animales abandonados.
Gracias por compartir esta historia.Un saludo afectuoso desde Chile.
Que triste historia, pobre Nera!! Ricardo una vez màs me sorprendes con estas historias que llegan al alma.
É um conto muito triste mas agradável de ler. Nele se unem o dramatismo com a ternura. Algo difícil de fazer. Acho que esta é uma grande história, e ajudará a acordar consciência sobre o problema animal. Não tenho dúvidas que será bem recebido.
Obrigado Ricardo.
Um abraço desde Rio de Janeiro
Qué gran mensaje de Navidad. En esta fiesta en que todos somos muy buenitos, a ver si nos acordamos de tantas Neras que andan por ahí.
Los animales abandonados se multiplican y la indiferencia crece. Es un drama que provocamos nosotros y después miramos para otro lado.
"Nera, un amor con cuatro patas", para mí son cuatro patas formando un amor llamado Nera.
Ricardo, como siempre, me has conmovido. Tenés una habilidad para escribir temas con sentido tan profundo, que cada vez que publicás algo, ya me preparo para llorar.
Pero quiero que sigás escribiendo, porque sos el único que se ocupa de esa otra cara de la Navidad, la Navidad de los Animales.
Tu prosa, como ya es costumbre, ¡impecable!
Un beso desde Animalia, Mendoza, Argentina.
¡Qué buen relato, Ricardo! Tierno, emocionante y poético.
El drama vivido por la perrita llega al corazón y te arranca las lágrimas. Pobre, solita y buscando sin desmayo a amigo muerto.
Este relato tan conmovedor, ¿ayudará a despertar conciencia hacia el problema de los animales? Sinceramente, pienso que no. La gente cruel, o sólo indiferente, no lee estas cosas.
Pienso que en nosotros recae la responsabilidad de darlo a conocer entre nuestras amistades. Por mi parte, lo haré.
Ricardo, cómo se ha dicho antes, eres el único que se preocupa en revelarnos esa parte triste de la Navidad. La Navidad que viven los animales abandonados.
Un besote.
¡Qué bien escribes! La verdad es que tenemos mucho que aprender de los animales. Los perros son nobles y leales, los humanos volubles, tornadizos y egoístas. Me reconozco especista: para mi antes van los perros que nada.
Un abrazo.
Este relato si me hizo derramar lágrimas, hermoso y triste a la vez.
Dios permita que muchas Neras encuentren en esta Navidad un hogar.
Gracias Ricardo.
Un abrazo!
Excelente historia, describe a la perfección la realidad de los animales, usados a gusto del hombre y sin un futuro seguro y digno.
La narración de este cuento envuelve al que lo lee por muchas razones.
Los animales siempre serán incondicionales y fieles a pesar de todo, su bondad y grandeza es algo que hemos de aprender y valorar.
Es asombroso como el cuento se asemeja a una realidad tan desconocida, la realidad de los animales no humanos, que sufren día a día por la insensatez y el especismo de una raza que tiene mucho que aprender.
Te felicito amigo, no sé como lo haces pero tus escritos nos llegan al corazón y nos enseñan a valorar aún más a los que no tienen voz.
No dejes de hacerlo...
Besos,
Vane
Hola, Ricardo:
¿Creerías que me ha hecho hasta llorar esta historia?, es otra muestra de esa fidelidad tan famosa en ellos y tan escasa entre la especie "racional". Me ha indignado el episodio de unos críos que la arrojaron piedras, ¡pobres salvajes!, me dan más compasión por lo que están perdiendo que rabia por lo que son.
Gracias por regalarnos a nuestros sentidos esta historia.
Nera, donde estés, has de saber que hay más humanos como tu querido amo Román, aunque no lo parezca.
Un abrazo.
¡Qué relato! Literatura de alto nivel. Lástima que se parezca tanto a la realidad.
Nera fue abandonada, pero tuvo la suerte de hallar un nuevo hogar, y un amigo de verdad que la amaba por encima de todo.
Román llega al punto que sintiéndose morir, se preocupaba por la suerte de su perrita. Seguramente que falleció con ella en el recuerdo.
Román y Nera, Nera y Román, formaban una de esas parejas entrañables que acostumbramos a ver por las calles y los parques, paseando con el cariño a flor de piel, y con el amor haciendo de unión.
Le he leído el cuento a mis hijos y ellos lo comentan con sus amigos. Ese es el homenaje que podemos ofrecerle a la perrita y al buen anciano.
Ricardo, gracias por recordarnos que existe una Navidad oculta. Los animales que sufren en completo desamparo, que no comerán ricas cenas, ni brindarán con licores, ni comerán dulces. A ellos nadie les deseará felicidad.
Sólo vos los recordás, con tu magnífica prosa, sin decirlo, nos pides que hagamos algo por ellos. Necesitamos tanta gente como vos, que asusta no encontrarla.
Un beso desde Asunción, Paraguay
Linda, una historia muy linda. Y también muy oportuna. En Navidad, fecha en lo que todos, aparentemente, abrimos nuestros corazones y somos más solidarios, es bueno que se hable de lo que la gente (en los comentarios) ha llamado la Navidad oculta. esa Navidad que sufren los animales, ya sea por soledad, ya sea por maltrato o por abandono (aunque creo que no hay peor maltrato que el abandono).
Parece que nadie se dio cuenta del sufrimiento animal por estas fechas. A no ser Ricardo, nuestro poético escritor.
Con Nera y Román se queda mi corazón.
Un saludo ecuatoriano.
Gracias Ricardo por escribir tan bien.
Es una historia triste pero tu la relatas de una forma muy bella.
Un abrazo muy fuerte.
Tan real y triste los animalitos y su nobleza cada dia me conmueven , nos envoviste en la historia de Nera y senti su pena y su soledad ..
hace unos dias vi la peli se llama Hachiko y es un hecho real , no pare de llorar y mi papa ni siquiera fue capaz de terminarla
http://www.youtube.com/watch?v=XlvkTgARkog
Un abrazo inmenso
Un cuento para enmarcar. Poético, emocionante y real como la vida misma.
Nera, la protagonista, es un ejemplo a tener en cuenta en estas fechas tan señaladas, pero Román también es un ejemplo a imitar. La perrita no lo olvidó nunca, y él hasta en el momento postrer se preocupó con su suerte.
Ricardo, otra vez me has impresionado con tu prosa. Ojslá se difunda este "otro cuento de Navidad". Tendría que llegar a todos los corazones para aflorar sentimientos.
Desde Toledo un sincero saludo.
Ricardo, ¿cual sería para ti el mejor homenaje? ¿Saber que haces llorar con tus cuentos? Pues sí, me has hecho llorar.
¿Saber que consigues aplausos? te aplaudo y te recontraplaudo.
¿Saber que tu cuento se divulga? Lo haré entre mi familia y amistades.
¿Saber que eres el único que se ocupa de la Navidad de los animales? Ya te lo han dicho y yo lo reafirmo.
"Nera, un amor con cuatro patas", no me puedo imaginar lo que hubiera hecho con seis.
Desde Mallorca con amor.
Ricardo, eres un "puñetero". Una vez más has logrado que me vaya a la cama con las entrañas encogidas. Y lo que es peor, mi Compañera, después de leer la Historia de Nera, me ha "exigido" que imprima todos los escritos de este Blog para dárselos en papel a los niños.
De momento y con ese permiso que me has otorgado sin palabras (me basta con buscarlo en el corazón), lo he puesto en mi Página, porque todos tienen el mismo derecho que yo a sentir ese vacio en ¿el estómago, en los pulmones, en el alma?. No sé dónde, mi única certeza es cada día, alguna Nera le pide inconscientemente a la muerte, que se la lleve allí donde no sufra la vida.
Un abrazo Ricardo, eres un ser excepcional. Salud.
Julio
Porque todos sigamos ,como lo hemos hecho hasta ahora y que estos grandes aliados y amigos peludines nos sigan dando fuerza para continuar luchando por una causa muy justa.
Un inmenso abrazo y felicitacion por tu trabajo,Tianne.
Hola Ricardo,
Una triste y conmovedora historia de amor la que nos cuentas, una pena el triste final.
Salud y suerte.
Es un amor Nera. Su historia me resultará difícil de olvidar. Ese amor por Román es ejemplo a imitar.
Otra vez, el cuento nos viene a demostrar que sólo el amor une.
Ricardo, tal como lo hago siempre, también leeré este relato a mis alumnos. Ellos saben apreciarlo, pues cuando les hago llegar un relato de tu autoría, escucho que comentan las historias.
Muchas Felicidades para las Fiestas que avecinánse.
Un saludo desde Malabo, Guinea Ecuatorial, África Occidental
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